Como quien sigue a esta línea que a sí misma se difumina
que va y viene por la llanura de las páginas, sus horizontales y verticales,
así van mis ojos, subiendo y bajando, de ángulo en ángulo,
teñidos de los colores más primitivos y obscenos que sueltan las camelias.
Mis ojos: que suelen ser las primeras dos almas gemelas que me delatan.
Mis ojos: que se enganchan felíces en las sierpes de tu cintura erógena.
Ambos se han graduado de eruditos viendo pechos y soplados por bocas
y entrando en conchupancia con mi lengua y las lluvias de otras melenas.
Como quien va buscando el río y el meandro que lo lleva y que es cabalgado,
mis ojos van buscando esa mujer de sonrisa suculenta que tanto me gusta.
Saben que detesto la altanería y que busco la ingrávida sencillez
en las hembras nocturnas que sobre mí se posan con sus pechos arteriales.
La que me busca en lo oscuro para sorberme como a liviana almeja
y hacer que la llene de gemidos que suban como mares de esporas.