Una visita
Publicado en Jun 30, 2011
Cuando llegué a la ciudad donde nuestra familia habita, aunque sentía un resquemor, me fue obligada la visita a mi primo enfermo e ingresado en el hospital. Yo no deseaba ir a verlo pues sabía de su estado grave y que aquel encuentro entre tubos y pantallas, sólo nos haría daño a los dos.
El tenía bastantes años más que yo. Por eso de adolescente escuchaba extasiada todas sus aventuras en una juventud cabalgada a pelo, cogido a las crines de un caballo llamdo muerte(Miguel Ríos dixit). Se metió tanto en su cuerpo que unos meses atrás éste empezó a supurar. A echar parte de lo que llevaba cociendo como mal caldero desde años atrás. Llegué pasadas las cuatro. Nos abrazamos y por supuesto, emocionados nos dijimos que nos veíamos muy bien. Y luego yo ya no supe que más decirle. El se hallaba recostado en la cama, amarillo y azulado. Con dos almohadas detrás de su espalda. Yo no sabía si era buena idea el recordarle los buenos tiempos en que se llevó toda la sal de la tierra. Quizás le alegraría aquellos ojos muertos el revisar la cara A de su vida. Quizás lo iba a sumir aún más en su postración de enfermo terminal al que todo se le acaba y no puede echar el freno y regresar. El se hizo el fuerte, preguntó por mis giras por Oceanía. Y si volvería pronto a Auckland. Le comenté que había ganado dos torneos casi consecutivos en la India. De poco nivel. El me animó. Dijo que poco a poco volvía a ser la esperanza junior de unos años atrás. Yo sonreí pero negué con la cabeza. Me preguntó si había visto a su hijo. Si, lo había visto en la casa familiar. Muy crecido, muy alto para su edad. Creo que me iba a hablar de él, pero empezó a toser, luego dio síntomas de que se ahogaba, apenas tuvo tiempo de hacerme gestos con sus manos para que me apartara y vomitó una gran cantidad de sangre sobre su propia falda. Terrible. Eso tiene la leucemia. Llamé a la enfermera a gritos, muy nerviosa. El seguía echando su sangre por la boca, sus ojos estaban tan desorbitados que estremecían: no parecían humanos. Dos enfermeras me rogaron que dejara la habitación y cerraron la puerta. Y héte aquí, una tarde de domingo de principios de verano, yo paseando lentamente, hundida, por un largo corredor de hospital. Afuera hacía un día magnífico, con un sol resplandeciente y toda la vida que le insufla el verano al ambiente. Pero dentro... dentro todo se acababa.
Página 1 / 1
|
El lector 956
Encubierta
Sin embargo, trama que se exige una sinceridad sin adornos, fuera prosa poética: hablas de alguien que se muere y tú lo ves. Así lo has contado. Me parece bastante, bastante logrado.
Gracias por tus comentarios a los primeros escritos que he dejado aquí.
Marcelo Sosa Guridi
Camilo Henao