La curva
Publicado en Jul 09, 2009
La curva
La vida de Marcos transcurre a través de instantes que se ajustan a una recta casi perfecta, sin deslices que formen la más mínima curva capaz de desequilibrar un ordenamiento matemáticamente lineal e infinito. Sin principio ni fin, no sabe ni cuando ni donde comienza ni hacia donde lo lleva. Eso no importa, lo único relevante es evitar cualquier factor casual o causal capaz de desdibujar el trazado perfecto de sus días. Cuando el ordenamiento es tal, no se puede hablar de felicidad ni de tristezas, pero sí de tranquilidad y de estabilidad emocional. Y esto es justamente lo que él busca y necesita. Es que aunque no lo busque la vida reacciona espontáneamente hacia el equilibrio. Luego de una gran felicidad, espera una profunda tristeza, y las lágrimas de hoy se convertirán en risas mañana para luego nuevamente convertirse en dolor. Un dolor que llega al alma y deja huellas, más profundas y duraderas que las huellas de la felicidad. Para qué entonces intentar ser feliz si a la larga o a la corta el destino se encargará de compensar esa felicidad con dolor. Para qué inclinarse a ambos lados de la balanza y arriesgarse a dañar el delicado mecanismo que la sostiene, lo que frecuentemente ocurre cuando el dolor, a pesar de tener la misma intensidad, el mismo "peso" que la felicidad, nadie sabe por qué, pero deja marcas dañinas que no sólo implican una curva que quiebra la línea recta, sino que cambia su esencia para siempre. Marcos sabe esto porque lo vivió al perder a sus padres y ha decidido desde entonces tomar control de la dirección de su vida y no caer nunca más en el umbral del dolor ni de la felicidad. Él está bien, su vida está en orden, todo va bien, no necesita de nadie ni nadie necesita de él. Y lo que menos desea es cruzarse con la intrépida y cruel figura del prestigioso "amor". Prestigio que se ganó entre la gente del mundo que sólo es capaz de observar segmentos limitados del camino. La ruta entera muestra que el amor termina convirtiéndose en dolor. Siempre. Y el dolor es de una magnitud directamente proporcional a la del amor. El abandono, la indiferencia, el engaño y la muerte conforman el doble filo de la hoja. Eso es el amor, un cuchillo, un arma blanca de doble filo, que atraviesa el corazón y deja su marca para siempre. No hay forma de escapar. El amor nunca dura, es efímero como la vida misma. ¿Para qué enamorarse entonces?... Por eso Marcos prefiere vivir en armonía antes que sobresaltado por emociones profundas y pasajeras. Sólo una persona le importa en el mundo, su hermana gemela, Elena. No tiene a nadie más, y lo agradece. La vida de Elena es muy distinta a la suya. La vida de ella no es una recta ni una curva, sino un zigzag con trechos variable imposibles de predecir. Su filosofía es muy distinta a la de su hermano, quien ha tratado de alinear su vida en innumerables ocasiones sin resultado alguno. Tal vez sea fruto del efecto entrópico del universo, el orden en la vida de Marcos es posible a expensas del desorden en la otra parte de su vida, de su sangre. Aun así Elena es muy feliz, y muy infeliz otras veces. Y en ambos extremos de su balanza Marcos está ahí, con ella, sin darse cuenta que al igual que su sangre, la balanza también es la misma. Pero Marcos no lo ve así, para él ser testigo de la vida de su hermana significa profundizar aun más el lineamiento al que se aferra. Un día, que empieza normal, como todos, termina con un pequeño desliz, un sobresalto en su recta y armoniosa vida. Elena tiene cáncer. Un cáncer terminal que en cuestión de meses tomó posesión de varios órganos y no hay forma de erradicarlo. Marcos se entera y hace un esfuerzo sobrehumano para evitar el quiebre, al que tanto le teme. ¿Cómo pudo pasar? Qué irónico destino, qué desgraciada vida, que cruel equilibrio, o desequilibrio para él. Trata de evitarlo pero no puede, el dolor ya edificó un castillo con las piedras más pesadas que puedan existir. De una forma cruel y despiadada este dolor no sólo rompe con la rectitud y armonía de su vida, sino que traza una curva que sabe bien hacia donde se dirige. Hacia el fin, el fin de la vida misma... ¿Y ahora? Ahora Marcos se da cuenta de que todo era cuestión de tiempo, nadie escapa. La cuestión no era mantener una línea, sino proveerse de armas que permitan sobrellevar y cargar con el peso del dolor, y a estas armas sólo puede proveerlas el perverso amor, al que él siempre le dio la espalda. Sin él, está débil, el dolor lo vence, no tiene con que combatirlo, con que amortiguarlo, nadie que lo ayude a cargar con su peso. De repente aparece alguien cuya presencia lo cambia todo. Alguien a quien Marcos nunca se atrevió a mirar a los ojos por miedo a encontrarse cara a cara con su mayor temor. Ella toca su mano y puede sentir lo que él siente. Está acostumbrada. La indiferencia de Marcos hacia ella hizo que convivir con una herida en el corazón sea parte de su rutina. Para él ella siempre fue simplemente una mera compañera de placeres; para ella él fue y siempre será el amor de su vida. Tenía que pasar esto, perder a la persona más importante en su vida para que se diera cuenta de que la línea de la vida nunca es recta, forma continuamente curvas, la balanza está en continuo movimiento, no existe el equilibrio estático. Él toma también su mano, la mira a los ojos y ve en ellos ambos puñales que lo condenan, al dolor y al amor, y decide desde entonces vivir con ellos. Aunque siempre fue así, ya que el dolor que ahora siente es la expresión del amor por su hermana. Pero ahora él lo decide, esa es la única diferencia. Su recta se quebró, su balanza se inclina para un lado y para el otro sin cesar, su vida dio un giro en el que el amor tomo protagonismo y le ganó a la muerte y al dolor. Al menos por ahora...
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raymundo
Verano Brisas