La sonrisa de la gárgola
Publicado en Apr 22, 2011
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Sí. Yo sabía que jamás debí haber pasado por aquel sitio. Es cierto que no lo tenía terminantemente prohibido, sin embargo, las voces internas y las recomendaciones externas no me lo recomendaban. Yo, fiel a mi estilo, las desobedecí. Fue por esa sencilla razón por la cual yo he pasado la noche en este cementerio. ¿Puede oler el aroma del olvido, el sabor de la memoria? Yo puedo hacerlo, y les digo que no es sabroso. Pueden tacharme de loco, sin embargo, los hechos están a mi favor. Es cierto, también, que soy un aficionado innato de la oscuridad y del olvido. Es por esta sencilla y única razón por la cual amanecí aquí. Los rayos están acercándose a mi rostro. No falta mucho para que termine de despertar.

La noche comenzó tal como las noches de mi particular gusto, a saber con la luna llena en su pleno cenit. Muchas personas piensan que las almas de los muertos rondan en pena durante la medianoche. Es una mentira muy difundida. Puedo asegurarles que puedo dormir al lado de un muerto y que este ni se turbe por mi extraña presencia. He pasado muchas noches rodeado de cuerpos muertos, pútridas formas que se deshacían bajo las mandíbulas atroces de los insectos y de las alimañas. Conozco la condición de los olvidados.
Esta noche he paseado alrededor de la tumba de algunos personajes famosos. He rodeado unas cuantas columnas de estilo griego, he llorado al recuerdo de la luna, de una luna que me ha arrojado lejos de su amor y su luz. Una frase revoloteó sobre mi memoria. Mors ultima ratio. Estos seres pútridos que descansaban sin enterarse que sus familiares les lloraban, los cambios que estos habían hecho para que ellos, desde un cielo inexistente, o sufriendo en infierno en donde el dolor era imaginario, los observasen y estuviesen orgullosos de que sus últimos deseos estaban concedidos; todos ellos corroboraban la frase que volaba en mi mente. Para ellos, la muerte era la última razón de todo. Continué paseándome entre las tumbas. La luz de la luna hacía que la iglesia proyectara largas sombras. Los árboles secos tenían formas de malévolas manos, proyec-tándose de manera terrorífica. Un aullido me detuvo por un instante. Es por todos sabido que una raza oscura de perros merodea por los cementerios. Enfrenté mi miedo primigenio. Lancé un aullido a modo de respuesta. Otros aullidos respondieron. Había sido aceptado. Podía seguir.
Continué caminando entre las oscuras sombras que me rodeaban. La luz se colaba de manera tímida en ciertos lugares y potente en otros. Me acerqué a una imagen de una madre con su bebé llorando en sus brazos. Leí la inscripción. Era para un padre que había muerto joven. La luz que irradiaba la figura paterna había sido reemplazada por una oscuridad de pesadas lágrimas. Y esa imagen lo explicaba todo. Seguí caminando. Una imagen de un ángel me observaba con una mirada completamente pétrea. Recordé una vida que yo creía tener y que sin embargo era una gran mentira que la vivía día a día. Bajo la luz de la luna no se logra distinguir con claridad estas imágenes de otras oscuras imágenes que también viven en los cementerios.
De pronto, una imagen totalmente extraña me obligó a detenerme. Una oscura forma se movía lejos. Podía decirse, mirándolo desde la lejanía, que era un ángel con un ala herida, deducible por su modo de caminar. Sin embargo, pude notar que era un hombre llevando a otro, tal vez una mujer, por qué no. La imagen era extraña, no debido a su naturaleza, sino debido al horario de este curioso suceso. El hombre emitía un extraño jadeo al cargar con el otro cuerpo. ¿Estaría muerto?, me pregunté.
Me acerqué. Los dos extraños no notaron mi presencia. El que cargaba al otro era un hombre conocido en la ciudad. Un hombre de mucha influencia en la gente. Un hombre poderoso. Un hombre relacionado con trabajos santificados. Este cargaba a otro hombre que tenía varios golpes en su rostro, además de estar desmayado en el momento. Mi curiosidad aumentó. Varios rumores corrían sobre este hombre poderoso; rumores que manchaban su reputación. Este cargaba al otro con fuerza sobrehumana. Por lo que yo pude notar, iban a un sitio específico de la necrópolis. Al osario que tenía una puerta que yo aprecié desde que la conocí. Comencé a seguirlos. El hombre poderoso miraba a los lados, como intentando que nadie lo mirase. ¡Fatídico error! Yo siempre he observa-do siniestros sucesos. Nadie cree que alguien los mira. Nadie escapa a ningún ojo, ni siquiera a los míos.
Poco a poco, nos fuimos acercando al osario. Yo notaba desde la lejanía el ángel guardián de la entrada. Un ángel que protegía con una espada resplandeciente la entrada a aquellos indeseados que osasen ingresar al tenebroso hoyo. Una de las manos del ángel señalaba el cielo, mientras la otra señalaba al suelo. La que sostenía la espada señalaba al cielo. Era un punto que cualquier mortal hubiese notado. Un punto que nadie podía perder. Al llegar, la espada brillaba con un fuego inmortal e imperecedero. La luz de la luna lograba este bello efecto. El hombre poderoso logró abrir la sagrada puerta. Arrojó al otro hombre dentro, tras lo cual ingresó. Yo me quedé en la puerta, esperando. Al cabo de unos instantes, ingresé. Descendí las escaleras. Las imágenes de doce ángeles y doce demonios me rodeaban y me custodiaban en el descenso a las puertas de la muerte. Cerca del final de la bajada pude oír al poderoso hombre hablando.
-Nada escapa de mí. Nadie escapa de mí. Ningún secreto sale de mí. Nadie me devasta. Soy una persona que trabaja para labores benditas. No puedo permitir que este secreto se escape de mí. ¡Dios! Father into your hands, I commend my spirit. Padre, perdóname.
Dicho esto, el hombre poderoso lanzó un grito atroz, animal. Luego, disparó a mansalva al hombre moribundo. Sonrió de manera demoníaca. Yo no podía moverme del sitio en donde me encontraba. El hombre poderoso se volteó y me miró directo a los ojos.
-Tú…_susurró con temor_ No puedes… no debes estar… recuerdo haberte visto anteriormente… Tú… Conoces mis pecados…
Me miró nuevamente y se suicidó. Yo me limité a sonreír. Mi tarea estaba realizada.

La luz está llegando a mi rostro, ora convirtiéndose en roca. Sé que la gente notará la falta del obispo en la catedral. Lo que nadie notará es que una de las gárgolas fue movida de su sitio en la catedral y fue colocada al lado del ángel que protege la entrada al osario. Nadie cree en que yo esté vivo, ni que me haya movido por medios propios. Pero yo sé que mi tarea se ha realizado y logré defender a seres débiles y maltratados. “¡Se ha realizado!”
 
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Foto del autor Martín Brieguer Solano
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Descripción

¿Qué hace un ser al parecer oscuro y siniestro deambulando por un cementerio en medio de la noche?

Palabras Clave: gárgola obispo cementerio herido ángel

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Terror & Misterio



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