El asesino de la pantalla grande
Publicado en May 12, 2011
Entró en aquel cine como huyendo de algo o alguien. Compró el boleto y se sentó en la última fila a la izquierda, cerca de la salida de emergencia. Una pareja miró de reojo al sujeto que parecía extraño, por lo que se cambiaron de lugar. La gorda de la segunda fila lo vio sacar algo de un bolso que traía, quizás una botella para embriagarse, pero luego no reparó más en él. Lo que todo el mundo recuerda es que las luces se encendieron a la mitad de la película cuando la policía entró. Se dirigieron de prisa al bolso, pero su dueño ya no se hallaba. En el baño, una mujer se termina de arreglar y al enfrentar al par de policías que vigila la entrada mueve exageradamente las caderas, acaparando sus miradas. En el interior, continuaba el registro, solicitando a cada uno de los presentes su identificación. Por ser el tipo de cine de rotativos eróticos, se podía encontrar lo más variado de la fauna humana. Entre los que entrevistó el sargento Rodríguez, figuraba un desempleado que llegaba a dormir, ya que de noche y por temor solía deambular por las calles sin poder pegar un ojo en ninguna parte como lo hacían sus pares, una mujer cincuentona (que solía ir en busca de estudiantes que faltaban al colegio, para llevárselos a su departamento dos cuadras al oriente) que dijo vivir sola y que se aburría en casa porque no tenia cable, luego un empleado de sospechosa personalidad, argumentó que pasó por un instante (a pesar que uno de los acomodadores del cine, lo reconocía como habitué y decía que se acercaba a jóvenes menores, a los que pagaba para que lo masturbaran en las escenas de sexo), los otros fueron una pareja de universitarios (que al parecer estuvieron excitándose por lo desarmado de sus ropajes) quienes dijeron acudir por vez primera al lugar, un vendedor de seguros que pasó a relajarse, y una secretaria que había salido a un trámite y no quería volver pronto a su trabajo. Salvo la pareja que se había cambiado de asiento y la gorda de la segunda fila, el resto no vio nada extraño y el sujeto les parecía más bien un fantasma. La mayoría de ellos denotaban con sus ojos rojos y achinados que llevaban tiempo en el lugar. La voz de un policía joven, captó la atención del sargento, al tiempo que levantaba en su mano derecha la chaqueta que traía el sujeto al ingresar. Fue encontraba tras la cortina del pasillo izquierdo, sólo unos pasos más allá de donde se halló el bolso. Todo indicaba que había huido frente a sus narices. ¡Pero teníamos gente en todos los puntos! Exclamó furioso el sargento. ¡Ustedes!– dirigiéndose a los jóvenes policías, ¿no vieron nada? Ambos movieron su cabeza en sentido negativo, aunque al hacer esto, el más pequeño se acordó de la mujer (y entendió que lo habían dejado escapar) Pidió permiso para retirarse por unos momentos y corrió por la calle diagonal, seguramente no iba muy lejos.
La mujer de falda corta de cuero rojo con chaqueta de jeans, polera blanca que dejaba entrever sus enormes pechos y que iba montada sobre dos zapatos rojos de grueso tacón se desplazaba por la calle diagonal mientras hablaba por celular, pero al llegar a la esquina fue embestida por tres antisociales que querían robarle y algo más, pues las anchas caderas, las largas piernas, y los voluminosos pechos, atraían hasta el más indiferente de los hombres. En el momento que uno de los jóvenes intentaba meter su mano por debajo de su falda, apareció el joven policía que pistola en mano pedía le dejaran en paz. Los antisociales huyeron y la mujer se quedó esperándole para agradecerle. El joven al darse cuenta que sólo había defendido a una mujer de la calle, le indicó que se alejara de allí y rechazó el beso que ella le quería dar. Avergonzado de su hazaña volvió al cine. El sargento amargado, daba por levantada la acción realizada. En la techumbre del cine, el fugitivo se parapetada esperando que la oscuridad le tendiera una mano. Cuando tocaron a la puerta Mariela se estaba desvistiendo para meterse a la cama, por lo que demoró en abrir, sin sospechar que era su hermano el que tocaba en forma desesperada. Bajó molesta las escaleras, poniéndose su bata mientras recriminaba en voz alta a aquel que hacía tanto ruido. ¡Simón! – exclamó – ante la sorpresa de encontrarse con su hermano. Tienes que ayudarme, estoy huyendo de la policía. ¿Qué hiciste ahora? Maté a un hombre en defensa propia. ¡Ayyy! ahora sí que estás en problemas hermanito….por eso vine a verte. ¿Cómo fue? ¿Por qué tuviste que matarlo? Era su vida o la mía, uno no tiene opción en la calle, créeme pequeña (le encantaba que él la llamase así) y ¿ahora que vas a hacer?, sólo necesito dormir un par de horas, darme un baño para quitarme el olor de estas ropas malolientes y dinero, sólo un poco lo suficiente para escapar al sur ¿tienes algo? Si, si no te preocupes para mi hermanito siempre, vamos a la cocina, te prepararé algo de comer primero. Entraron a la cocina, comió y conversaron un rato. Ella tratando de que se alejara del mal camino, él escuchando el rosario pensando sólo en su fuga. Se dio un baño y se colocó la ropa de David el hombre que a veces se quedaba en casa de su hermana. A pesar de que estaba cansado, no lograba conciliar el sueño. Era la primera vez que había matado a un hombre. Todo por defender a Doris, la puta de la que estaba enamorado y que desde hace un tiempo estaba con él, hasta que se enteró el hombre que la sostenía. No soportó más el mal trato que le propinaba, y se le fue encima. El hombre azotó su cabeza en la muralla y fue letal. Luego corrió hasta el cine a esconderse. Ella le siguió para prevenirle de la policía, alguien lo había denunciado. Fue entonces, cuando encontraron la escalera de escape que llevaba hasta el techo del cine, donde acordaron se escondiera. Mañana verían que harían. Estaba agradecida y sentía que lo amaba. Pasaba de los cuarenta y aún cuando se mantenía en buena forma, estaba cansada de su oficio. Simón un joven veinteañero, de su misma raza negra, le había devuelto la pasión a sus venas, ya que al contrario de otras de su oficio, ella se había iniciado por placer. De pequeña su padrastro la instruyó en las artes amatorias, pero eso no le había causado un trauma como a muchas de su corta edad, sólo había despertado la fiera que llevaba dentro. Cuando huyó de su casa, no superaba los catorce, pero su contextura de mujer la hizo presa de los peores cabrones que se la peleaban. Fue la reina por años, y sólo se relacionaba con gente de la política y de la clase alta. Dormía en lujosos hoteles, yates y residencias opulentas. Se esmeraba en una buena atención a sus clientes y volcaba toda la pasión que emanaba de su sangre. Gozaba de esa vida, como sabía gozar del sexo. Simón, no aguantó más la espera. Decidió levantarse, tomó el dinero que su hermana le dejó sobre la mesa y salió a la calle. Pasaban de las tres de la madrugada. Sin quererlo sus pasos le llevaron en la dirección al cine. Al llegar a la esquina, un policía le ordenó detenerse. No obedeció y comenzó a correr, subió las escaleras del edificio y desde allí trepó al techo del cine, donde unas horas antes se había refugiado. Una anciana desvelada, le sorprendió en la techumbre y comenzó a llamar a la policía que rodeaba el lugar. No tenía salida, decidió entrar al recinto. La policía ingresó también, y el sargento Rodríguez le solicitó se entregara con ayuda de un megáfono. Él no contestaba. Se hallaba desarmado tras la cortina del escenario. La sala permanecía a oscuras, iluminada solo por las linternas de los policías, que habían ingresado también por el techo. El cine estaba cerrado y afuera los autos policiales habían alertado al vecindario. Se hablaba que el negro asesino estaba rodeado. La mujer de la falda de cuero pedía entrar, decía que lo convencería para que se entregara. Le permitieron el acceso. Le hablaba, le suplicaba que no complicara más las cosas…tras la cortina Simón, sudaba, sabía que la muerte le estaba abrazando, pues no tenía alternativa, aquel que había matado era un cabrón reconocido en el medio y si lo encarcelaban, de seguro no duraría mucho tiempo con vida. Sólo deseaba una pistola para salir disparando, y morir en el tiroteo. De pronto, se corrieron las cortinas, y apareció en el telón su proyección sobre el escenario con la pistola que tanto deseaba en su mano derecha. Estaba viendo la cinta de su propia muerte, se sintió contento. Tenía la estampa de un valiente, era la mejor manera de morir. El sujeto de la pantalla, le pidió a Doris que se acercara con voz firme, ante la mirada atónita de los policías, que no podían dar crédito a lo que estaban presenciando… se acercó al telón medio asustada. La mano del hombre se extendió más allá de la proyección y la asió con fuerza atrayéndola y atrapándola en la pantalla. Luego comenzó a disparar como un loco en contra de la policía, que contestó al fuego. Dos policías cayeron heridos. El telón era perforado por cientos de proyectiles pero el sujeto reía y seguía disparando, hasta que la pantalla se apagó de golpe. El dueño del cine había llegado y encendió las luces. La sala de proyección estaba cerrada y las máquinas apagadas. Sólo el telón mostraba las huellas del tiroteo monstruoso efectuado por la policía (aunque después en varias butacas, se encontraron los proyectiles de la pistola usada por el hombre de la pantalla). El sargento Rodríguez, no salía de la impresión. ¿Cómo explicaría esto a sus superiores? El dueño del cine, reclamaba airado los costos de indemnización. Rodríguez y sus hombres se confundían entre el gentío y la prensa. Al día siguiente el cine permaneció cerrado. Las portadas de todos los periódicos locales mostraban la foto del telón perforado por la balacera, con grandes titulares alusivos al asesino de la pantalla grande. Lo cierto es que el caso fue comentado por años. La mujer desapareció de las calles, y el dueño del cine, sacó provecho del hecho y mandó a enmarcar parte del telón con los proyectiles y desde entonces cambió las carteleras eróticas, por las policiales, llenando la sala en cada función. Cuentan que nadie le creyó al niño, que en la mañana siguiente al tiroteo dijo ver salir del cine a un negro sonriente y a una mujer de falta corta que se perdieron al final de la calle. *******
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Esteban Valenzuela Harrington
Me alegra que te atrape éste escritor que apareció de la nada, jajaja
Un abrazo,
Esteban
Juana de Arco :)
abrazo
Rita
Laura Alejandra Garca Tavera
Esteban Valenzuela Harrington
Un abrazo,
Esteban
Esteban Valenzuela Harrington
Acepto sus observaciones respecto a los detalles de escritura, pero en cuanto a los diálogos, creo que debe modernizarse amiga de letras, porque ya no se estila eso de marcar los diálogos con guiones (es decir como antes, hoy hay una propuesta más abierta), es más se usa incluso mezclar las situaciones, como lo hace Vargas Llosa en su libro Pantealeón y las visitadoras.
Veré su tirada a la vuelta, ahora voy de salida, seguimos jugando no?
Un abrazo,
Esteban
Emme
Fairy
Un abrazo
Sachy
Emme
Realmente muy original tu historia! =)
Besos, Emme.