Sangra y haz sangrar de nuevo esta pulpa argente
que se lanza a los fuegos de tu aserrada boca.
Arranca de mi pecho ese barro cuajado
de donde brotaron de súbito mis vellos primerizos.
Clávame las espuelas de tus uñas y garras
en esta espalda dura que se mete en naufragios.
Suelta, suelta tu grito de hembra sacerdotal
mientras que yo golpeo la cópula en equinoccios.
Que la humedad tuya se empalme en la liquidez mía
y nos trabemos en uno mientras el cielo nace.