UNA MAANA CON BUKOWSKI.-
Publicado en Jun 26, 2011
Me habría gustado sentarme una mañana a escuchar música con Bukowski.
Una mañana, porque en las mañanas dan más ganas de violentar las cosas -es cuando las mujeres engañan a sus maridos (bueno, cualquier hora es buena para engañar a un marido, pero en las mañanas las cosas son más drásticas, algo así como desollar un french poddle en plena claridad matutina, delante de las mamás paseando a sus hijitos en carreola, es incluso un momento propicio y hermoso para salir desnudo y comprar todas las cajitas de galletas de las niñas exploradoras y acosar a las predicadoras sin pudor, es hasta acogedor para mearse en la entrada del vecino molesto o gritar a media calle que Dios no existe); la mañana, es buena, justo cuando los hermanos espían a sus hermanas por el ojo de la cerradura (o las hermanas a las hermanas, o los hermanos a los hermanos, cada quien), es cuando papá se va para no volver nunca, o cuando el ama de casa en verdad toma el cuchillo para darle fin al ruidoso despertador y de paso a los niños con sus martirizantes horarios de escuela puesto a que con destruir el despertador te ahorras el desayuno pero, si de paso desollase a los niños de una vez, se ahorra todo, y tendrá libre toda la semana. Tendría que estar preparado. Nadie puede negar que por las mañanas se antoja una cerveza helada, tal vez para salir de ese estado de estulticia en que solemos despertarnos los mortales (sobre todo porque, también por las mañanas, se estudia y se trabaja, se va por el pan y se lee el periódico, una pendejada tras otra; hay que cubrirse, pues, las espaldas, y una cerveza es ideal para esto). Aunque no bastaría con chelas; tomando en cuenta las preferencias del maestro Bukowski, tendría para él -para él y para mí, quiero decir, porque no me iba a quedar nomás mirando- cuando menos media docena de botellas de Chateau Pichon (una docena es mucho, tampoco iba a estar de acuerdo en que se quedara a dormir en mi casa, al rato iba a amanecer en la misma cama con la que vuela y conmigo, encima de nosotros dos moviéndose bruscamente mientras nos escupe los orificios y nos da de nalgadas, mientras balbucea de su cebolla morada y le dice a la que vuela que nunca tendrá un hombre de verdad si sigue conmigo, no me quiero arriesgar a que ella se largue con él y con mi billetera y que mis poemas le sirvan para limpiarse el culo); quien sabe cuanto iba a prolongarse el encuentro -que, por otro lado, y no he mencionado lo mejor, iba a tener por protagonistas a dos emes: Mozart y Mahler, favoritos del viejo, míos no, nomás Mozart (Mahler es demasiado farragoso, para intelectuales). Entonces hablaríamos de todo, menos de literatura; así imagino las cosas, no me gustaría teniéndolo encima ahora para cagarme a palos por mis influencias poéticas (porque viéndolo bien, el que él me golpeara sería la mejor de las clases de poesía, pero no estaría en buen estado para agradecérselo). Le confesaría algo; que me ha influido como hombre, no como escritor. Y que eso es importante. Para mí. Que en el caso de la literatura, siempre he creído en la fascinación que un hombre ejerce en otro, pero más por la vía de la existencia misma que por la del precepto literario. Pues generalmente los escritores resultan más aburridos que una vaca a punto de parir, zafios y pagados de sí mismos. Creadores de superficialidades a las que llaman (ellos mismos las llaman así) obras maestras, además de que la susodicha influencia entre escritores tiene más trampa neuronal que de realidad (por eso unos acuñan como maestros a los más léperos y como deidades a los más aburridos). Y enseguida le preguntaría por qué tenía que agarrarse a madrazos tiro por viaje -en la vida real, así como en sus guiones-, que si era un modo de probar su hombría o de dejarse influir por el güey con el que se madreara. ¿O lo verdaderamente importante es el acto de madrearse?; a lo que mejor encontraba vínculo entre los puñetazos y las palabras, no, esto ya suena a top show sobre todo porque él sí es un desgraciado. Quien sabe si tuviese algún sentido preguntarle esto; pero aunque no le gustara no habría problema alguno: si algo distinguía a Bukowski era, pese a lo que se pudiera pensar a primera vista, la educación. Basta con entender y leer entre líneas, lo que dice Henry como mosca de bar, en que Bukowski está de cuerpo entero, en que se vació como en una gran eyaculación, tal vez la última de su vida. Atrás de todas sus locuras, atrás de todo el desmadre que arma, de sus provocaciones y de sus atropellos, siempre se topa uno con un hombre educado, sí por educación entendemos el forje del espíritu. Entre los caballeros de la mesa redonda -como la ronda- y él no hay menor diferencia: mientras que aquéllos iban en busca del Santo Grial, Bukowski va en pos de algo más difícil de obtener: la dignidad, precisamente un tema del que muchos hombres no quieren hablar, no se diga una acción que consumar. Creo que la interpretación de la mosca de bar deja varias lecciones. (Vamos por partes: con todo respeto -no, sin respeto alguno-, pero hay un solo punto en que los guiones superan a las películas, y es que nadie les ha metido mano, nadie los ha violado hasta las entrañas, como suelen hacer los cineastas con todo su equipo de carniceros y no creo que haya uno que se salve, de hecho son el rival futbolero de los editores y sus correctores de estilo, solo que los cineastas son carniceros de reses, y los editores de pollos, es más grande un guión que un poemario ¡vaya!) La primera lección es el espíritu de derrota que anima al protagonista (Henry Chinaski), y que lo hace crecer ante nuestros ojos; de eso precisamente nos enamoramos de él, porque qué hueva los triunfadores (si tú te consideras un triunfador, no termines de leer esto, regálaselo al taxista, al mesero o a la fichera más próxima en o de plano apaga el computador o tira el borrador a la basura, en cualquier lado estará mejor que en tus manos), hay que sacarle la vuelta al triunfo si queremos conservar intocable el sarro que protege nuestros caños. Cuidado con dejarse llevar por esa finta del destino. De las más siniestras. Porque nunca vas a tener para pagar factura. La segunda lección es la humildad. Y por alguna razón -ignoro cual, soy lector profano y al cine casi ni voy, excepto si me acompaña una amiga que me haga el típico favor, pero de eso ya lo saben la mayoría, ya les he contado anteriormente que les pregunto; ¿adelante para ver la película? ¿en medio para hacer medias pausas en tu blusa? ¿o atrás para no verla? ya saben lo del fornicar y luego existir-, por algún motivo que desconozco, la humildad queda más clara cuando leí el guión de la película. Eso me encanta del personaje protagónico, que la humildad queda más clara en el guión que en la película, que la humildad lo empuja y lo regresa, una especie de tequila blanco con cerveza, que es como un émbolo en su corazón, en el corazón de Chinaski, que tantito sube y tantito baja. Eso deberían tenerlo muy claro los escritores, aquellos cuyo émbolo se quedó paralizado en la subida. (Y cito de vuelta a los escritores porque es el gremio que tengo más cercano, y contra el cual Chinaski se lanza a matar en el guión; no en balde se acuesta con su editora, luego de bajarle, naturalmente una botella de whisky; pero lo sublime es que se la lleva a la cama para deshacerse de ella. Una táctica muy bukowskiana) Y la tercera y tal vez la última -uno nunca termina de extraerle lecciones a las cosas- es la de la congruencia. Porque vaya que si este hombre es congruente consigo mismo (bebe como escribe, y escribe como bebe), lo cual provoca que la gente alrededor, la gente que se cruza con él en la banqueta, la gente que llama a la puerta de su casa (si es que esa cloaca puede llamarse casa, es como una madriguera para filósofos, más bien debería llamarse fortaleza), esa gente que se topa con él se sumerja en las aguas pantanosas de la incredulidad o de plano se santigüe nomás de verlo pasar. (Más de una madre, o más de un padre, el típico estadounidense fofo, esos nerds clásicos, que lo mismo son premios Nobel que malandrines inventores de nuevas religiones o nuevas bombas y nuevas guerras, o como mi ex novia falta de identidad -si la que no fue una musa amigo, esa misma- con los ojos sin pestañear y vueltos al cielo, han de haber agradecido cuando Bukowski murió; adiós esa mala influencia, hasta la vista ese beodo, ciao Lucifer, como creyendo que el barbudo existe, como creyendo que un pinche viejito nos va a salvar) Pero más mujeres que hombres porque vaya que si las sabia tratar -y no nada más diez minutos Henry, modesto-. Ya lo dije: las dejaba subir hasta arribita y de pronto les quitaba el banquillo -motivo suficiente, redundo, en no dejarlo a solas con la que vuela-. Y aún madreadas lo seguían adorando -¡va! ¡mujeres!- Sabían con quien estaban hablando. ¿O será que a las mujeres les gusta la mala vida? -¡¡¡No!!! ¡qué va!- Nada nuevo en todo caso, como nada nuevo bajo el sol que haga deshacernos de todo furúnculo o más, en la obra y vida del viejo. ¡Salute! ¡Por el viejo Hank!
Página 1 / 1
|
Hoz Leudnadez
acá está el vandido brindando por el viejo chinaski
Hoz diciendo gracias hombre!!!!
Hoz Leudnadez
gracias y ajuuuuuaaaaaaaa!!!!!1
ese Johel balacera constantesin!
Fiore Montefuoire
Me encantó lo de desollar, y la madre que se libra de todo el mal por la semana
a mi gusto, Hank más que un buen o peculiar poeta, era un excelente o raro especimen
su forma de escribir y de ser, era para muchos como la de un anti-artista o un anti-todo
-bueno, menos lindo que Rex jaja- pero debo de admitir que en verdad es de lo más
interesante y de lo que más te sensibiliza, siempre me han gustado muchisimo sus experiencias
como chinaski, un excelente texto Hoz, rindiendole tributo a un grande, uno de tus favoritos me
parece, por acá no hay muchos que se nieguen una lectura y que por hipócritas
son de los que llaman y denuncian una galeria erótica amigo
por todo, qué huevos los tuyos... eso es ser un mitad hormbre... mitad bestia
cierto lo que dice mi querido Johel;
el penetrador más zafio del oeste... salud por Hank, por ti y por Johel
Johel Delacroix