Tu respiración, espuma errante,
se cose a los bordes de la noche.
La penúmbra se anida en la cama
mientras constituímos un arco de relámpagos.
No te cruzan las dolorosas pesadumbres
que desvaneces la idea de la pareja.
De la nuca al ombligo, parpadeas
como mil parejas de mariposas aladas.
Fluyes y entras a mirarte en mis pulmones
dejándome los ojos poblados de vacío.
Tus caricias internas me queman tiernamente
mientras nos vamos encajando, muslo a muslo.
Eres más deliciosa que la hora de la tarde
cuando cae en los labios haciéndose miel silente.