SOLO SIGNIFICANTES
Publicado en Nov 20, 2011
Los vestigios de la tarde zozobran entumecidos de los vientos tremolantes de eucaliptos y palmeras extraviadas. Una fila de hormigas soporta atareada el vaivén del único universo posible de entre todos los multiversos probables. Los astylus se extinguen hasta la próxima primavera arrastrando hacia un cíclico Gólgota la misma cruz de Anjou que detentó el escudo de la dinastía del extinto rey de Polonia. Los guijarros del río de las Piedras se tornan cuarzos y turmalinas para escaquear las orillas donde las ranas y los cangrejos jueguen su axedrez nocturno escondidos de la blancura mortal de las garzas. Un arcoíris de metales iridiscentes abre un portal en mitad del cielo dividiéndolo en dos gajos especulares cada uno con sus nubes y sus pájaros. Siniestras topologías con sus juegos incomprensibles de rotaciones, traslaciones o reflexiones destuercen los girasoles, los zarcillos de los clarines y los negros élitros de un arcángel contumaz. Larvas de mariposas de la col abusando de tautologías que hacen verdadera cualquier interpretación escriben en sánscrito las cuatro nobles verdades en la corteza de un ginkgo. Las lombrices resecas, los pontones mecidos por las olas muertas de todos los puertos, la sombra imposible del alicanto deslizándose sobre un campo de amapolas ocupadas en sus opios y sus rojos. Suceden albas y torrentes, rizomas, cuencos de bronce, alfiles y oropeles, sin monótonos zumbidos de abejas ni rugidos de leones extraviados un extenso marasmo de tierras baldías finalmente amanece. Abundan cobres y bronces con el musgo mineral del verdín marcando los soles antiguos que rozaron sus brillos perdidos. Después de medianoche las calles empedradas de humedecen con las lluvias de los inviernos de sus canteras rebalsando las alcantarillas y jugando a ser alegres riachuelos hasta que se abre la primera puerta madrugadora. La secta de los escanciadores se reúne cada quinientos años en la caverna donde las ágatas duermen narcotizadas por polvo de obsidiana. Las geodas guardan el aire de los magmas de sus cuarzos, las reminiscencias de batolitos frustrados, las lagrimas que buscan los travertinos en los bordes azufrados de las fuentes termales. Un arco de fuegos de San Telmo relumbra en lontananza iluminando los escollos, negras rosas a flor de agua, y los mástiles inclinados en muerte de las naos hundidas. Una grieta imperceptible en la arista del muro de la catedral avisa a los creyentes que por lo menos ahí en esa esquina el Omnipotente aun no es llegado.
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