Mujer Oriental
Publicado en Jun 04, 2011
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El peso de la gringa te ahogaba. Abriste los ojos, la luz del mediodía que se colaba por las ventanas sin vidrios en la vieja casa abandonada te enceguecía, provocándote en tus ojos rojizos cierta irritación. La ingesta de alcohol, marihuana y sexo había sido excesiva para una sola noche. Como pudiste retiraste ese cuerpo anémico inerte que estaba sobre ti. Las imágenes se entremezclan en tu memoria desordenadamente. Recuerdas que Braulio tu amigo de aventuras llegó anoche con ella. Apenas hablaba español, pero a la hora de las caricias y el desborde sexual no necesitaron de intérpretes. No recordabas otra reunión en que la droga y el alcohol corrieran en una abundancia desorbitante y que las pandillas del sur y el oeste acudieran en masa al cuartel (como le decían a la casa abandonada), donde vivías junto a Braulio e itinerantes del momento hacía dos años desde que tu padre te echó de casa. Los del oeste trajeron el trago y los del sur la droga, y Braulio a la gringa (que pensaba compartir con todos). Sin embargo, al enterarse de sus intenciones le manifestó no estar dispuesta, al menos eso alcanzaste a entenderle mientras le reclamaba a Braulio, quien con su inglés chapurreado trataba de convencerla. En tanto, los más de veinte jóvenes vitoreaban gritos obscenos. Al final, sólo aceptó hacer un topless luciendo sus enormes senos, pero cuando el perro de la banda oeste le agarró una teta, casi se arma la grande. La gringa se molestó y le empujó tirándolo sobre los del sur quienes vieron en dicha acción una provocación, sacando de inmediato sus armas, excitando la reacción de sus pares. Jamás olvidarás tamaño arsenal, comenzando por sendos puñales hasta metrallas recortadas. De un impulso te paraste para intervenir como mediador con esa botella de whisky que sostenías en tu mano derecha invitando a conciliar las pasiones. Tuviste éxito y el alcohol terminó con la rencillas. A eso de las dos, una patrulla de la policía se internó en el callejón por los llamados de vecinos, y las bandas se dispersaron por los tejados como felinos acostumbrados a perderse en la oscuridad. La gringa, Braulio y tú, se escondieron en el entretecho. Afortunadamente, la caída desde los techos de uno de los de la banda oeste, ocupó a los policías que abandonaron raudos la casa. Con el pasar de las horas, tu amigo volvió a sus andanzas eróticas con la gringa, pero el alcohol y la tensión provocada por la redada, le pasaron la cuenta y terminó quedándose dormido. Desde tu rincón lo contemplaste todo con indiferencia absoluta. Fue entonces que la gringa se te vino encima decidida a sofocar sus ganas, y sin preámbulo ninguno dirigió sus manos hábilmente entre la bragueta de tus jeans en busca de tu miembro. Tampoco tú estabas en condiciones, por lo que tomó ese pequeño lacio que tenía entre su mano y acercó sus labios para provocarlo. Su lengua y sus labios, lentamente surtieron su efecto, por lo que continuó su práctica encendida, mientras su otra mano metida entre sus bragas le servía para autoestimularse. Tratabas de dominarte por tu amigo, pero la motivación de la gringa te hacía alucinar, no pudiste resistirte, menos cuando decidió montarse sobre ti, agitando sus enormes pechos en una cabalgata infernal que prometía destrozarte. El alcohol que tenías en la sangre estaba influyendo en tu erección, pero la gringa no abandonaba el galope, y cuando entró en la etapa de ascenso, fue cuando despertaron todos tus sentidos y lograste que tuviera un mágico orgasmo. Luego del éxtasis, se desplomó sobre ti.
 
Su cuerpo sudaba a mujer, a sexo, la respiración agitada movía sus pechos voluptuosos en un ritmo aún inquietante, el goce del orgasmo recién conseguido demoró en irse y en ese letargo terminaste subyugado y aprisionado por la gringa.
Ahora de pié en la habitación, la contemplas durmiendo desnuda sobre el viejo colchón y no puedes dar crédito que aquella mole americana, hubiese sido tuya. No estás seguro de sentirte satisfecho del todo, después de todo era la compañera de Braulio y siempre habían respetado la pareja del otro. Te vestiste  apesadumbrado por ello y saliste a la calle cerca del mediodía, el horario ideal para lograr meterte en alguna casa a robar algo, ya que las mujeres acostumbran andar de compras.     
 
Te sentías débil, la gringa había consumido casi toda tu energía. Las piernas te tambaleaban, pero si no actuabas pronto, perderías la ocasión de hacerte de algo para luego comprar droga o alcohol. Estudiabas como de costumbre el barrio, ya lo habías echo antes, tenías que concentrarte en esos detalles que sólo tú conocías. De pronto la casa verde de la vereda del frente llamó tu atención, recordaste que una pareja de orientales la arrendaron hace poco y que tenían un negocio cerca de la plaza. A esa hora, debían estar en él. Con pasos raudos, diste la vuelta hasta el terreno baldío que daba tras las casas, y cuando reconociste la escogida, saltaste el muro. La ventana del dormitorio estaba abierta, así que te colaste. Una mirada rápida, y al no detectar nada de valor, te llevó a trajinar en los cajones del velador.
 
Estabas en eso, cuando se asomó la mujer oriental que salía del baño. Eso no lo tenías contemplado por lo que quedaste tan sorprendido como ella, pero antes de que actuara o hiciera algo, metiste tu mano en el bolsillo de tu chaqueta simulando tener un arma, amenazándola y obligándola se sentara en la cama. Aterrada, cubierta sólo con una toalla blanca que resaltaba el tono de su piel se sentó en el extremo, al tiempo que te suplicaba en un español mal pronunciado que no le hagas nada. La confusión se apoderó de ti, nunca antes te encontraste con un morador. ¿Qué hacer? Tal vez te reconoce y puede denunciarte. Ves lo aterrado de rostro, no quieres hacerle daño, menos matarla. ¿Por qué estaba ahí? se te escapa la pregunta en voz alta y ella te da detalles que no le has pedido. Comenta que no aguantaba lo pestilente del sudor de su marido, por lo que decidió tomar un baño para quitarse su hedor. ¿Le preguntas por que se casó entonces? No tuvo elección fue decisión de sus padres. Sonríes, piensa que mientes, no puede ser que en pleno siglo veintiuno ocurran estas cosas. Ella lo percibe por lo que te comienza a relatar su historia. Sus palabras parecen sinceras, te cuenta que no puede irse y que espera quedar pronto embarazada, sabe que la dejaría por otra si eso ocurriera, él no quiere hijos. Durante su relato no has hecho otra cosa que contemplarla, es pequeña, dulce, frágil, tan opuesta a la gringa. Sólo por curiosidad le pides que se saque la toalla, piensa que la violarás, le tranquilizas dices que sólo quieres mirarla. Le pides se ponga de pie. Sus pechos son pequeños pero firmes, sus pezones oscuros, su monte de Venus frondoso, sus caderas pequeñas y las piernas delgadas, le pides que se gire y contemplas sus nalgas, firmes y redondas. Crees que es muy joven, y su esposo muy viejo para ella. Recoges la toalla y la cubres. Entonces se abraza a ti y te agradece mientras llora. No estás acostumbrado a tales reacciones, llevas tu mano a sus hombros para separarla, entonces te das cuenta de su fragilidad. Ella apoya su cabeza en tu pecho y el perfume de su piel te embriaga. Te sientes mareado, piensas que te falta el aire, la pieza empieza a girar.
 
Despiertas con una pesadez en los ojos y la cabeza. Está vestida y sentada en una silla junto a la cama. La miras asombrado, no tienes la chaqueta puesta, por lo que no puedes urdir la trampa del arma. Te sientes atrapado. No estás consciente del tiempo transcurrido. ¿Te habrá denunciado? ¿Su esposo vendrá en camino? Tratas de levantarte de modo impulsivo para escapar, entonces se aproxima preocupada y pone sus manos pequeñas en tus hombros para que te recuestes. No te resistes. Va a la cocina y trae un tazón con algo caliente. Te lo hace tomar. Es un sabor ingrato pero lo bebes para complacerla. No sabes que hacer. Después te extiende su mano con dinero. Lo tomas y te despides. Para retirarte vuelves a usar la ventana.
 
Te confundes en el gentío de la calle. Vas a la plaza, compras licor y vuelves a la casa abandonada. La gringa y Braulio retozan en el colchón. Les dejas y subes las escaleras. Desde la ventana del segundo piso descubres que se ve la morada de la mujer oriental. Tratas de espiar, pero no logras ver nada. Al caer la noche estás embriagado, te recuestas en el suelo entre frazadas abandonadas. De pronto sientes que la gringa te busca. Finges dormir y no insiste. Piensas en la mujer oriental, sólo ella ocupa tu pensamiento, sientes una atracción extraña que se ha apoderado completamente de ti.
 
Durante días, has espiado desde el segundo piso la rutina del matrimonio. Cuando se queda en casa, supones que la ha poseído. Braulio y la gringa se han ido, el dinero se te acabó y comienzas a sentir hambre, pero no te atreves a salir a la calle a robar de nuevo. Temes encontrarte con su mirada. Esa mujer de cierto modo te atrae, y a la vez te atemoriza. Aún no entiendes por que no te denunció. Has decidido recorrer la casa para matar el tiempo y entre unos escombros descubres un arma, abandonada quizás por alguno de las bandas oeste o del sur al huir noches atrás. La recoges, la guardas entre tus ropas y sales a la calle. No llevas un rumbo determinado, de algún modo le buscas, quieres verla. Te paseas frente al negocio, sólo el hombre atiende. Recorres el sector pero no la encuentras. Vuelves a la casa. Subes al segundo piso llevando esta vez contigo el colchón, te arropas con las frazadas y el arma te da una seguridad que habías olvidado. El frío de la noche se cuela con su aliento gélido por las ventanas agujereadas. La mujer sigue en tu mente. Te duermes con su recuerdo.
 
Al amanecer, estás sentado espiando la casa. El hombre ha salido. Sin pensarlo has corrido hasta el sector baldío y saltado la pandereta del patio trasero de su casa. Te escabulles por la ventana y le esperas sentado en la orilla de la cama, justo en el lugar donde se sentó ella la vez primera. Has puesto el arma sobre las sabanas para que la vea. No sabes bien que estás haciendo ahí, ya que no te mueve el robo, decididamente buscas a la mujer. Se asoma, te mira, se detiene pero no se asusta, observa el arma. Le pides se acerque. Le sueltas la toalla, contemplas su desnudes sin más. Sólo tu mirada la recorre. Viene a tu memoria la gringa. La tomas de la cintura y pegas tu rostro a la altura de sus pechos y te quedas sintiendo su aroma de mujer. Ella responde poniendo sus manos encima de tus hombros delicadamente. La tiendes sobre la cama. Ahora concibes que hayas venido por ella, deseas poseerla. Abres el cierre de tu pantalón y le das a entender lo que quieres con el arma en la mano. Ella niega con la cabeza, mientras cierra los ojos y su rostro se pinta de asco. Recuerdas la conversación del olor del hombre. Por cierto, tú no hueles bien. Le mantienes apuntando y le pides te acompañe al baño. Que ingrese a la ducha contigo, y te jabone, accede sumisa, pareciera que estuviera acostumbrada a acatar órdenes. Dudas en seguir con el arma, pero aún así no la sueltas. El jabón en sus manos se desliza con una suavidad envolvente, que te hace cerrar los ojos y abandonarte en un inofensivo deleite. Sin darte cuenta, has tomado el jabón y eres tú quien la recorre, descubres sus contornos, te embriaga la textura de su tersa piel, besas su frente, sus ojos, sus mejillas, pero te detienes antes de llegar a su boca, sólo te atreves a pasar el pulgar sobre su labio inferior como descubriéndolo mientras el agua recorre sus cuerpos.
 
Te encuentras de pie desnudo frente a la cama. Ella recostada. Te apoyas sobre su cuerpo, nuevamente con el arma haces un gesto señalando entre sus piernas. Mantiene su reacción de rechazo, eso te enerva y le gritas ¡que estás limpio! entonces entre sollozos dice que no es puta, que nunca lo ha hecho con nadie que no sea su esposo. Levantas la mano para golpearla, pero su rostro aterrado te detiene. Vuelves al baño por tus ropas. Te vistes y abandonas la casa.
 
Llevas días refugiado en tu guarida, las ideas te dan vueltas, alucinas con ella, te ves obligándola a la fuerza con el cañón en su sien, pero ella llora y se niega, ni aún en sueños consigues subyugarla. Quieres olvidarla pero no sale de tus fantasías. Mañana robarás y te embriagarás para borrarla definitivamente. El amanecer te halla otra vez en tu vigilia. El hombre salió. Esta vez optas por recostarte nuevamente en el colchón, no quieres pensar más en ella, aún cuando las imágenes de la ducha se apoderan de tu memoria sin control. El letargo y la debilidad te hacen presa. El tiempo se extiende pesadamente.
 
Ha comenzado a oscurecer. Entre las sombras que alcanzas a percibir, descubres una silueta. Te asombras al verificar que es la mujer oriental que está sentada en el suelo junto al colchón que te sirve de cama. Quieres preguntarle que haces ahí, pero las palabras no te salen. Ella dice que está confundida, te ha buscado hasta dar contigo, no sales de su mente. Ha demorado porque no podía preguntar a nadie por ti. Sólo el instinto le ha llevado hasta éste recinto abandonado. Ha mentido por primera vez a su marido, diciéndole que iría a ver a su madre, sólo para buscarte, tiene miedo, pero no de ti, aclara. Luego habla de la forma en que su esposo la posee, sin besos ni caricias, sólo le quita las ropas, abre sus piernas la penetra en forma brusca y no se detiene hasta acabar. Luego se retira, sin preguntar nada. Se viste y se va al negocio. Esto ocurre una o dos veces a la semana. De noche, él no comparte su lecho. Cierta mañana trató de introducirle el miembro en su boca y al negarse la golpeó. Nunca lo aceptó y él se cansó de golpearla. Te pide perdón y te dice que no pretendió rechazarte, estaba asustada, sólo conoce el sexo con dolor. Te incorporas y le pides se recueste a tu lado, la abrazas y te quedas contemplándola sin pensar en nada. De algún modo extraño sientes que le amas como nunca has amado a nadie, no tratas de entenderlo, dejas que el sentimiento te abrace y sobrecoja. Se ha refugiado en tu pecho, de algún modo se siente protegida aún en ese lugar deshabitado. Las dudas gobiernan pesadamente tus pensamientos y resignas el destino de tus actos al instinto.
 
El ambiente de la noche es cálido. Decides besarla en la frente, mientras retiras pausadamente los mechones de su cara, acaricias su rostro delicado, femenino, besas sus párpados, su nariz, y la comisura de sus labios, labios poco carnosos pero sensuales, reconoces su boca, abres y cierras sus labios en un ritmo nervioso, tu mano lánguidamente comienza a deslizarse por su cuello en busca de sus pechos bajo la blusa, has palpado la erección de sus pezones, reconoces el contorno de sus senos que caben en tu palma y los aprietas sin que le cause dolor, sólo con la presión necesaria para que sepa que la deseas desenfrenadamente, sin razón. Luego desabotonas el resto de la blusa y tu boca explora su piel desnuda, tus labios apresan su pezones y tu lengua inquieta juguetea hasta endurecerlos al máximo, bajas por su vientre con parsimonia como si quisieras memorizar cada rincón de su cuerpo, la falda que trae puesta la deslizas entre sus piernas y retiras con delicadeza sus bragas, acaricias sus muslos ardientes, recorres su pelvis, te internas con tu boca en su espesura azabache, husmeas y desciendes en busca de su clítoris, descubres que es pequeño pero carnoso, le besas y lo mojas con tu lengua, provocándole espasmos, la humedad fluye, enardecido por el sabor y el aroma de hembra que fluye de su vagina la recorres con tus dedos, se queja, se retuerce de placer, sus manos se entrelazan en tu cabellera y sus piernas te atrapan como fuertes tenazas, gime, jadea, convulsiona, levanta las caderas, dice que va a explotar y pide que la hagas suya una y otra vez, cada vez con una pasión desesperada, te retiras y  recuestas a su lado. Su mano pequeña se desliza entre tu pantalón, te siente erguido, se besan ardorosamente, mientras va desnudándote y sin dejar de mirarte baja a su altura, lo contempla, se mantiene firme en su mano cierra los ojos abre la boca como una boa que va por su presa y lo atrapa, luego lo libera una y otra vez lo repite, se detiene, baja, lo recorre con su lengua, lo goza, le provoca, comienza a dominar la situación, juega con sus labios, desliza su mano por él, las reacciones internas de sus espasmos le son agradables te enciende, logra que brames de placer, te controla, te hace su presa, se deleita marcando los ritmos de tu goce y cuando estás a punto de estallar no evita cuando finalmente te corres inundando su boca. Ahora se recuesta, se siente liberada, hermosa, totalmente hembra, avista tu rostro colmado de placer y sonríe, sus ojos brillan la felicidad la inunda, ha sido hembra, por fin sus instintos pueriles fueron abandonados dando paso a la pasión descontrolada, se dejo llevar, se entregó a los besos, a las caricias, a los juegos, gozó y fue gozada, por fin fue mujer. Cuando sus miradas se encuentran sus manos se buscan y un rayo de luna baña sus cuerpos desnudos que pronto se acoplan en la intimidad nocturna.
 
Meses más tarde, el hombre oriental abandona definitivamente la casa. Está embarazada y ya no utilizas la ventana para verle.
 
 
 
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Foto del autor Esteban Valenzuela Harrington
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Descripción

Un drogadicto, un robo, una mujer oriental

Palabras Clave: Mujer

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



Comentarios (2)add comment
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Daniel Florentino Lpez

Buen relato!
Tu oficio deja fluir
las letras y la trama
Hay sordidez y ternura
Felicitaciones
Un abrazo
Daniel
Responder
June 06, 2011
 

Emme

Me encantó, muy completo y bien redacctado. te felicito muy bueno. Besos, Emme.
Responder
June 05, 2011
 

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