LA CONSTANCIA DE CONSTANZA (Parte 5 - FINAL)
Publicado en Nov 25, 2011
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LA  CONSTANCIA  DE  CONSTANZA
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Novela  Colonial
(QUINTA  PARTE)
31 - DESPEDIDA
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Todo había cambiado en el horizonte de la Merced. La fronda del monte natural invadió la serranía. El Vino del Rey de los jesuitas llegaba siempre de Jesús María, alegrando la mesa y los comensales. Los cueros se curtían fácilmente en aquel verano con sol radiante. Los sobrinos quiteños eran una pandilla insoportable, que llenaba de alegría eufórica la galería. El choguí volaba todas las noches, llamando a su compañera. Las libélulas posábanse luciendo su tono acerado con toques azules, sobre las ramas tiernas. Los choclos hervían en las cacerolas transformados en humita.
Don Lucas y Don Fernán iban preparándose para un nuevo viaje hacia el Alto Perú... Y Cuca para recibir a Rosendo. Se engalanaba toda la gran casa, pero no era fácil de advertir si aquél era una homenaje de despedida o de retorno.
-"Don Lucas volverá de Charcas con la caravana, pero yo debo seguir hasta el puerto de Arica. Las sedas vienen en la misma goleta donde regresa Rosendo, él las trae. Es su primera misión comercial. Allí nos encontraremos y luego yo partiré hacia Filipinas, pues no debemos dejar sin dirección nuestra empresa allá en Manila"- le dijo Fernán a su esposa Constanza
Los verdes ojos de ella brillaron con una suerte de luz incomprensible para el joven. Mostraban una conjunción de alegría y tristeza. El día anterior habíasela visto melancólica, al observar los aprontes de carretas. Ahora su faz era incierta. Deambulaba solitaria por el dormitorio contemplando el arcón de viaje de su esposo, sintiéndose solitaria de antemano. Habíase amoldado a él, a sus atenciones y afectos, un conjunto de valores que ya comenzaba a añorar antes de su partida.
El crepúsculo tiñó con carmín el horizonte y al caer la noche, los caballos inquietos y bañados anunciaba prematuramente la partida del día siguiente. Más lejos, las carretas aguardaban con todo su cargamento, junto a los bueyes y mulas que comían copiosamente. El gauchaje vigilando todo, afilaba en las piedras sus facones, cantando vidalitas al son de la vigüelas.
Todos sabían ya, que esta vez la ausencia de Don Fernán iba a ser bastante más larga. Habíanse acostumbrado a él, por ello una melancolía nueva se adueñó de la Merced. La partida llegaría con el alba, cuando cantó el primer gallo. El joven filipino miró a su madre, Doña Leoncia, reconquistada y lejana ya desde aquel momento. Distante como antaño. Pero su madre identificada con el Tucumán y las despedidas hacia el Alto Perú, con toda su larga ausencia, lo tranquilizó. Doña Leoncia aguardaba en tono solemne esa partida de la caravana, que separaría de ella a un hijo tantos años separado. Silente. Tensa. Como cuando muy joven aún, ella partiera de Manila dejando detrás suyo a ese niño heredero de un rico mayorazgo.
Constanza estaba conmovida. Al despuntar el alba se puso de pie sin remolonería, pues había comprendido emocionada que Don Fernán dirigíase hacia un trayecto larguísimo, cruzando el océano, en busca de las sedas tanto como para complacerla a ella. Y que el retorno programado de Rosendo lo obligaba a embarcarse hasta Manila. Ella hubiera anhelado ver juntos a los dos hermanos, pero eso nunca sería posible en la Merced. Los dos hermanos filipinos tendría para siempre como destino, encontrarse todas las vueltas por poco tiempo, en el puerto altoperuano de Arica.
Cuando despidió a los viajeros mantuvo los ojos tristones y llorosos. Siendo mucho mayor la pena que embargaba a Fernán, por el hecho de partir dejando a Constanza con una gravidez avanzada, y sin poder hallarse allí cuando llegase el recién nacido. Pero el sistema anual de las caravanas hacia el Alto Perú tenía una rigidez tácita, que Don Lucas mantenía con total disciplina.
Cuca atendería ahora a su niña como en la primera infancia. Constanza volvía a ser su muñeca, y otra vez le pertenecía. El otoño doró todo el espectáculo escarpado de la sierra. El invierno la desnudó escarchándola. Julio le tiñó las crestas de blanco ...¡Agosto trajo una niña!... Una gurisa nueva a la Merced Vázquez de Acosta, otra hija del Tucumán y de las indias occidentales, nacida en la serranía cordobesa, bajo el amparo de la Pachamama.
32 - RETORNO  DE  ROSENDO
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Moteaban las primeras uvas en un día caluroso donde los pobladores de la sierra, semiadormecidos por la modorra del clima, dejaban transcurrir las horas. La pequeña Fernanda de tres meses dormía bajo los parrales en brazos de Cuca, quien hallábase mateando para aplacar la sed.
De pronto la gurisita tambaleó en su regazo, como si de improviso Cuca hubiera perdido las fuerzas para sostenerla, cuando la mulata divisó frente suyo la figura esbelta de Rosendo recortada por el resplandor del verano. Quiso el mozo tocar a la criaturita, pero la niñera se lo prohibió con gruñido, mientras gritaba llamando a todos como si el cielo se desplomara. Así era la alegría de Cuca.
El reencuentro con el niño perdido emocionó a todos en la Merced. Pero ahora era ya un joven, más alto, más dinámico, atlético y sin embargo siempre cargado de fantasía. Traía para todos ellos, sus amigos de antes, anécdotas e imágenes que partían de su boca llenas de un tono oriental... que sabía a perlas, delfines, sirenas y navíos. Todo cuanto Rosendo podía elaborar en su mente, para entretenimiento de quienes vivían en la quietud del campo.
El sol caldeaba la atmósfera y Constanza protegíase del excesivo calor en el interior de la casa, o bajo un alero de los parrales. Ella acompañaba siempre a Rosendo en sus caminatas, pues él estaba ansioso por recapturar sus paisajes olvidados. Recorrían juntos el arroyo con sus pequeñas cascadas, que siendo niños parecíanles gigantes. Llegando luego hasta el tambo para saborear como antaño la leche de vaca tibia, cremosa y recién ordeñada. Y Cuca los aguardaba nuevamente de regreso en el atardecer, con un mate aromado a peperina. La hora de la Oración reunía a toda esta gran familia de la Merced, una vez más en el rosario.
Los peones gauchos contemplaban al mozo, ahora mundano y citadino, recordando el tiempo cuando Rosendo era niño y ellos subíanlo a las ancas de su potro, para recorrer los campos vigilando el ganado. Un niño criado allí, en la arisca serranía cordobesa cargada de churquis espinosos, extraviado por caminos increíbles para ellos... y que ahora hallábase de retorno en la Merced. Era aquél un largo tiempo de vida, que se había reunido consigo mismo. Con todos sus elementos dispersos y finalmente asociados.
Duró todo el verano. Las pláticas de Rosendo eran enjundiosas como él, traían ensueño y confusión entre lo real y lo irreal. Por ello fascinaban a Cuca. Pero tuvieron la magia de pintar una Manila más accesible a Constanza en su emotividad, como no lograra hacerlo antes Fernán. Pudo ver ahora la niña que aquello estaba adornado con palabras, mediante esa eclosión entusiasta que el mozo transmitía, y advirtió entonces su fantástico componente. Pero ella lo necesitaba así. Era su identidad misma, la que retornaba con él. Rosendo acercábale a Constanza ese mundo al cual pertenecía Don Fernán... más que el propio Fernán.
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El otoño volvió a dorar los caminos. El monte se secó. Los caravaneros de Don Lucas hicieron otra vez aprontes para un nuevo viaje al Alto Perú. Había una tristeza incierta en la Merced, pues los cambios venían creando sentimientos encontrados.
Rosendo partía de nuevo, despidiéndose ahora de Constanza y Fernandita, sin olvidarse de Cuca... una Cuca orgullosa de su mozalbete erguido que iba tomando de a poco, las marcas del exotismo filipino. Ese mismo estilo que antes ella rechazaba en el hermano mayor, y que ahora la niñera admiraba en su hermano menor. Todo cuanto antes parecíale aborrecible en Don Fernán, le resultaba deslumbrante en su niño.
Doña Leoncia, la madre, lo abrazó con fuerza. Lo retuvo contra sí intentando prolongar los instantes. Lo presionó sobre su pecho como deseando conservar su tibio candor de fantasías, para mantener junto a ella ese mundo suyo de ensueños y quimeras. Tal vez intentando impedir su partida inevitable. Lo sujetó entre sus brazos anhelando un retroceso de los días, y fijó sus ojos en los de su hijo reconociendo en ellos, el mismo tinte cielo de los suyos... Y luego lo dejó partir.
Y el camino se lo llevó nuevamente. Lo apartó otra vez de la Merced, alejándolo de aquella sierra solitaria que acunara su infancia. Volvió a quitarlo de su seno, borrando su figura del escenario montaraz donde Rosendo tenía su lugar propio. El camino lo separó nuevamente de Constanza y Cuca, sin la desazón anterior, con el encanto de lo que se ha admitido.
33 - RETORNO  DE  FERNÁN
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Don Lucas regresó de Charcas con Don Fernán. Los hermanos filipinos tendrían para siempre esa alternativa de cruzarse, casi por instantes. Fue su destino desde el comienzo y lo aceptaron como algo natural. Había sin duda en el mayor una falencia maternal muy grande, que necesitó cubrir adaptándose al Tucumán, para diagramar su vida junto a ella... por amor a Constanza.
El joven hispanoriental, siempre ordenado y activo, había dejado toda su empresa perfectamente organizada en el puerto altoperuano de Arica Y Rosendo, lentamente, a medida que sus tíos fueran preparándolo, le iría respondiendo desde Filipinas. Debido a las grandes distancias de un imperio adonde no se ponía el sol, la organización era siempre primordial, tal como Don Fernán lo comprendía y realizaba.
Llegaba ahora nuevamente a la Merced desde Manila, cargado de bellos presentes en sus arcones. Igual que la primera vez. Pero esta vez Constanza los recibió amablemente y con gran alegría. Fue extendiéndolos por la sala grande de la casa para que cada una de ellas eligiese, Doña Leoncia, Constanza y Cuca. Y como era de esperar los abanicos causaron en ellas sensación especial. Un biombo chino con mucho diseños de nácar, fue el favorito de las damas que decidieron colocarlo junto al mejor sillón, aunque él explicase que era para un dormitorio.
Fernandita tenía diez meses y él recién podía conocerla. Caminaba con pasos aún dudosos y caía en brazos de la madre. Constanza peinaba con primor sus rizos rojos, heredados del padre, y la beba mirábala con unos grandes ojos verdes iguales a los de ella. Intentaba enseñarle palabras que aún no tenían forma, emitiendo sólo sonidos de vocales.
Una sucesión interminable de juegos entre la niñita y su madre, fascinaron la visión del viajero. Solazaban su mente agotada en travesía por mar y caminos. Extendióse sobre el sillón más amplio de la sala, tallado en madera de las misiones jesuíticas. Cerró los ojos esperando la caída de la tarde y el reposo de la noche, para lograr la compañía de Constanza sin retaceos. Y mientras las voces de ambas revoloteaban  en derredor suyo, al entreabrir los ojos, pensó para sí:
-"Es Constanza con su muñeca".
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Foto del autor Alejandra Correas Vázquez
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Descripción

Reencuentro entre miembros de una familia colonial

Palabras Clave: constancia constanza

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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