Es verdad que los trajes sobran en la tierra.
Que se habla de ajuares como si caminaran sólos.
Que parece que todo sombrero se llenara de vacío
y que las canas cayeran sobre nucas transparentes.
El mundo en que vivimos se contagió de ausencia:
Se teme decir del suave vello púbico que recompone la mano.
Aun hay estridencias en las ancianas por los pechos que vibran
y restricciones a los desnudos en plazas citadinas.
Pero dentro de cada pantalón y levantando sudaderas
están los hombres abismales y las mujeres de ojos de copra.
Están las formas deliciosas que jamás perderán sus volúmenes
aunque tiendan a detenerlas con multiformes extravagancias.
En el mar cada quien flota en su engaste de olas
y la salina viene a derretir los pechos comestibles.
Los hombres y las mujeres se anudan piernas adentro
amándose desataviados entre olas discrepantes.
Son máquinas amatorias que desaprueban incestos
más puedes ser arrastradas por fuerzas metafísicas.
La falda se hizo con el propósito de desvestirse rápido
mientras las cremalleras explotan en su vórtice.
Mujeres y hombres son bellos en su cuerpo esencial
más la ropa lo ciega todo, como un cielo de raspones grises.
Por ello voy a iniciar mi protesta por los chales y polleras
y pedir que se repatrien a las mujeres vestidas sólo de aire.
No tengo intenciones de morir sepultado por costuras
ni que mis bronquios se llenen del polvillo que hay en las hilanderías.