LA CONSTANCIA DE CONSTANZA (Parte 3)
Publicado en Nov 24, 2011
LA CONSTANCIA DE CONSTANZA
.................................... Novela Colonial (TERCERA PARTE) 16 - ALTO PERÚ ............................... El Alto Perú se abrió a los viajeros en toda su opulencia. Los dos visitantes recorrieron juntos la ciudad cabecera del Altiplano que tanto fascinaba a Don Lucas, y el encomendero del Tucumán sentía orgullo al presentar ante aquella distinguida sociedad chuquisaqueña, a un hijastro que ansiaba transformar en hijo definitivo. En su heredero. Los ancestros limeños de Don Fernán, por el lado materno, le dieron allí un aval sobresaliente. A poco de llegar recorrió las calles de la afamada Universidad de Chuquisaca, admirando su esplendor edilicio. Conoció a la Audiencia de Charcas situada a pocas cuadras de ella, luciendo sus inmensos portales. Visitó asimismo al Obispado de La Plata, menos ostentoso, y debido a su actividad comercial se hizo presente en el Gran Mercado de Charcas pasando bajo sus grandes arcadas, con su orgulloso escudo de águila bicéfala en hierro forjado, el mismo escudo de la Casa de Austria. Cuando Don Fernán recorriera cuatro ciudades distintas (Audiencia de Charcas, Universidad de Chuquisaca, Obispado de La Plata, Mercado de Charcas) pudo comprobar que tratábase de una sola ciudad. De muchos nombres, con actividades separadas y autónomas, separadas por pocas cuadras. Pero sin embargo eran distintas ciudades, aunque funcionasen en el mismo predio habitacional. Y en cada una de ellas el joven recién llegado conoció gente diferente, debiéndose a habituar a este rápido cambio de trato con las personas, que residían empero, a pocas cuadras de diferencia unas con otras. Así cuando él decía a Don Lucas "Voy a Charcas", estaba indicando con ello que iría hasta la Real Audiencia por los intereses propios de sus negocios filipinos, tan importantes para él y su familia Díaz de Urquizu, de quien era allí su delegado. El trato con los Oidores representaba algo más que un mero instrumento de justicia, siendo la propia voz del Rey quien hablaba por su intermedio, pues Carlos V le había otorgado fuero propio independizando a la Audiencia de Charcas del gobierno virreinal. La venerable Real Audiencia era independiente del gobierno colonial. Incluso del gobierno español. Dependía sólo del Rey. En esto residía su severa condición, y Don Fernán pudo admirar el famoso "Paso de los Oidores" acompañados de una comitiva por las bellas calles empedradas. Casi sagrados. Sin parentesco. Separados en trato de todos los habitantes del lugar. Impedidos de pernoctar en la casa de cualquier familia. No parecían iguales al resto de la población y nadie en esta región de las Indias sudamericanas estaba por arriba de un Oidor de Charcas, cuyo "eforado" lo arrancaba en poco tiempo del lugar para ya no volver. No alcanzaba a conocérselo ni a arraigar, cuando ya debía partir de allí a muy lejos destinos. Como algo mágico. De un instante. Inclaudicable. Cuando en otro momento Don Fernán dijera "Voy a Chuquisaca" entendíase que deseaba cultivar el trato con los eruditos de la Universidad, haciéndose allí muchas simpatías entre sus estudiantes internos y los profesores jesuitas. El climax estudiantil atrajo la atención del nuevo visitante. Don Fernán deteníase a admirar esa imponencia arquitectónica distribuida en varios edificios blancos que lucía la Universidad de San Francisco Javier, cuyo nombre evocaba al gran compañero de Loyola. Un estudiantado diverso ponía su nota peculiar en el carácter mundano que lo diferenciaba. Sus togas estudiantiles confundíanse entre la elegancia chuquisaqueña, compartiendo la vida múltiple de esta ciudad cabecera. Ciudad facetada. Pero aún en medio de esa acogedora sociabilidad que la caracterizaba, era condición destacable el grado se sobriedad propia del ambiente, que Don Fernán procedente de Manila, supo advertir por contraste. Atraído por su atmósfera el joven filipino aguardó durante días con paciencia oriental, de pie sobre las escalinatas, hasta ver salir por el gran portal al Presidente de la Universidad, y ambos hiciéronse un saludo reverencial. Cruzaron sus miradas por algunos instantes, comprobando de inmediato Don Fernán que el Jesuita no había girado la cabeza, pero supo en ese exacto momento que el joven procedía como él, de "allende los mares", aunque en sentido cardinal inverso. Y cuando en otro momento dijera Don Fernán "Voy a La Plata", indicaba con claridad el carácter de esta entrevista y su interés por relacionarse, como extranjero, con los mandos superiores de la Iglesia altoperuana. Lo que era de sumo interés para la católica Filipinas. A su vez la mística del Altiplano sedujo al joven filipino por sus remembranzas asiáticas, en ese ambiente de religiosidad milenaria donde la influencia europea sobreimpresa a la mística altiplánica, gestaba formas nuevas y sincréticas. No pudiendo substraerse el impacto del escenario, la hispanidad optaba por asimilarlo. Sobre aquella conjunción de culturas en vías de integración, el Obispado de La Plata colocaba en ella un halo de austeridad e imponencia. En esta lejanía de las Indias Occidentales sudamericanas, incrustadas en el centro del continente austral, dicho Obispado oficiaba como un ministerio casi autónomo. O más vale dicho de otra manera, sus ministros encarnaban una especie de Papado propio. Para aquellos visitantes anuales como Don Lucas, cuyos orígenes empezaban a perderse en el olvido, donde la tradición europea como tal daba ya signos de extinción, el Obispado de la Plata transformábase en el Sumo Pontífice mismo. Esta grey católica desprendida del mundo y de su siglo, lo identificaba con ella misma. En el escenario abierto más allá de la Salina Grande -como era el Tucumanao- sabían todos que ya nunca retornarían al lugar de partida, como supieran creer sus ancestros al comenzar la aventura de las Indias. Y tanto ellos como sus herederos, anclados ahora en puerto seco, construyeron en este continente su existencia definitiva. Pero el Obispado de La Plata servía para recordarles sus raíces de pensamiento, influenciado ya inevitablemente por la Pachamama. Pero fue en el Gran Mercado de Charcas donde Don Fernán alcanzó su cometido con más alto vuelo, ya que allí lograría los tratos requeridos para la exportación de las sedas, mantones, abanicos, biombos y marfiles orientales. Podía decirse que el joven ya había cumplido con todo su cometido, como representante de una familia de las Indias Orientales, en aquel centro vivo del comercio con las Indias Occidentales. A su vez el Mercado de Charcas recibió gustoso el cargamento de Don Lucas, consistente en cueros secos para exportar y una gran cantidad de productos alimenticios, además, por cierto, de un buen cargamento de sal faltante en el Altiplano. Las carretas del Tucumán comenzaron a llenarse al mismo tiempo en ese Gran Mercado con productos faltantes en las Mercedes y en la ciudad de Córdoba. Mobiliario. Vestuario. Calzado ...¡Y el ajuar de novia para Constanza!... Toda una selección de delicadas prendas en sedas orientales, y también bordados paraguayos en tela de lino llamado "ñandutí". 17 - PLATA Y ORO .................................... La platería de vajilla con gran demanda y renombre, debía buscarse en la Villa Imperial de Potosí. Allí asimismo, los orfebres modelaban el oro en exquisitas joyas. Don Lucas gustaba elegir personalmente tales productos, aprovechando esta circunstancia para visitar la opulenta urbe del monte "Potoche" y gozar de sus fastos multinacionales. Ya que arribaba a Potosí luego de vender su producción y podía, por tanto, financiar gastos. Brillos. Saraos. Contrastes y lujos diversos. Experiencia distinta y necesaria para todos aquéllos encomenderos que aislados en la frontera sur de este Virreinato del Perú, sentíanse cohibidos ante la severidad de Chuquisaca, y necesitaban de emociones expansivas. Tal el caso de Don Lucas. Pero inesperadamente éste decidió quedarse allí, con algunas excusas poco convincentes, que ocultaban otro interés. Tenía sus proyectos. Y púsose de inmediato en campaña para arbitrar todos los medios adecuados, a fin de enviar a Don Fernán hacia la ciudad imperial, en un carruaje especialmente enjaezado. Pero el joven hispanoriental atraído por la altivez de Charcas y la sobriedad de Chuquisaca, sometíase con total indiferencia a este viaje que lo separaba de los Oidores y los universitarios, sin comprender los motivos de Don Lucas. La elegancia de la ciudad cabecera del Alto Perú y su norma intelectual, habíanlo impactado, cautivándolo con su gracia especial. Pero complacería los deseos del padre de Constanza emprendiendo una ruta distinta, hacia una ciudad de plata y oro, colocada entre las más elevadas del mundo a cuatro mil metros de altura sobre el mar. Como también la más populosa en las Indias de su siglo, pues era segunda en población dentro del escenario cristiano después de Roma. La exótica personalidad de la ciudad argéntea, "Villa Imperial de Potosí", atraía a sinnúmero de viajeros uniendo con su amalgama, en la cumbre elevada del Altiplano, a Occidente con Oriente. Al hemisferio norte con el hemisferio sur. Como los cuatro caminos del incario este-oeste-norte-sur. Allí hacían acto de presencia ciudadanos de origen diferente por sus nacionalidades, razas diversas, edificando mansiones o palacios, y fusionando con ello sus experiencias recogidas por el mundo. Don Lucas empeñado en esta aventura potosina que él preparaba para Fernán, hallábase satisfecho al establecer una distancia prudente entre ambos. Quería liberar al joven de su tutela y enfrentarlo a sus propias decisiones, en un escenario rico y audaz. El veíalo como imperioso, para que Don Fernán recuperase su autoestima ¡Potosí! Una ciudad alegre. Brillante. Fastuosa. Multinacional. Donde el joven mundano tan desentonado en este momento, lograse fortificar sus ánimos. Comprobar la fuerza de su energía. Vitalizar su fuego interior... tal como había llegado a su Merced. Porque Don Fernán tan maduro como era, colocado en un lugar de responsabilidad tempranamente, contaba en verdad con pocos años. Era un mozo joven que en cuanto debió enfrentar a un temperamento infantil, pletórico de fantasía, como era el de Constanza, habíase sentido resquebrajado. Desarticulado. Partido en facetas que parecieran no unirse nuevamente. Ahora temía a su hija y estaba inseguro ante la mujer como entidad misma. Y esto habíalo comprobado viéndolo actuar en la sociedad chuquisaqueña. Ya no era más el airoso gallardete que conmocionara a todos con su apostura, cuando llegara hasta su casa. Don Lucas pudo advertirlo a tiempo. Veíalo observar a las damas con inhibición, sin lograr comunicarse. Y él, el apuesto Don Fernán Díaz de Urquizu que habíalas cautivado en escenarios lujosos, las contemplaba ahora indeciso, con dudas sobre su persona. Potosí, estaba seguro Don Lucas, iba a brindarle un esplendor social acorde consigo mismo. Con su antiguo entorno. El lujoso carruaje que lo llevaba emprendió de esta manera su acceso hacia aquel "techo" del mundo, en busca de un reencuentro temperamental que Don Lucas buscaba producir en este joven angustiado. Pues el contraste que habíale ofrecido la emotividad de Constanza, no logró hacerle comprender el mundo serrano de la niña, que era su incógnita, pero sí logró hacerle desistir del suyo. Y así hallándose Fernán inseguro de sí, no podría asumir la responsabilidad de una jovencita no formada. 18 - VILLA IMPERIAL DE POTOSÍ ................................................................... Era de mañana cuando las galas de Potosí le entregaron a su vista, los fastos de aquella urbe luminosa de riquezas. Las fachadas de las casas lucían orgullosas sus frentes con escudos nobiliarios. El ornato de los carruajes combinábase al rico vestuario de sus ocupantes, y los jinetes que entrecruzaban las calles exhibían su pose hidalga y comunicativa, entre el conjunto de potosinos estables y fluctuantes. Llegado de la sobria Charcas el joven fue dominado por la alegría constante del ambiente. Figuras de soldados bien armados vigilaban la urbe por las distintas calles, colocando su nota peculiar y necesaria en esta ciudad cosmopolita. Nada estaba allí librado al azar, aunque la aventura fuese su tónica. La concurrencia múltiple en las calles potosinas hacíase más evidente por la profusión de lenguas que se entrecruzaban sin pausa. Unas europeas y otras autóctonas, pero siempre en gran variedad. Las damas de alcurnia paseaban su elegancia de largas faldas permitiendo apenas entrever sus zapatos con hebillas de oro, entre risas y sonrisas. Mientras que las "cholas" indias giraban sus pequeñas polleritas con franjas multicolores, dejando al desnudo desde las rodillas sus bellas piernas torneadas. Era un contraste notorio. Un esplendor de brillos mundanos empezó a condicionar el rostro del joven forastero, ansioso por reencontrarse con un mundo múltiple, como era el de su Manila natal. Y al descender del carruaje Don Fernán quedaría absorto ante las líneas elegantes y coloridas de un palacio potosino. Comprendiendo entonces que Potosí era Ciudad-Color. Esta urbe internacional, mediterránea, emotiva, fastuosa, abierta a los aristócratas con escudos y a los aventureros sin origen conocido, pero todos ellos dinámicos y creativos, sorprendió desde el comienzo a Don Fernán. Era una urbe que daba cabida a multitudes humanas transitorias procedentes de rincones apartados del mundo. Una sorprendente ciudad donde se daban cita la historia y las naciones. Escenario cristiano y pagano. Tanto por su diversidad de religiones allí presentes, como las nativas aún pervivientes, o los refugiados "hugonotes" llegados hasta ese Altiplano nadie sabía cómo y cuándo, y además el catolicismo oficial que trataba con una hábil filigrana, sintetizar todos esos credos en una sola realidad potosina. Una ciudad elegida por Carlos V emperador de la cristiandad, como su "Villa Imperial", enclavada en el centro del continente austral, elevada en el techo de Sudamérica a 4 mil metros de altura... en la cual acontecían a diario situaciones inesperadas. Ambiciones. Amores. Competencias. Duelos. Religiosidad. La cosmópolis del Altiplano había conmovido a Don Fernán, desde el primer momento, ya toda su savia. Era lo que Don Lucas esperaba de él. El retorno de su fuerza. De su fuego. De su confianza en sí mismo. De su poder de lucha. 19 - COSMÓPOLIS .................................. Pero si poderosa advertíase la cosmópolis, se hizo muy elocuente para este visitante, a un mismo tiempo, el valor moral y la capacidad de trabajo del pueblo autóctono, orgulloso aún de sus antiguos lauros. Esplendores de un pasado indio que a cada paso iba haciéndose más reconocible para el forastero. En esa dimensión altiplánica se trasuntaba a la vista suya y de todos los otros extranjeros, ya fuesen europeos fluctuantes o Indianos (europeos nacidos en Indias), la corrección del nativo sometido a leyes occidentales. Su mutismo ancestral. Su mágico misticismo. Vivencias que invadían el mundo del invasor. Persistencia de una cultura arcaica, subsistente más allá de la creación del virreinato español. Aquello que los antiguos Charcas y sus sucesores los Incas, imprimieron en el espíritu indio siempre conservador. Los primeros con el Tanga-Tanga trinitario y uno, y los segundos con el culto solar a Inti y sus Cuatro Caminos del imperio Tiwantisuyo. Los primeros con la trilogía y los segundos con la tetralogía. Razón determinante para la "guerra matemática" de tiempos precolombinos. Fue la larga lucha de los Charcas del Alto Perú por defender su "Tanga-Tanga" (contra los incas) constituido por tres hermanos que fusionábanse en uno solo, representados por una cruz de plata igual a la cristiana medioeval. Y este símbolo precolombino fue el factor determinante para la fusión de credos que íbales proponiendo la Cristiandad. Lo cual derivaría con el tiempo en una catolicismo sincrético de tradiciones altoperuanas vigorosamente ensambladas. Acompañaba a este núcleo de pueblos originales, la extraña presencia de indios "chiriguanos" traídos desde las selvas guaraníticas por los españoles, debido a su gran habilidad manual y a su arte de labranza. De carácter en extremo alegre pero con costumbres controvertidas como la homosexualidad y la antropofagia, que la autoridad colonial trataba de desarraigar en ellos. Los sacerdotes chiriguanos según los testigos, casaban a la mujer con mujer, y al hombre con hombre. Los soldados españoles vigilábanlos de continuo para impedir tales ceremonias. Ellos manteníanse separados y rivales de los nativos autóctonos, completando así este recuadro único potosino. 20 - PELIGROS ............................. La Villa Imperial de Potosí lucía ante el viajero todas las magnificencias que Don Lucas buscaba para él. También sus peligros. No pasaría mucho tiempo antes de que Don Fernán fuese testigo de las revueltas callejeras entre castellanos y vascongados. Cruentas. Alarmantes. Las calles amanecían teñidas de sangre, causadas en especial por la habilidad dialéctica de los castellanos que irritaban la tozudez vasca creando irritaciones que se transformaban en luchas a muerte. De igual manera, ambos grupos eran aventureros y estaban allí tras la riqueza fácil del monte Potoche. La guardia armada tenía su cuartel a pocas cuadras de la plaza central y el gran portal abierto de par en par permitía en aquellos eventos crueles, la salida de un cuerpo completo de caballería dispuesto a encarcelar a unos y enterrar a otros, ya que no lograba calmarlos. Estas circunstancias obligaban en Potosí a mantener soldados con buen armamento y vigías permanentes. Había riqueza a raudales y llegaban a Lima de continuo, cartas solicitando a la autoridad virreinal la posibilidad de instalarse en Potosí dos años solamente, para rehacerse económicamente. No hacía falta más. El oro era purísimo. La plata bajaba a diario del cerro sagrado con la facilidad del sereno en la noche. Dando esto motivo a los múltiples desórdenes callejeros, sofocados con igual energía. Los europeos mostrábanse codiciosos. Duros. Los vigilantes inflexibles. Como dato especial se destacó siempre el hecho de que ninguna mujer, fuese europea o india, podía ingresar dentro de las codiciadas minas de Potosí. 21 - LUJO POTOSINO ......................................... El lujo era dueño de los palacios y el ritmo nocturno, motivado por el mismo frío de aquella altísima ciudad, hacía que sus habitantes se acogieran al calor de bellos quinqués y fuegos encendidos, en medio de fiestas cobijantes. Pues en Potosí hay una sola estación anual, según comentario conocido: el Invierno. En el centro de esta euforia bulliciosa era imposible separar el festín, el romance y el juego económico, pues sin ello aquella población múltiple nunca hubiese llegado a instalarse a cuatro mil metros de altura. El joven filipino atendió al llegar los negocios que le encargara Don Lucas recorriendo los talleres artesanales donde el metal precioso emergía en formas infinitas. Ornatos. Jofainas. Vajillas Espuelas. Mates. Bombillas. Figuras religiosas... y el Tucumán reclamaba estos productos. Cautivado por las imágenes artísticamente moldeadas en ricos metales, de gran exotismo para él oriental y español, acostumbrado a otros estilos, fue aprendiendo sobre gustos sudamericanos y precios. A su lado Serafín haciendo de escolta y armado como un escudero, intentaba influenciar en las adquisiciones. Pero en este punto Don Fernán era inflexible y tenía un gran instinto comercial. Visitó con paciencia a los diferentes artesanos, los talleres mayores o menores y también los almacenes con mineral en bruto. Calculó precios y ventajas. Evideciándose como buen vascongado, de un orden drástico. Sus propios negocios filipinos tuvieron una expansión en esta ciudad imperial tan expandida por sí misma. Un Marqués le brindó una velada con ricos manjares en el cierre de un trato comercial, por la importación de sedas orientales. Poco después un Conde le ofreció un paseo en calesa haciéndole recorrer los cerros vecinos, luego de interesarse por sus sedas filipinas. Un edificio de gran altura, pero sin ninguna ventana en la planta baja, y que ocupaba ambas calles, salió a su encuentro: la Casa de la Moneda de Potosí. Sólo pudo acceder a ella por el gran portal de entrada -muy custodiado- presentándose como viajero de Filipinas, y entonces contempló el acuño de monedas que allí se efectuaba. Sorprendióse al ver salir monedas con distintos escudos, de varias naciones europeas diferentes, como también algunos con letras que no eran alfabeto latino. Entonces supo para su sorpresa, que estos encargos venían a la Casa de la Moneda de Potosí desde imperios occidentales, tanto como de orientales. 22 - VIDA CORTESANA ......................................... A las emociones violentas de sangre y ejércitos, que debió presenciar el joven forastero, siguieron las amorosas. La elegancia y los saraos incitaban al romanticismo, muy mentado en Potosí. Las bonitas niñas potosinas le sonrieron con gracia, y sus familias convidábanlo como galán de importancia para alianzas intermares. Le era difícil a Fernán desairar esas ilusiones y prefería ante ello, bailar con todas las damiselas por igual. Viéndose halagado por ellas en medio de reuniones con gran oropel, recordaba sus días limeños al arribar a este virreinato. Un rostro aún más bello, pero inalcanzable, lo cautivó al instante. La esposa del encargado de la Casa de la Moneda coquetearía con él sin reservas en su lujoso salón. Sin embargo iba a encontrar su reja siempre custodiada por orden de ella. Ello hízole entrever un mundo de realidad y fantasía potosina, a la cual como extranjero debía adaptarse. Una noche helada como todas las de esa ciudad, encontróse ofreciendo serenata a una bella dama de rizados mechones rojizos, tan guipuzcoanos como los suyos. Danzó en los salones mostrando gran elegancia y descubrió allí, sutilmente, una vida cortesana escondida, secreta y no demasiado oculta, pero que presentóse ante él cuando llegó a descubrirla. Y entró de nuevo como antes en los balcones. En los brazos de Ximena hallábase un amanecer hechizado, cuando de improviso la habitación fue invadida por los sirvientes de la casa en busca de un malhechor. Mientras el jefe de familia llamaba a los guardias. Los sótanos internos de la mansión le permitieron salir hacia una calle distante. Despertó una mañana junto a la almohada de Letizia y después de observarla bajo la luz del amanecer, deslumbrado por esa piel de porcelana que estuviera entre sus manos, se encontró a sí mismo sin inhibiciones y sin dudas. Letizia habíalo conmovido, pero también ella fue cautivada por él. Su exotismo oriental y viril supo emerger en palabras de caballero hispánico y galán juvenil, conquistando a una mujer codiciada por muchos. Su inseguridad diluyóse como una nube de verano... Y ya no tenía miedo a Constanza. Se vistió con el elegante atuendo que trajera el día anterior, enmarcando su rostro brillante de barba rojiza en mosquete, con un vaporoso ornato al cuello. Una gola comprada especialmente allí en Potosí. Y sonreía en placidez porque volvía a sentirse sin temores. Contemplaba los cabellos largos y obscuros de Letizia desparramados sobre las sábanas blancas, donde su piel pálida confundíase con el lienzo de lino paraguayo. Sólo el bordado de ñandutí coloreaba el entorno de sus facciones. Por similitud de imágenes Don Fernán meditó, preguntándose "¿Por qué le faltaban frente a Constanza todas esas sutilezas con las cuales había desbordado el encanto de aquella noche?". El exotismo de Manila turbó los ensueños de la cortesana potosina, la cual creyera hasta entonces conocer las variedades mundanas de su época, y el joven filipino obtuvo un triunfo que duraría hasta el nuevo sol. 23 - SOL FRÍO ............................ Afuera la luminosidad era radiante y el macizo de oro y plata del Potoche mostrábale orgulloso su volumen, todavía no desgastado totalmente. El sol iluminaba los suntuosos frentes con ese resplandor especial que crean los rayos a gran altura, y como un espejismo el cielo parecía totalmente blanco. Serafín unióse a él al salir de aquella casa, como siempre, en escolta bien armado. Hermoso en su luz y vibración, como un destello, este sol potosino no emitía calor. Don Fernán ante el chucho matinal colocóse contra una pared para recibirlo en el rostro y todo su cuerpo, pero no consiguió entrar en calor, pues hay un sol frío a cuatro mil metros de altura. De modo que decidió seguir caminando por las calles y veredas, bellamente talladas en piedra de la ciudad imperial. Era la primera vez que recorría Potosí en las primeras horas del día, de modo que parecióle una ciudad totalmente distinta. La urbe más poblada del continente con una población en su mayoría fluctuante, elevada hacia el firmamento como techo del mundo, se presentaba arrogante ante él en aquel amanecer, mostrádole toda su enjundia. Los guardias vigilaban esa mañana con más celo la ciudad que el día anterior, dado que las refriegas entre vascongados y castellanos fueron especialmente vigorosas durante aquella semana. El Potoche causa de todos estos disturbios, se erguía soberbio ante sus ojos cargado del precioso metal, dueño absoluto de un mundo cosmopolita con estructura sorprendente. Pasaron ambos jóvenes frente a la Casa de la Moneda lo que impactó con fuerza a Fernán, sacudiéndolo de improviso luego de varias semanas entre saraos nocturnos, despertando en él sus herencias empresarias ¡Y recordó en ese momento!... que él era allí un representante en el Virreinato del Perú de los Díaz de Urquizu y que debía velar por los intereses de una familia y un mayorazgo. Debía velar por él y por Rosendo. Don Fernán fue recorriendo entonces las calles mañanera programando en su ideario múltiples derivaciones. El Alto Perú era buen consumidor de sus sedas de Manila y el joven filipino hallábase en aquel momento ubicado en el ángulo de mayor poder económico del mismo. Como tal vez de todo el imperio español de ultramar. Era el momento de fijar su atención en la empresa comercial que tenía entre sus manos, en aquella ciudad que estaba ante sus ojos, colorida, alegre y licenciosa, que habíalo recibido en lujosas fiestas, pero que prometía además grandes opciones para su empresa de exportación. Siguió caminando junto a los frontones de las casas potosinas que lucían orgullosas sus escudos nobiliarios, cuando de improviso en medio del oropel que lo euforizaba, el silencio conventual de las monjas de clausura le ofreció por contraste una mudez tácita, plena, sedante. Las imágenes anteriores desaparecieron por completo y una nueva Potosí surgió ante su mirada. Los campanarios de numerosas iglesias plagaban de acordes el inicio de la nueva jornada. Damas, acompañantes, ancianas y niños dirigíanse a misa. Pasaban junto a él en una procesión múltiple, llenando las calles potosinas de serenidad pacificante. Fascinado por el encanto emocional que volvía a sorprenderlo -aunque ahora de una manera muy diferente- Don Fernán cambió su ruta para seguir los pasos de aquella nueva multitud que antes no había visto, y entró en los templos en prosecución de ella. Serafín muy asombrado, resignóse a tal cambio. Inmerso en el aura mistérica del Altiplano el mozo filipino sintióse conmovido ante la suntuosidad estética, con la cual los artistas nativos habían labrado su Fe, en el metal puro más brillante. Los altares de oro refulgentes como rayos de Inti, capturaron sus pupilas. Una forma de placer nuevo lo embriagó en sutiles sentimientos, mientras las voces del coro de las monjas de clausura, herederas en el tiempo de las antiguas vírgenes solares, entonaban salmos en latín llenando las naves de las iglesias. ¡Enjundia de contrastes! Todo ello era Potosí... Y aquella mañana comulgó. ......................OOOOOOOOOO....................
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