6.- Milagro en el jardín
Publicado en Mar 23, 2012
Evrart siguió a Geraldine a través de la enmarañada maleza del jardín. Éste habría sido antes un patio muy hermoso, con una gran variedad de flores exóticas provenientes de diferentes países.
Algunas bancas de madera, algunas muy podridas, indicaban que había sido un paseo agradable para conversar durante las horas de estío o antes de que cayera noche. Encontraron una a un lado de la barda, de oscuros adobes y salpicada de hiedra por todas partes. Dos cedros enormes cubrían la vista de la enorme casa, mientras un arbusto de abelia detrás de la banca impedía que alguien notara su presencia en el jardín. Se sentaron sin decir palabra, observando el cálido aire de marzo y las avecillas que revoloteaban sobre sus cabezas. Evrart estaba tenso y a la vez feliz, sin atreverse a preguntar nada. Era extraño todo aquello, mezcla de prohibición y engaño. Sin embargo, no podía sentirse más afortunado que al lado de aquella enigmática joven. Geraldine estaba absorta en su silencio, con el joven a su lado. Pudo notar en su cuello parcialmente cubierto por la blusa, el color rojo vivo de una reciente abrasión, que parecía correr de media espalda hacia su hombro izquierdo, donde abruptamente desaparecía. Distinguió también una mancha morada en el pómulo izquierdo que se extendía por debajo de su ojo y le hinchaba levemente la mejilla. Un escalofrío lo sacudió de pronto, sin saber qué hacer. Geraldine había sido lastimada recientemente. Ella se volvió al notar el estremecimiento de su acompañante, y sus ojos se posaron en él. Volvió a experimentar esa atracción insólita que los prendaba y los desconectaba por completo del resto del mundo. Escuchó a Christine llamarle en la lejanía y a algún chiquillo corriendo del otro lado de la abelia. Sin embargo, ellos estaban seguros y tranquilos en aquel escondrijo donde nadie más podía verlos. Nunca hizo consciente en qué momento sus labios recorrieron el cuello de su compañera, aspirando su aroma en una mezcla de lavanda y el alcanfor que llevaba en sus heridas. Aquel recorrido terminó en los labios carmesí de ella, y al roce de su boca experimentó un deseo incontenible que le hizo abrazarla sin pensarlo dos veces. La besó ardorosamente y en silencio, sin pensar más en su atropellado impulso. Acarició su espalda y la estrechó contra sí, sintiendo la calidez de aquel cuerpo, que consentía sin reparo aquellas íntimas caricias. Tras un prolongado beso, se volvieron a mirar, con desconcierto y sorpresa. Ella le sonrió, tranquilizándolo. Él, se sentía avergonzado, más aún porque sabía que Christine no estaba muy lejos de allí. Y sin embargo, lo volvería a hacer, sin importarle los remordimientos. Volvería a besarla una y otra vez, sin poder detenerse. Geraldine se levantó y mirando a través de los cedros, murmuró en voz baja: - Debo marcharme. Evrart intentó decir algo. Quería preguntarle por el incidente de la noche anterior, por las huellas de golpes impresas en su blanca piel, por la razón por la que era lastimada... Pero sobre todo, quería pedirle que se quedara un poco más. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo, Geraldine desapareció entre los arbustos. Se quedó allí cinco o seis minutos más, con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en la banca. Sentía aún sus labios, esa emoción de haberla tenido entre sus brazos. Recordaba también esa última sonrisa que le había regalado antes de marcharse. - Es tan hermosa...- musitó, sintiéndose febril y desesperado. - ¿Evrart? Se incorporó de golpe. Christine y Michael lo observaban al otro lado de uno de los cedros. - ¿Qué haces aquí? ¡Te estamos buscando desde hace rato! El joven no supo qué decir. Temió que el olor a lavanda de Geraldine lo delatara y se mostró un tanto distante. - Estaba cansado... no dormí bien anoche. Caminaba por aquí mientras hablabas con Marinna y al sentarme casi me quedé dormido. Michael se echó a reír, pero a Christine no le hizo ninguna gracia. - Eso no fue gentil, Ev. Pensé que te habían marchado sin despedirte. Evrart se incorporó y trató de ser amable, pero la chica no parecía estar de buen humor. Entraron nuevamente a la casa, donde el movimiento había aumentado en torno al comedor. Había dos mesas largas en el comedor, donde les esperaba pato asado, puré de verduras y enormes tazones con crema de champiñones. Una mesa más pequeña estaba aparte, donde comían los niños, acompañados de la niñera de Erick Henderson. La familia de Christine compartía mesa con los Chambers, el señor Coleman y su hijo Ralph. Todos parecían más animados y conversaban entre sí. Nadie quiso ocuparse más de la triste vida de los Doherty.
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María Ester Rinaldi
Esto comienza a complicarse....como saldrà Evr de semejante lìo, aun despues del beso?mmmmm
Continuemos...
mientras tanto, a favoritos!
El...vi...ra
¡Abrazos!
bett
Ese beso fueeee bueno fenomenal.....me dejaste entrever el cosquilleo del amor verdadero... la ternura, y el deseo juntos..... una escena demasiado tierna, que dió a Geraldine la caricia que necesitaba despues de semejante golpiza...... grrrrrr ojala alguien le de su merecido a ese patán.....
Continuemos....
Bett
El...vi...ra
Gustavo Milione
Sobrevuelan Flaubert y Dickens en el relato. ¿Acaso los has leído, verdad?
Te envío un cariño enorme.
Gustavo
El...vi...ra
Abrazos.