HOY LOS ÁRBOLES ESTÁN EN SILENCIO…
Publicado en Mar 13, 2012
La ciudad, sentada en el andén, espera la llegada del día final, antes de ver terminado el más alto edificio del mundo en el centro de sus propias entrañas, agitadas de maleantes, oficinistas y de tres ancianas ingresando a la iglesia, de arquitectura excéntrica, donde Dios mismo no ha logrado entrar. De forma espontánea, el aquí y ahora se enclaustra en el absurdo. Si bien un huracán agujerea el límite del día, hoy los árboles están en silencio. Sí, los árboles guardan silencio. Guardan silencio… Hoy, como nunca, los árboles están en silencio. ¿Qué más da si ayer los árboles eran viento encortinado de hojas y aroma tenso? Son sombras. Las sombras de los árboles se mecen, se siente una algarabía arrasando la mañana silenciosa. La mañana es otra sombra, hechizada por árboles en el viento.
En la llanura la deducción se aleja sombra abajo. Alguien, en el peñasco, se queda en silencio. El silencio termina en sombra, dejándose ir entre el pedregal del río. Palabra y sombra coinciden. La palabra es una piedra, quien la escucha su sombra. Ayer Él recibió una palabra en la frente, ahora se encuentra en el hospital de los crepúsculos con sus pensamientos heridos. De sol a sol todo está a media luz. Brilla la sombra de las once de la noche. La sombra del cuerpo completo de la noche es centelleo interpuesto en la cuadra del silencio, floreciendo al lado del duraznero. El gallo canta a la una de la mañana, alguien lo descabeza por no cantar a la hora exacta del tercer canto del gallo. La rutina engendra una despreocupación irracional en la multitud. La sombra de la mujer de setenta y tres años, desde hace setenta y tres años, mantiene sus piernas fijas sobre la sombra de la pared, y es feliz. Certidumbre acá y allá. En la zahúrda dos hombres, absortos en la penumbra, esperan desde el inicio de los siglos la naranja mesiánica, donde se presume cuelga el zumo de la luz. Catan, en el vaso de la vida, el río más caudaloso del planeta. La rana bebe, en el tamarindo, la sombra moribunda del hombre sediento. Queda cierto desamparo en las inmediaciones. Alguien espera a alguien. Nadie aparece por ningún costado. De improviso una luz surge en el centro de la calle empedrada. Las esquinas fulguran. La sombra de la luz explosiona. Se abren ventanas en el paraje. Ningún ser humano asoma en ellas. Quien aguarda, como evadiendo la perplejidad, evoca su existencia. Sonidos emergen de lo más hondo de la tierra negra. Bramidos de toros blancos germinan redondos, igual a la cubeta en la cual se asienta la leche verde, consumida en su niñez. El tiempo de este hombre, es nada en el tiempo. Su nada, tiempo en todo. ¿La sombra y la luz en la nada, en el tiempo, merecen vivir su inherencia a la vez, sin poder postergarle al mundo un haz de sombra y luz In memoriam del abedul muerto? El hombre comenta para sí mismo, se siente vacío. Con sentimiento apesadumbrado opina: Pronuncio la vida a las cinco de la tarde. Expreso la muerte un poco antes. No hay sombra, no hay luz, a las cuatro de un tiempo cualquiera, en el intermedio de nacer, de morir. No se da respuesta alguna. Asoman nudos de sombra y luz. La sombra se deshila. La luz permanece lejos del teléfono. Alguien se escucha en el auricular, nadie contesta, la luz interfiere, la sombra cuelga. Los vinos irrumpen la claridad. Vinos de excelente cepa, vinos de mesa simple, vinos del vino más humano, guiando la sombra asceta de los abuelos, la sombra cruel de los abuelos, la sombra limpia de los abuelos, la sombra niña de los abuelos, la sombra terminando de ser sombra de los abuelos, mientras un anciano, abandonado por su sombra, consume la noche en el cristal del aire. Su longeva esposa entra al cuarto, él le ordena: Desnúdate, hace años no rozo tu piel, solo vago por tú sombra, estoy ansioso de revivir tus orgasmos. Quizá mañana tu cuerpo ya no esté a mí lado. Apresurémonos, hagamos el amor antes de cerrarle a la lluvia el grifo y de contenerse la luz del sexo. La anciana salta por la ventana. Él no cabe de contento. Muchos años después una preciosa joven emerge de la oscuridad, la respiración del octogenario evoluciona a ritmo acelerado. Con tartamudeos, hurtados al colofón de su vida, insinúa: Leamos un poema erótico, acostados en el lecho de mis deseos. Déjame Profanar la libido. Desviste tu cuerpo. Quiero amarte, inmiscuirme en tus entrañas. Más tarde ojea la página siete del libro INJERENCIAS SEXUALES, escrito por un hombre de edad relativa, allí vas a leer un verso insinuando el júbilo de ser penetrada en el ámbito de tú sangre, centelleante de sexo. Ven, en mi mundo sombrío eres carnalidad reveladora de luz. El día se reduce al canto mimetizado entre la brisa. A un felino en la sombra viendo huir su propia sombra, como roedor alcanzado por los primeros relámpagos de miel, encima de la hoja de plátano. Hay desánimo. Sombras de herraduras, en la estación, observan alejarse el caballo sin herraduras, entre la maleza de rieles abandonados. Trotes de caballo se escuchan como lluvia en tintineo, es el instante de la carroza fúnebre. Mucho después la luz del sol danza entre la ventisca. Un paraguas resplandece en las afueras del pueblo. Tres hermosas mujeres ríen bajo la sombra perfumada de mirto. La tarde persiste el peregrinaje de sus horas. La noche llega a ser parte del paisaje diurno. Un sinnúmero de sombras van y vienen entre el lindero del cereal recién espigado. Al abrir las ventanas de la alcoba se observa una persona meditando las cuatro orillas de su universo. Está cabizbajo, semejante a un espantapájaros a medio degollar. Una gota, sobre la cerámica, brilla en el desértico ámbito, como agua prometida. Quizá sea la efigie de Ítaca reflejando el destino. Cadáveres de sombrillas solitarias, echadas abajo por la lluvia, se dirigen a sus tumbas. La racha persigue su denuedo de cristalino impasible. Una hormiga, comensal del almíbar, hace sombra a millones de acompañantes de los quitasoles extintos. Perdura el mutismo: Hoy los árboles están en silencio…
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