OSCURAS GOLONDRINAS SOBRE FUKUSHIMA
Publicado en Mar 30, 2011
Dragones de obsidiana de babas corrosivas y garras niqueladas, refulgentes en su cristalina negrura, duermen encerrados en patéticas cúpulas de hormigón. Tiembla el fondo marino encabritado por sus odios inmemoriales y sus venganzas inconsumadas, la tierra se triza, se quiebra, se fragmenta. Vuelven oscuras golondrinas a romper cristales, a colgar nidos en los balcones invadidos de tupidas madreselvas malditas sobre las tapias resquebrajadas de un jardín de flores de magnolio cubiertas de un rocío lechoso y tóxico como las lágrimas de la euphorbia. Un alto oleaje bíblico, sucio de escombros y cadáveres invade campos feraces, aldeas somnolientas, urbes afanadas, el denso terror líquido humedece míseros hormigueros e indignos panales multitudinarios. Antiguas serpientes marinas verde jaspeadas deslizándose entre los nidos de saurios congelados en el tiempo, fosilizados en turbios carbonatos, testigos quietos, horrorosos, de la cíclica batalla prehistórica en el valle de otro Armagedón. La Muerte campea por sobre un sol naciente infectado, violado, radiactivo. Esparto de linos, sangrientos regueros y fragmentos de pequeños dioses vencidos. Insectos gigantescos cercando el atardecer de cerezos. Un Aqueronte con sus aguas infectadas de rosadas pirañas y barbos grises escurre silencioso entre las oscuras piedras meteóricas, muertas tras el esplendor hecatombico que iluminó las honduras de hierbas y matorrales. El día es invadido por dragones fétidos, serpientes despellejadas, ponzoña y heridas putrefactas. Se esparce un mortal polvo estrellado de plutonio por un mar corrompido, por territorios inocentes. Dragones volcánicos arrojan fuegos transparentes de sus hocicos vengadores, temerosos enanos envueltos en plásticos albos como mortajas, se inmolan ente sus garras pestíferas. Uranio, yodo, cesio, avivan la basta quemazón de los vientos del fin, la pira del último sacrificio, la cicatriz purulenta de una ciencia desatada e inhumana. Un ídolo de oro inútil persigue a amos y a esclavos en un desierto de flores secas, pájaros muertos y esqueletos enterrados en escombros contaminados. Un lenguaje de haikus e ideogramas, una primavera de cerezos en flor y nostálgicos bonsáis, un emperador etéreo y ausente, desaparecen en medio de un único destello púrpura. La memoria tatuada de dos inmensos hongos de fuego y fulgor rompen las herméticas claves de una herencia milenaria. Desesperaciones, llantos y quejidos, la trama de una telaraña invencible, quemaduras, venenos invisibles. La lluvia y las cenizas de una alquimia mortal. El cielo posee ahora un tinte magenta triste y peligroso, el mar estremecido un amaranto mortífero, el suelo estéril un áspero carmín incandescente. Despierta el profeta de su profundo sueño, observa silencioso la infinita desolación, y mudo y absorto y de rodillas inicia los ritos de adoración a un dios desengañado ante su altar de viejos troncos carbonizados.
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