Las otras vctimas
Publicado en Mar 05, 2012
(SOLO UNA PRÁCTICA DE NARRATIVA AL ESTILO DE MIS NOVELAS FAVORITAS)
―Señor Solomon, describa lo que pasó anoche. Chris sentía que la oscuridad se reía de él en aquella sala de interrogatorios cuando una voz de mujer le había ordenado aquello. La mesa al centro de un cono de luz blanca que se desprendía del techo y los dos agentes que lo interrogaban eran lo único a la vista, el resto, era oscuridad. Una carpeta sobre el plateado abollado de la mesa contentivo de su recién abierto expediente estaba de par en par siendo examinado por la sensual detective que le había hecho la pregunta sin mirarlo. La mujer vestía un chaleco gris abierto adelante dejando ver el escote delicado que tenía la blusa blanca bajo este; un botón menos lo habría hecho lucir demasiado vulgar y uno más, demasiado recatado, así que, estaba en el punto perfecto para una mirada curiosa de esas que la agente Elizabeth Payne sabía que recibía a menudo con sus ideales treinta pocos años. La agente echó un vistazo al joven frente a ella y luego rodó la silla, la acercó más a la mesa y apoyó ambos codos sobre el expediente esperando respuesta. Quería incomodarlo, presionarlo de buena forma como sabía no haría su compañero. Cuando se inclinó hacia adelante, su escote pareció un poco más evidente. Una cola de caballo tras las orejas, piel blanca y cabello negro oscuro como sus grandes ojos. Labios rojizos naturalmente y dientes perfectos en su boca adornada por un lunar que se pintaba con exactitud todos los días por la mañana, la hacían lucir demasiado delicada para el trabajo que desempeñaba. Chris sintió la mirada penetrante de la detective cruzarse con la suya y quiso responder al ser intimidado. ―Señor Solomon, conteste ―dijo una voz masculina con un toque exigente e irritante para Chris. Ese era el agente Frank Hoffman. Con un expediente algo manchado por sus violentos procedimientos, estaba jugándose su trabajo la próxima vez que se pasara de puños con algún sospechoso. Chris sabía del juego que se proponían aquellos policías y le alegraba que el “poli bueno” fuera la hermosa agente Payne. ―Necesitamos que colabore, señor Salomon. ― Yo no maté a nadie. ―Entonces ¿Quién lo hizo Chris? ―soltó el policía alto y fornido mientras colocaba su saco azul marino en la mesa y aflojaba su corbata. La cabeza rapada le brillaba con la luz de la lámpara del techo y un ceño de pocos amigos le surcaba el rostro cuando caminaba de un lado a otro detrás de la agente Payne entrando y saliendo del cono de luz de la sala. ―Las voces ―contestó Solomon. ― ¿Dice que unas voces mataron a su padrastro, señor Solomon? ―No. El dice que unas voces tomaron un cuchillo de cocina, el más grande de la casa, se escondieron en la oscuridad de la sala y esperaron que su padrastro se levantara y lo apuñalaron quince veces en el pecho ¿Verdad Chris? ¿Es eso lo que dices? ¿Qué tu eres inocente y que unas voces mataron a tu padrastro a sangre fría? ―Dieciséis. ― ¿Qué? ―Dieciséis ―repitió―. Fueron dieciséis puñaladas, agente Hoffman. ― ¡Vaya que eres un desgraciado Solomon! No quieres perder crédito ¿verdad? No quieres que se reste ni una puñalada a tu asesinato porque eso te quitaría mérito ¿Cierto? Quieres ser reconocido. Te digo algo muchacho: Lo que has hecho es jugar con muñecas comparado con lo que hicieron las personas del lugar al que irás ¿Sabes? ―Yo no maté a nadie, agente. ¡Déjenme en paz, debo decir la verdad! ―gritó Chris. Las dos oraciones parecían haber sido dichas por dos personas diferentes. Chris respiraba afanosamente cuando gritó la segunda. ― ¿Entonces quién lo hizo maldita sabandija? ¡Dime! ¿¡Quién sino tú rata asquerosa!? ―soltó Hoffman y su puño golpeó la mesa con un estruendo a la vez que su cara quedaba a escasos centímetros de la de Chris Solomon. La agente Payne permanecía quieta. ―Si escuchara más en lugar de gritar, sabría que esa pregunta ya la respondí, Hoffman. ―Un chico listo ¿Eh? ―el agente tomó al enjuto muchacho del pijama y lo acercó a un más a su rostro enfurecido como si se tratase de un títere―. ¿Sabes lo que le hago a los chicos listos cómo tu, Solomon? ―No lo sé y no me interesa agente. Solo quiero irme a casa y si me dejan hablar tal vez lo logre―respondió el joven mirando un punto incierto. Estaba alegre de aquellas contestaciones aunque se sentía un poco falso porque él no las había pensado. Él realmente estaba aterrado. Sin embargo, disfrutaba de la cara de frustración del detective cuando la agente Payne le pidió amablemente que se tranquilizara y éste se mantuvo detrás de ella nuevamente deambulando como un tigre enjaulado fuera del cono de luz que bañaba la mesa. ―Muy bien. Dígame señor Solomon, ¿Qué fue lo qué sucedió? ¿Qué pasó anoche? ―¡Las voces mataron a ese hombre! ―Chris arrugó sus facciones y soltó un gemido. Parecía sufrir por algo después de haber gritado aquel increíble testimonio por segunda vez―. ¡Debo decirlo o iré a la cárcel! ―soltó el interpelado. Sus manos advirtieron las esposas que lo sujetaban a la silla cuando quisieron cubrir sus oídos sin éxito para acallar el estruendo de órdenes. Ninguna se ponía de acuerdo, todas querían decir algo, todas querían manejar sus respuestas porque todas querían que saliera libre para seguirlo ayudando―. Tienen razón…―se rindió al borde del llanto―… no hay forma de salir de aquí así que hablaré. Cállense y déjenme que les cuente… ―Está bien, te dejaremos hablar, pero no comprendo lo que pasa Chris. Debes ser más claro. Dices que unas voces mataron a tu padrastro, pero esas voces. ¿Dónde están? ―Lejos ―respondió el chico y miró a la detective a los ojos. Elizabeth jamás se había asustado con la mirada de ningún sospechoso, aún cuando sus facciones fueran desfiguradas o su cuerpo fornido y decorado con tatuajes asustaran a cualquiera, pero la mirada de aquel chico delgado y pálido como un fantasma la había asustado. Desvió la vista y la clavó en el expediente. Tomó aire y lo enfrentó de nuevo: ― ¿Dónde Chris? ¿En el teléfono? Chris soltó una carcajada que retumbó en la sala y luego se quedó en silencio con la misma rapidez. Hoffman sintió un escalofrío por lo que tardó en recuperar la compostura para entonces preguntar sin emoción: ― ¿Qué es tan gracioso maldito demente? ―No están al teléfono, detective. Están en mi cabeza, me piden cosas―dijo Chris. ― ¿Te piden cosas Chris? ¿Te pidieron matar al señor Sullivan? ―preguntó Payne. ―Sí. ― ¿Las escuchas ahora? ―No. Ellas ya se fueron, pero regresarán ―dijo en un susurro como si alguien pudiera oírlo. Como si las voces pudieran escuchar que las estaba acusando―. Siempre regresan ―agregó abriendo los ojos como si las voces pudieran materializarse en cualquier momento desde algún punto aleatorio de oscuridad. ― ¿Por qué aceptaste lo que te pidieron? ―Por el dolor. El dolor es insoportable ―respondió Chris ahora incómodo y con la mirada agacha―, y por los gritos, ellos estaban sufriendo también. Tenía que ayudarlos. No soy una mala persona. ― ¿A quiénes? ¿A quiénes ayudabas Chris? ―Eso no es relevante. Su tarea es interrogarme sobre el asesinato, no sobre mis voces, agente Payne. No es psiquiatra ni nada parecido. Le haré todo más fácil, detective: Yo maté al viejo. Me levanté a las dos treinta cinco de la mañana, fui a la cocina tratando de no hacer ruido y tomé el cuchillo, esperé bajo escalera hasta las tres y cinco minutos. Es la hora en la que termina su programa favorito. Sabía que apagaría el televisor y luego bajaría a tomar un bocadillo nocturno, como siempre. Comenzó a bajar por la escalera, encendió la luz de la sala y cuando me dio la espalda, lo apuñalé una vez, se quejó y cayó al suelo, luego se dio vuelta, estaba aterrado como nunca lo había visto, quería levantarse así que lo apuñale hasta que dejó de moverse. Dejó de moverse a las tres y siete minutos. Las voces planearon todo… Luego… Esperé… ― ¿Qué esperaste? ―preguntó Elizabeth. La piel se le puso de gallina con esa pregunta, la respuesta fría de aquel joven la había asustado más de lo que ella misma quería admitir, era como si por momentos aquel chico dejara de sentir emociones, y estás, les fueran inoculadas repentinamente sin causar efectos demasiado tiempo volviéndose de nuevo frío y calculador de alguna manera. ―Que los gritos pararan y que ya no me doliera más ―dijo. ― ¿Quiénes gritan… son las voces? ―preguntó la mujer. ―No ―contestó Chris. Levantó la mirada y sus ojos parecieron perderse de nuevo en algún lugar de la oscuridad tras el irritable agente Hoffman―. Son sus otras víctimas ―respondió y luego soltó un grito de dolor que desgarró la sala al sentir como si hubiera sido atravesado por una lanza invisible. Las atormentadoras voces, habían regresado.
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gabriel falconi
felicitaciones!!!!
Francisco Perez
bett
Un texto envolvente....Paranoia, esquizofrenia?........siempre hay mucho que disfrutar y aprender de ti....
Saludos!!!!!
Bett
Francisco Perez