COMO UNA VIRGEN
Publicado en Oct 14, 2011
A Madonna, like a virgen.
Borraría los nombres, los rostros, los lugares y las noches que desataron cansancios, hastíos e insoportables saciedades inútiles, asaltaría los tugurios con pisos de tierra y techos de paja, los salones de cristales y caobas florecidos de meretrices, dejaría esperando a la muerte con su sayo y su guadaña para penetrar en tus ojos grises, en tu piel madura, en tus tenebrosos deseos. Construiría una alta basílica sin colorinches vitrales ni santos de yeso ni vírgenes de madera para que tu imagen no se corrompa con las babas de mis demonios ni con el aire fétido de celos de las multitudes de leprosos que te buscan por las grietas sangrantes de sus llagas buscando el milagro de tu presencia. Volvería por mis pasos equivocados de esquina, por las anchas avenidas donde se reflejaban las luces verdes, amarillas y rojas de los semáforos impenitentes y por la calle ripiada de la acequia donde los árboles tenían nombres de arcángeles y pájaros escondidos, para hacer crecer desde ese pasado feliz un silencio de tumba abandonada en espera de tu voz revolcada en tesituras e impostaciones. Derramaría el vino aciago de las vísperas sobre la cera virgen de los colmenares, con su rojo tinto y su sabor áspero pagaría las indulgencias, las penitencias y los últimos sacramentos, para acercarme a tu cuerpo de pecadora constante, de ninfa lésbica y de diosa insaciable, sin el fardo de mis pequeños pecados y mis elucubraciones sacrílegas. Aduciría inconciencia, letargo, ingenuidad, una locura de piedras, un espanto de vértigo sobre los riscos del acantilado de areniscas y coquinas, o una enajenación de marinero cansado para justificar mi viaje, mi ausencia, mi fuga de los sitios cotidianos, de las sillas y los balcones, en busca de tu rostro ajado, de tus labios agrietados y el fulgor fosforescente de tu piel antigua sobre el lecho imposible en la oscuridad aterciopelada de un cuarto quimérico sin puertas ni ventanas. Abandonaría el monasterio a media noche solo para verte en la gruta del patio de oraciones en tu pequeña talla monolítica de Virgen coronada y sedente, hierática, frontal, en sándalo rojo con la policromía perdida por el roce sucio y vulgar de tus incontables peregrinos enviciados en tu silueta de hembra tutelar. Untaría de sangre y hiel los adoquines que llevan a tu sagrario para mantenerte secuestrada en el frío del mármol blanco apenas iluminada por un alto lucernario de cirios parpadeantes, y entregarte en tormento mi sicótica adoración de beato inconcluso. Vale.
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