Ardindome
Publicado en Jul 13, 2009
Ahora canto hacia dentro. Las canciones que usa la muerte para escribir sonetos; una melodía horrísona, gigantesca y esotérica. Ya ni las palabras me sirven para exfoliar volcanes, INFINITOS volcanes, como un pus ardiendo en el rostro más terso, una voz histriónica enumerada y exánime (solo cuando toma bocanadas de aliento). Se guarda en el Ojo Sacro, ahí yace la muerte con sus mangas rojas y negras. Pero no veo, no la puedo ver allí, se expande, dispersa, como mil noches dentro de una luna. El pus grita convulso, se dispara enloquecido, poseído, destrozado, ahí va, mírenlo!, escoge cada poro del mundo para posarse siniestro y volcánico, se inmuta pobremente, intenta detenerse en las aguas cerebrales, los líquidos fluirán hasta volverme un poro dentro de mil noches, una luna dentro de mil hectáreas de pus.
Se desborda, acaudalado, en borbotones astrales, de magnitudes desconocidas -incognoscibles flota, se desternilla de odio, grita apenas un coro de galaxias. Permanece Una vez que se ha extirpado el pus -por voluntad propia- la sangre toma su lugar interminable y surca los rieles siderales de la Garganta. Se le antoja un agujero negro, tragarlo, volverlo a crear. Permuta visiones abstractas terroríficas -mientras exhala bocanadas de alma-; ya no encuentra motivos para fluir, se quema con los hidrógenos de la sal de sus lágrimas una sola lágrima. Ahora los dedos sienten el mundo tal como es. Se giran los cerebros y las palabras copulan en una danza eterna pero efímera. Danzan toda la noche, al día siguiente engendran, copulan nuevamente, y engendran durante el día. No se fatigan, es increíble, pero cómo sufren! El perpetuo orgasmo divino del dolor Está condenado este dolor en llamas
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Humberto Guido Meoli