Me despido de ti
y de tus arteras manos
de las que me llegaron brotes de violencia.
Me despido sin fin de tu cuerpo caduco
que cayera ante mí como papel sin fibra.
Me despido de tus rencores de animal sitiado
y del azote de labios que hacías en malquerencia.
De tu lujuría: siempre mordáz y engañosa
y de las bregas que teníamos en las panaderías.
Me despido de tus café fríos y martines somnliento
y del luto riente con que te sostenías.
Me despido de la falsedad de tu silueta prólija:
falsa muñeca de furia y ademánes.
Ha caído el otoño, ha caído
y es tiempo de que vaya yo hacia las pobladas.
Mis pasos me dirigen a una última tierra
en que hablan los dioses y procrean relámpagos.