UN NUEVO ALUMNO
Publicado en Mar 04, 2012
No se sabe quién previno a los niños. Un mes atrás, sólo el profesor lo sabía y le pareció prudente no alarmarlos. Por lo pequeña y retirada del pueblo y por el rumor del mar, que entraba al salón y se quedaba allí acompañándolos, en esta escuela nunca se presentaron inconvenientes. Mucho menos, por incluir un nuevo alumno. Pero alguien alertó a los niños contra el intruso. Con seguridad, fueron los padres de familia. Influidos por ellos, sus hijos no aceptaban al nuevo alumno. Ya lo sabían y por tal motivo llegaron temprano, con notorias expectativas, imaginándolo por los rincones de la escuela, en el salón o por el camino. Sin quedarse conversando en el patio mientras tocaban la campana — como siempre lo hadan— entraron al salón acomodándose silenciosos en sus pupitres. Cuando observaron una mesa vada, las miradas volaron de esta al escritorio del profesor y de aquí a la puerta de ingreso al salón. Treinta y ocho estudiantes mirándolo a las siete de la mañana, sin abrir sus maletines, solicitándole explicaciones por el atrevimiento que se tomó al admitir tan molesto alumno. Tampoco el profesor saludó, examinándolos uno tras otro, tratando de adivinar quién de ellos lo supo primero y avisó a los demás. Llamaré a lista — el profesor abrió el registro de asistencia y miró de reojo por la ventana que daba al camino. Cuando llegó al de Martínez Bertulfo, los murmullos interrumpieron la lectura. El nuevo alumno se llamaba Bertulfo Martínez. También lo sabían ellos y parecían conocer más detalles que él mismo: Martínez y sus padres, su familia, el ambiente de donde procedía, los amigos de Bertulfo, el hecho de invadir un espacio que le era ajeno por completo. Finalizó la lectura sin poner fallas porque esa mañana llegaron todos puntuales. Ninguno salió de pesca con su padre. Ninguno se enfermó. Ninguno se quedó cuidando a la hermana menor ó acompañando la abuela. Allí estaban, mostrando sus prejuicios como nunca lo habían hecho. — Se llama Bertulfo Martínez — aclaró el profesor. — No es de por aquí. — ¡Claro que sí es! Está en el registro civil. — ¿Ya lo matricularon? — La semana pasada. — ¿Quién es el papá? — ¿La mamá en qué trabaja? — El tío de Soraya averiguó que tiene diez hermanos. — Mi mamá me dijo que no me sentara a su lado. — Mi abuela me advirtió que cuidara la lonchera. — ¿A qué huele? — ¡Qué fastidio tenerlo cerca! — A mí me da miedo. — ¡Basta de comentarios! —ordenó el profesor-. En la escuela de donde viene nunca agredió a nadie. Su profesora certifica que es delicado y colaborador. Tengo fotografías del papá, de la mamá y los hermanos. Pronto llegará y no quiero que lo hagan sentir mal. Trabajarán con él en grupo. Va a sentarse donde yo lo dispuse y no donde a ustedes les convenga. — Por qué lo trajeron para esta escuela? — Hay cupos suficientes y a él le gustó. — ¿Le enseñará lo mismo que a nosotros? — Le pondré las mismas tareas y tendrá iguales responsabilidades. En educación física, hará los mismos ejercidos. — ¡Fútbol con él, no! — protestaron varios niños a la vez. — Con nadie tengo preferencias, pero tampoco permitiré que lo releguen. Deben... debemos acostumbramos a él. Mírense: bajitos, altos, delgados, robustos, negros, pobres, de cultos religiosos diferentes. — Profe, pero es que él... — ¡Cállese! Hay que aceptarlo como es. — Pero que no se nos arrime. — Saquen el cuaderno de español. — ¿Y usted, profe? — Yo, ¿qué? — ¿También se acostumbrará a él? — Es mi deber. — Que haga el aseo solo. Debe ser bueno para trapear — dijo un niño y las carcajadas del grupo celebraron el chiste. —Dónde están los valores que aprendieron el año pasado? Solidaridad. Respeto por las diferencias. Tolerancia para poder convivir. Las diferencias físicas, por acentuadas que sean, no interesan. Esperemos a ver cómo se comporta. Por un momento, el profesor pareció convencer a los niños y convencerse a sí mismo. Estudiante con tales características, no lo tuvo nunca. Habría sido mejor recomendarle a sus acudientes una institución para alumnos especiales. Allí lo habrían recibido con gusto. Tuvo que rogar a varios padres, buscar todo tipo de argumentos para que no retiraran a sus hijos, y solicitar un plazo mientras se adaptaban entre sí. Miró el reloj. “Diez minutos retardado. Si resolvió no venir, mejor para todos”. No iba a engañarse. Tampoco a él le agradaba ese nuevo alumno. En su escuela, la mayor parte de niños eran negros. Y estaba Milena, leporina.Y el retardo mental de Rosalba era soportable. Con la extrema pobreza de Castiblanco, algo se hacía. La agresividad de Yordi era manejable y cuando sus compañeros preguntaban maliciosos algo al respecto, era discreto con el visible amaneramiento y la femenina voz de Jaime. No se quejaba de ninguno y a todos les destacaba sus virtudes, pero... Bertulfo. Con Berfxilfo no había vocación que resistiera. — ¡Profe! — insistió uno de los niños — Sí... -respondió, buscando a quien lo llamaba. Profe, está elevado. — Pensaba en la clase - se justificó este. — ¿Él viene con uniforme? Risas en el salón. — ¡Claro que sí! O no. Eso no importa. — Dicen que la mamá sale tarde de la noche por la playa. — ¿Qué tiene de malo caminar de noche por la playa? A mí me gusta- dijo el profesor, mirando de nuevo su reloj. — ¿Será que no va a venir? — ¡Al papá le falta un brazo! — Si se demora es porque camina de.pacio. — ¡Se arrastra, profe! — ¡Cállense, por favor! Y se callaron. Aunque no fue largo su silencio. Con o sin Bertulfo, estaba claro que este iba a ser el tema del día, de la semana, del mes. También el profesor quería desahogarse, expresar su sorpresa, arrojar su prudencia a la canasta de la basura. El grito de un de los niños le impidió hablar. — ¡Ahí viene! En tropel, corrieron hacia las ventanas para mirar a Bertulfo caminar despacio, con dificultad, por el centro del camino que conduda a la escuela. Resignado, desde su escritorio el profesor lo vio. Su nuevo alumno decidió venir, dispuesto a enfrentar cualquier tipo de discriminación. En sus torpes movimientos había naturalidad. ¿Deseo de estudiar? ¿Un simple capricho? No tenía intención de averiguarlo. Se limitaría a cumplir con sus clases y nada más. Hubiera querido salir a su encuentro y cargarlo, ayudarle en su primer día de estudio, abrazarlo y mirarlo con ternura, directo a sus pequeños ojos casi perdidos en le cabeza calva. Se abstuvo de manifestar tales sentimientos: simple prevención. — ¡No trae maletín! — ¡Viene sin uniforme! — ¡Trae algo bajo el brazo! — ¡Es un acordeón! — Profe, ¡Bertulfo trae un acordeón! Era cierto. Sin cuadernos, sin uniforme, retrasado veinte minutos y el primer día de clase se atrevía a traer un acordeón. — ¿Para qué trae eso? — ¿Será que sabe tocarlo? — Lo carga con mucho cuidado. — ¡Regresen a sus puestos, pronto! —exigió el profesor, levantándose del suyo. Recibámoslo, como si nada, tranquilos. Siéntense y abran los cuadernos. Verificó que la puerta no estuviera cerrada. Bertulfo sólo tendría que empujarla un poco y seguir directo a su mesa. “Un acordeón... Nada mal para comenzar la clase”. Sacaría la flauta que le regaló su amigo Heberto y, junto con Bertulfo, interpretarían algo que calmara la expectativa de los niños. El silencio era total dentro del salón. Escucharon cuando Bertulfo subió los cinco escalones de madera que daban al angosto corredor. Respiraba con fatiga. Por algún movimiento involuntario de sus brazos, unas leves notas escaparon del acordeón. Lo tomó como un mensaje.”Su acordeón, mi flauta, los niños en coro Buen comienzo para eliminar prevenciones y familiarizar a sus estudiantes con el nuevo alumno. Extrajo la flauta del cajón de su escritorio, mientras la puerta se abría y tímido, aún chorreando agua, el pequeño pulpo entraba y se. dirigía a la mesa asignada, evitando mojar a sus compañeros.
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gabriel falconi
Milda R Poskinahaite