En la ámplia cosecha de cenizas
que hago al recorrer los crematorios
están los soliloquios de unas páginas muertas
que fueran condenadas a un destierro de Judás.
Están también la abolición de muchos álamos
y el polvo de los ácaros que contamina al verme.
Están también esquelas de restos epiteliales
sacadas de manos humanas y huesos de algoritmos.
Hay restos de racimos que fueran parque humano
consumido a la diestra de una guerra menguante
también la molición de alguna piedra cósmica
que quiso regodearse junto a los silabarios.
De cenizas se llenan las patrias de los niños
y los puños nudosos de los caficultores.
La aridez de la vida se planta en una mano
cada vez que le siembro una flor de cementerio.