Semana Santa
Publicado en Jul 09, 2009
El humo del Thorton me lo tragué todito, Ruy y Nicasio sólo se rieron. Llevábamos media mañana con los pulgares levantados esperando un aventón, nada más a Acapulco, pero el calor ya me había convencido de aceptar uno aunque fuera a Tres Marías. No sé si mi ángel o el de mis acompañantes se apiadó de nosotros, pero en el auto en que por fin nos fuimos, iban dos hermosas rubias y un hermoso oxigenado. Nos ofrecieron llevarnos hasta Cuernavaca. En esos momentos era mucho más de lo que esperábamos y aceptamos. El recorrido fue monótono, con la salvedad de que fumaban mota en lugar de tabaco y porque antes de Tres Marías ya nos habíamos acabado el pomo de tres cuartos de Bacardí.
Justo después de La Pera decidimos cambiar el itinerario, nos quedaríamos en Cuernavaca con Marlene, Katia y Eliseo, los padres de Nicasio tendrían que aguantarse para la siguiente Semana Santa. Llegamos a la casa como a las cuatro de la tarde. El sol pegaba con todo y se reían de mí porque tenía la cabeza roja y parecía un buitre. Entramos en la casa que, al momento de abrir el zaguán, se convirtió en mansión, "¿Qué narco vive aquí?", pregunté sin recato alguno. Las miradas de los anfitriones me apabullaron y confirmaron que sí íbamos a ver a uno. En ese momento, sentí el miedo físico, el hilo que baja lentamente por el recto y te provoca dolor de estomago. Ruy y Nicasio seguían chupando, ni cuenta se habían dado de la situación ni de la mansión en la que estábamos. ¿Qué seguía? ¿Cómo debía actuar? Ya no estaba cómodo. Nos mostraron nuestras habitaciones, digo nuestras porque, en efecto, cada uno de nosotros tenía la suya. Katia me mostró la mía y se despidió con un "te espero en la alberca en cinco minutos". Cuando estuve solo, decidí despreocuparme y cuidarme de decir o preguntar pendejadas. Abrí mi backpack y saqué mi descolorido traje naranja que alcanzaría con esta salida, las quince vacaciones. Revisé que no estuviera roto, con especial énfasis en las ingles. Todo estaba perfecto. Salí y me dirigí a la alberca. Esperaba encontrar a Katia, a Marlene, a Nicasio o a Ruy, bueno, ya de perdida a Eliseo, pero no, sólo encontré a un hombre obeso, bien afeitado, sombrero de Panamá y una enorme camisa floreada que dejaba a la imaginación el que trajera shorts, traje de baño o nada. Se presentó como Bartolomé y estuvimos platicándonos de "tú" hasta que llegaron los demás y se refirieron a él con más respeto, como "Don Bartolomé", después de eso, así lo hice yo también. Tendría unos cincuenta años y el aspecto de un Marlon Brando cómico. Su acento era del norte, luego supe que era de Agua Prieta. Platícamos de todo, menos de futbol, mujeres o política, hasta me enteré que era ateo. Creo que le caí bien porque siempre que iniciaba una nueva historia primero se dirigía a mí, acabo diciéndome "mi amigo...el buitre". Aunque la presencia de Don Bartolomé desmanteló lo que yo imaginaba para esa noche, sin saberlo fue lo mejor. Nos fuimos a dormir como a las dos de la mañana cada quien a su habitación. A las cuatro de la mañana me encontraba en calzones al lado de la alberca junto con todos los demás. Don Bartolomé estaba en la sala dialogando con el jefe del grupo de la AFI que nos tenía detenidos. Minutos después nos subieron a varias camionetas y nos llevaron sin averiguar más. Nos presentaron al día siguiente en la PGR de Cuernavaca como lugartenienetes del capo Bartolomé Valverde, uno de los más buscados por la AFI, la DEA y no sé cuántas corporaciones más. Gracias a la T. V., que tanto detesto, fue que nuestros padres supieron de nosotros. Gracias a no tener antecedentes y estar estudiando, logramos que nos dejaran libres, eso sí, con la más seria advertencia: "Que huyéramos del país", ya que irían tras nosotros para evitarnos las tentación de convertirnos en soplones. Hoy no sé dónde se encuentra Nicasio o Ruy. Ellos tampoco saben donde estoy. Nadie puede confirmar nada de lo que he escrito. Sin embargo, aunque esta anécdota de Semana Santa la he escrito desde un lugar que hoy no puedo revelar, creánme que ocurrió así.
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Guillermo Cervantes