Leyenda de Montaña
 
 
El silencio lo inundaba todo, la nieve se dejaba caer pesadamente sobre los árboles que se resistían a ser cubiertos por aquel velo blanco que todo oculta, borrando todo huella de lo que fuera un camino y por el cual debía regresar aquel hombre que estaba a punto de ser padre y allá tras las colinas la pequeña casa con la mujer que entre sollozos suplicaba por la pronta llegada de su marido.
Los dolores del parto se hacían insoportables y ella no tenía fuerzas para ponerse en pie, el pánico la invadía cada vez que escuchaba los aullidos de los lobos, los que tal vez a la distancia podían oler la sangre que desde sus entrañas empezaba a emanar, las fuerzas la estaban abandonando por completo cuando el romperse de los cristales la hizo estremecer y no pudo sino levantar una de sus manos para alcanzar y encender un cerillo el cual no hizo mas que reflejar la sombra de un gran lobo negro acurrucado a los pies de la cama para luego abalanzarse sobre la mujer quien aun sin terminar de parir al retoño que tenía apenas su cabeza afuera de la vagina de la madre, ésta se extinguió por los colmillos del lobo que se hundieron sin piedad en la garganta de la mujer.
No se si fue la gracia de algún Dios o el espíritu de una bestia o tal vez los estertores de la muerte quienes empujaron al retoño hacia afuera el cual cayo duramente contra el piso de madera. Cubierto de sangre no tardó en ser descubierto por los lobos los cuales luego de lamer la sangre que lo bañaba empezaron a comer su ombligo, uno de ellos estaba abriendo su hocico para morder el vientre y alimentarse de aquella miserable y blanda carne cuando el golpe de un garrote se dejó caer sobre el animal...
Era un hombre deforme que decían las leyendas existía en las montañas, lo arropó y cogiendo un tizón el cual aun estaba encendido en la otra habitación quemó la herida del ombligo, el grito del desgraciado muchacho fue ensordecedor, el único vestigio para el padre quien ya estaba cercano a la casa, que su hijo estaba o al menos había nacido vivo.
Cual muchacho el hombre se acurrucó junto a la cama donde aun quedaban algunos restos de su mujer luego que los lobos se alimentaran de su cuerpo, no se sabe con certeza cuanto tiempo estuvo en dicho lugar, pero las ganas de venganza lo hicieron ponerse en pie y bajo la claridad de la luz pudo ver el la nieve unas huellas extrañas que lentamente se iban alejando entre los árboles, seguidas por unas cuantas pisadas de lobos.
Debe ser el señor de los lobos quien se comió a mi mujer-se decía para si mientras que con su escopeta cargada seguía las huellas de los animales, dejando una estela de muerte a medida que avanzaba.
Sin embargo lo que nunca sabrá fue que los lobos seguían el olor de la sangre del niño que aquel deforme hombre llevara entre sus brazos.
El tiempo pasó y el niño criado como si fuera una animal comía los despojos que le diera su cuidador, viviendo siempre en cuevas en lo más profundo de las montañas, sin siquiera conocer la luz del sol. Como crecen los pinos, el niño fue creciendo hasta convertirse en un adolescente, sin mas vestimenta que unas cuantas pieles lograban sobrevivir refugiados en la cueva que les brindaba calor.
El padre en tanto consumido por el dolor se dedicaba a cazar lobos o lo que quisiera se cruzara en el camino, cuando de pronto una noche en la cual se dejaba caer una espesa nevazón, el romperse de una rama puso en alerta al hombre, éste con su escopeta cargada apuntó al lugar desde donde escuchara el ruido, y luego del disparo solamente se pudo escuchar un grito, el cual se empezó a apagar entre sollozos y los lamentos del adolescente. El padre había dado de lleno con su disparo al mítico hombre de las montañas.
Caminando en silencio y con su arma lista a ser disparada se acercó despacio para disparar nuevamente, lo único que se pudo ver con la llama que salió del cañón de la escopeta fue una silueta que se abalanzó por la nieve cayendo hacia una quebrada que se encontraba cercana, y luego de ello ni una huella mas. El padre buscaba rastros acompañado de una antorcha que encendiera pero al regresar donde estaba herido de muerte el hombre de las montañas no encontró absolutamente nada.
Pasaron algunos días cuando una noche de luna y mientras el hombre parecía una luciérnaga al aspirar su cigarro, vio un sombra entre los árboles, tomó su escopeta y esperó pacientemente, cuando algo se abalanzo sobre él, era su propio hijo, de quien los gritos se confundieron con el estruendo del disparo, algunas municiones dieron en el lado izquierdo del rostro arrancando una oreja y parte de la piel, lo que no fue impedimento para que con sus afilados dientes pudiera morder la cara del hombre, la cara de su propio padre. El sabor de la sangre lo excitaba de sobremanera y no tardó en alcanzar su cuello. El padre quien ya vencido y de espaldas sobre la nieve pudo levantar su mano para intentar retirar del crespo y negro cabello a su atacante, sin embargo la mano solamente alcanzó a posarse sobre la cabeza para ir deslizándose entre el cabello, momento en el cual el hombre moribundo recordó y recordaba como sus manos se deslizaban por el cabello de su mujer, para luego apagarse lentamente.
 
Ahora dicen que quien acabara aquella noche con quien acabó con lo único que él conoció como familia como lo era el hombre de las montañas, ahora ataca a todo ser que quiera parecerse a un hombre, o una mujer mientras que en las noche de luna mira su cara reflejada en el agua y no ve ningún parecido entre los hombre y él.
 
Caranndor