EL VIAJERO PERSISTENTE
Publicado en May 18, 2011
Recordó con la nitidez de una pesadilla el perfume ácido de las rojas rosas del rosal trepador, ese rojo profundo que persiguió por años en el exilio desértico de caliches y camanchacas, sintió la frescura inusitada de la noche de terciopelo azul oscuro sin luna, y saboreó el agua fría que bajaba casi cristalizada de la cercana cordillera. Navegó muchas noches de luna llena, con el alto velamen blanco del ciruelo florecido surcando el imponente y brillante plenilunio. Supo del marasmo de la saciedad carnal, del hastío de los vientos calmos, de la inutilidad de toda acción que no deje marcas talladas en las piedras, desvíe ríos o incendie bosques. Alcanzó a tocar la piel destinada, la boca que te bese, el resabio de cilantro e hinojo de una saliva que fue sagrada por un instante cósmico y después triste ceniza, cal viva y osario. Sintió en los dedos el cansancio de cardar y cardar hasta la madrugada la lana virgen de un vértice húmedo donde las ansias convergieron en desolación y desengaño. Ató y desató con vehemencia de moribundo el cordaje de una nao fondeada para siempre en las aguas cloacales que drenaban sus propias catacumbas. Hurgó en su memoria por los rostros que lo perdieron cegándolo y fueron apenas cuatro, con un quinto que solo enhebró en su carne las angustias de la pérdida. Cotejó enigmáticos guarismos, descifró confusos algoritmos y razonó sobre austeros silogismos, tironeó el tiento que lo ataba al azar y al caos, exploró en su alma ebria de asombros por algún indicio de felicidad para ver si el pasado explicaba el presente y predecía el futuro, y no encontró más que obstinadas arenas arrastradas por todas las lluvias. Recordó un viaje en su niñez sedentaria de patio, jardín y parrón, y vislumbró entre las penumbras del olvido un tren cruzando campos feraces y la varazón de un cardumen de peces plateados en la pleamar de una noche en el molo bajo del puerto. Deshizo las estatuas de sal y quebró las de arcilla, pero no pudo destruir la del mármol inmortal porque estaba tan lejana que le era intocable como las gorgonas de los rostros perdidos y las rosas rojas del rosal trepador. Ante el abismo de la mañana tumultuosa, con los afectos confirmados, las trampas de la desidia, el tormento de lo cotidiano predecible y las ausencias esenciales, se dejó llevar por el vértigo de la altura o del místico vacío y se hundió absorto en la trama del día. Vale.
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