Atrvete a leerlo y luego dime guarra
Publicado en May 02, 2011
"Había estado lloviendo todo el día, pero el entierro no iba a ser hasta el atardecer. En las circunstancias en que se encontraban todos, aquella lluvia fina y continua, sin un momento de descanso, pintaba todo el paisaje de tristeza, el paisaje que rodeaba el camposanto, en la colina al norte de la población, las tumbas en el suelo, la hierba alta entre ellas. Se habían reunido los familiares y los amigos, vecinos, y tras las nubes grises y de vientre hinchados como viejas, se ahogaban los truenos hondos como si tronaran hacia adentro. La joven viuda del soldado regresado en tren, demediado, sin corazón y sin pulso, permanecía en pie, sola ante el baúl que ahora llenaba ya el agujero abierto. Los demás fueron bajando en silencio para devolverse a si mismos y a sus cuitas particulares. Tan solo yo, su amante, que la noche anterior la había penetrado hasta clavarla en el colchón tan frío donde ella debía dormir tantas horas sola, permanecía a unos metros de aquel cuerpo magro y esbelto, pintado de negro de arriba a abajo. Yo, que sentía que me empalmaba de modo lento, de esa manera que proporciona tanto gusto, viendo como el sacerdote hacía un hatillo de todas sus cosas de vivos y de muertos para proceder a abandonar también el lugar de los callados. Cuando vi que su figura se iba desdibujando entre la lluvia, vi que se alejaba par ni siquiera volver la vista atrás, fui a por Sarah, le engrapé su pequeño culo, le susurré al oido que la amaba y le subí la falda para manosear sus nalgas duras y de pálido color. Ella acabó de rezar su oración y luego me señaló el viejo álamo. De espaldas en su tronco se espatarró para que mi verga le entrara con toda la fuerza y la hiciera gritar, se agarró con sus piernas a mis muslos, me cabalgaba. No llevaba ropa interior bajo su vestido de luto, la empecé follar con un ansia terrible: deseaba vomitar en su agujero aliñado de hermoso pelaje negro, todo la herida que nacía en mí por ella. Me gritó que le mamara los senos, le lamí sus dos lunas preciosas, le mordí con cuidado sus pezones morados y duros, enhiestos como quien se le rebela a Dios. Y la golpeaba contra el tronco del viejo árbol, cada vez más satisfecho por las exclamaciones de placer y dolor que surgían de su boca. Quería arrancarle sus hermosos labios, tan carnales, quería comerla toda y ella me quería comer... en el atardecer nos podíamos tragar allí en un derroche de lujuria, de placer extremo, liberados de todas las conciencias que nos pesaban como pedazos de acero. Entonces, mediada la felicidad como si la polla que nos enganchaba fuera nuestro particular Espíritu Santo, sentí un dolor agudo, mortal, que entraba por mi nuca y salía de mi cabeza atravesada, reventado el rostro y llevando consigo un chorro de sangre al escape: una larga espada me clavó malherido a mi amante, que recibió en uno de sus ojos la punta del arma y tuvo que abrirle el camino hasta que el acero frío diera con la corteza arbórea. Ensartados, enloquecidos por un dolor extremo, la seguí follando atendiendo a sus gritos que desgarraban a la misma lluvia. Luego escuché la voz del sacerdote a mis espaldas que nos lanzaba maldiciones. Y sus fuertes manos en mi cintura y su polla enculándome. Bajo la lluvia, bajo su caída continua como si ella fuera a ser algo eterno, una caricia inacabable, mi polla aún se sentía dura y corríase en el interior del coño abierto de aquella hermosa mujer, nuestros rostros ensartados, ahora aplastados el uno contra el otro y mi culo reventaba de dolor mientras el sacerdote entonaba un Beatus Vivre con voz entrecortada, con altos y bajos, mientra empujaba su polla dentro de mí. La sangre se mezclaba con la lluvia en mi rostro, sentía ahogarme, mi amante agonizaba y repetía que no la dejara: pronto todo se convirtió en gritos de dolor. Luego en estertores moribundos. El sacerdote dejó un gran chorro de sémen en mi ano. Creo que intenté quitar mi pene entonces ya contraído del interior del coño de Sarah. Quizá es lo último que hice: cogerlo con mis dedos y sacarlo de allí. Una voz ronca me llamaba cabronazo y maricón. Una voz decía que me había petado el culo y que lo iba a volver a hacer. Y el sonido suave de la lluvia, como dulces acordes de un cánon pre-romántico, cerró todo el mundo para mí. El camposanto, la pasión, el dolor, la crueldad... la iglesia había acabado de nuevo con todo".
Esa era la nota que mi hermano mayor había mandado enviarme un vez muriera. Murió desangrado en su bañera, con las venas cortadas por un cuchillo de cocina. Yo, me tocaba cada vez más ansiosa bajo la falda releyendo fragmentos de su escrito. Hasta que noté las yemas mis dedos mojadas, viscosas. Entonces grité su nombre con harto placer.
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Durazno sangrando
Emme
Saludos, Emme.
Malbrouck
Como en un buen poema que leí hace un rato, seguramente si lo relees, lo estudias con calma, le sacarás a esta idea original y provocativa, un resultado mucho mejor.
Al contrario de Laura, no creo que nadie se la friegue bastante:)
Laura Alejandra Garca Tavera