ANFIBOLOGÍA POÉTICA O LOCURA AMOROSA EN LA CUADRA DE LA VIDA
Publicado en Mar 08, 2012
En momentos del día se aman con intensidad. Horas más tarde es fácil escuchar los insultos del uno contra el otro. Son dos estados de ánimo en un mismo enamoramiento. Ternura desbordante. Odio sin límites. Se reverencian, se aborrecen sin máscara alguna. Con su actitud permanecen diciéndose te quiero - te detesto: Anfibología poética o locura amorosa en la cuadra de la vida. Sin embargo, cuando expresan “te amo” es fácil observar el amor pleno. Cuando articulan “te odio” aguzan sus sentidos en la animadversión bilateral. Son evidentes al amarse. Son virulentos en el odio. El cero y lo universal convergen en este fárrago. Trino y rugido a la vez.
En ocasiones tienen miradas de hojas marchitas franqueadas por estrellas moribundas. Espinas punzan sus almas. El fuego sale por sus poros e incendian con palabras atroces los sentimientos recíprocos. De pronto se apaga todo. No hay sendero, no se avizora luz alguna. Se levantan del rescoldo, siguen entre la penumbra con pasos desorientados. Cuanto existe es ruina. Ellos son el cataclismo y el planeta sin fondo a la vez. En otros intervalos, sus ojos ramifican la luminiscencia del verde como profuso cielo vegetal. Se abrazan alrededor del junco, al tanto la planta estimula las extremidades del entorno con su ración de polen, las flores se abren de estigma en estigma mientras el falo de la corriente fecunda de todos los matices la vida. El aquí y el ahora permanecen en éxtasis. Él derrama vida a la vida. Ella vértebra, a imagen y semejanza del mundo, el mundo jadeante del amor. Ella se llama Amparo-Dolores o Eva. Él lleva de nombre José – Carlos o Adán. En una poética erótica José – Carlos o Adán le confiesa: Algo me gusta de ti. Quizás tú forma de ser. De pronto tu cuerpo. O la manera de sumar dos más dos con ese hermoso resultado cuando dices cinco. Algo me gusta de ti ¿será cuando hacemos el amor y en pleno orgasmo exclamas: los grillos ladran? Ella, en abstracción renovada, responde: Te amo entre el crepúsculo iluminado por el jazmín. Te amo desde la blancura vibrante en el cafetal. Te amo como si mañana no me fueras a olvidar. No es difícil vaticinar, después de estas vehemencias entrañables, el reverso por abatir los fueros de dicha ternura: De un momento a otro ella le lanza un sinnúmero de golpes, sin razón alguna, él va a dar a la orilla del desagüe infinito. José – Carlos o Adán, protesta: Al borde de la existencia soy inocente del fuego y la miel, de la mortecina y el dolor en tu alma. Soy inocente de haber nacido, del viernes y del sepulcro de Cristo, de las espinas y la sangre, de la raíz y el viento. Soy inocente. Dios no podrá salvarme de mis entrañas donde aúllan lobos, cuando te veo idéntica a la abuela de Caperucita roja, al estar desnuda. La esquizofrenia converge en estas superficies. Se extiende, no hay tapias para contenerla. El aire asfixia. Es imposible el vuelo. Los pájaros se amontonan unos sobre otros, se observa una montaña de alas como un pájaro prehistórico entumecido. Del canto alegre queda un eco de tristeza, el cual ralla el tapiz de la distancia. Pronto se aman en los alrededores de un domingo, un jueves o de una corona de hormigas envolviendo la panela. Amor dulce. La montaña de alas se despereza, el ave paleolítica encumbra hasta la inmensidad, la sinfonía del trino reverdece el tiempo sin barreras. Amor subordinado a un cuerpo, a una esperanza, a las circuncisiones del espíritu. Amor superficial, amor sin límites, amor prisionero en su propio nimbo. Amor emergente. Amor fogoso. Amor absurdo: Se desarticulan margaritas configurando quimeras de savia -¿me quieres, no me quieres?-. Amor efímero: La pasión pasa a la misma velocidad del desamor. Amor, sólo porque las entrañas advierten ciclones de soledad, no por el amor. Amor cabalgando sobre cebolla y lágrimas. Amor trillado. Amor para ofertar, a precio microscópico, en la bolsa de la nada. También amor solemne. Amor lógico. Amor trascendental. Amor azul. Amor único. Amor posible. Amor afable: Eres tierna, pura, eterna, eres, eres, eres un pollito recién fallecido, todavía tibio, como cuando se muere, se muere, hasta respirar, respirar, tan bella, tan bella. Vid del amor: Vino en manos del sibarita saboreando la raíz del amor. La luz de la luna viene al encuentro del ladrido, los girasoles arrojan sombras amarillas entre sombras refulgentes, la armonía de sonidos, de colores simultáneos y diferentes, son acordes al palpitar de la entrega total, luz entre la luz en el día del sexo. Ven, entrelacemos nuestras manos, fusionemos palabra a palabra el lenguaje del amor, proclaman José – Carlos o Adán, al unísono, con Amparo-Dolores o Eva. Desde los siglos de los siglos, millones de enamorados en este contexto. Anfibología poética o locura amorosa en la cuadra de la vida, en la vivienda cerrada, en el antifaz de la decencia, en la jerga cotidiana. Demencia de amor en algún paraje, igual al roedor en los hogares del mundo, a la rata blanca en la mansión, la cual no deja de ser el mismo roedor. Demencia circular: Gira y gira de caricia en caricia, de ofensa en ofensa. Se momifica cualquier trascendencia amorosa: Suceden sombras sin dirección alguna, porque no tienen naturaleza original, en la sala de la rutina. Los amantes se quieren, se tocan se funden hasta llegar a la monotonía del vivir, se quieren, se tocan, se funden. Los amantes se separan, miran hacia el abismo, se lanzan a la profundidad de alguien para hacerse querer, para ser tocados, para fundirse, se hastían, escrutan el cielo, suplican amor, se desconciertan, se abandonan a la fe de descubrir alguno listo a querer, a tocar, a fundirse con ellos. Llega la herrumbre de sus vidas, alucinan el aura de ángeles amorosos, se olvidan de la soberbia de la carne, el milagro empieza a revelarse, se convierten en los amantes más pudorosos de la tierra. Un borracho desconocido, desde una esquina, grita: El amor no existe. Un individuo sobrio le contesta: Un día amé, amé hasta le médula de mi mirada, regresé a la piel del amor para luego partir de su ostracismo, le respondo con ojos tertuliando con mi sangre: ¿El amor…? El beodo lo mira con aversión, como si fuera otro de los cuales él mismo devasta, se aleja desconcertado, en el trayecto se conduele: ¡Una baratija es el amor! Más tarde el otro hombre reflexiona si el amor es una gota de agua en un cáliz de bronce observándose como si fuera oro, hasta creer embriagar el sol con su ápice de ilusión. En la cuadra de la vida un griterío estremece la noche, la afinidad se ha transgredido de nuevo. Sobre la imperturbabilidad, pedazos de verdades y mentiras han sido trasbocados por supuestos hábitos antropoides. Transcurre el tiempo, nadie interroga respecto al amor. Amparo-Dolores o Eva, José – Carlos o Adán, sí reflexionan y preguntan: ¿Son las tres de la tarde?
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