Como cada atardecer me senté en el muro de mi ventana
Poco a poco sentí que la extraña confusión en mi mente se aclaraba, después  de tantos años, tantos intentos por no separarnos, ahora lo comprendo todo... tu no me abandonabas, simplemente me liberabas.
Aquel día no hubo discusiones, reproches, ni mentiras
Sentí temor de pensar que seria del resto de mi vida, por quince años me acostumbre a presencia, a tu calor en nuestra cama, a escucharte abrir mil veces le refrigerador solo para constatar que no podías comer que te debías cuidar.
Dime ahora si ella lograra concebir el sueño a pesar de tus ronquidos, si comprender que tu terquedad se debe a tu falta progresiva de memoria, si podrá entender que aun cuando ames con locura siempre lo trataras de esconder.
Fuiste mi niño, mi amante, mi amor... pero con los años mucho de eso se fue apagando y me dedique a cuidarte, acompañarte mientras veía como tu juventud por minutos se despedía, mientras yo apenas llegaba al tercer piso.
No se como paso, y demore muchos días para saber que lo que me acontecía no era mas que el síndrome del nido vació.
Pero como todos los hijos algún día se marcharan y sus vidas en nuevos espacios construirán.
De repente te veo cruzar por mi ventana, tocas a mi puerta y sin prisa, ni emoción abro mi puerta, me das tu mano y la noto fría ¿estas nervioso?
Creo que si, no puedo imaginar que me quieres decir; no te devuelvas, no me muestras tu cara de derrota.
Llego el momento de entregarte las llaves de esta nuestra casa, mi taxi ya llego este es el momento de vivir.
Ahora cruzo la puerta, la entrada a mi libertad.