El oleaje reseca de continuo los muelles,
dando sensación de rupturas con sus golpes salados.
El mar clava sus dientes en los muelles añejos
mientras los va escindiendo con muchas manos viejas.
Allí donde se alarga unos metros la ísla
como si de talones largos se tratase
la madera tiende a llevar bofetadas
que se muestran arteras a la faz coralina.
Yo amo a los puertos tachonados de clavos
que articulan la playa contra aguas musculares.
Los amo porque allí se anidan por un tiempo los barcos
antes de internarse en los mundos húmedos y profundos.
Amo aquellos tablones con sudores de arenque:
dedo extendido al vértice de un Hermes salitroso.
Me deleita todo aquello que viene en las canastas
y le canta a la vida mientras se va asando.