7.- Siguiendo al enemigo
Publicado en Mar 30, 2012
Escuchaban el Lago de los Cisnes en un viejo gramófono en una de las salas. Dos violines se entrelazaban sonidos que a Evrart le parecía lo más romántico que jamás había oído.
Christine a la luz de la chimenea, se encontraba sentada junto a Nora Henderson. Michael y Mathew Chambers se encontraban absortos en un juego de ajedrez. Los niños jugaban en el vestíbulo, reían y cantaban canciones de moda. Iba cayendo la noche y la casa se oscurecía a pesar de la cantidad de candelabros encendidos. Evrart observaba desde el interior de la sala de estar, el ir y venir de los niños. La música se escuchaba tan suave que los ojos empezaban a cerrársele. Su oído se afinó a tal punto que empezó a escuchar la conversación de las dos jóvenes. Christine bajaba la voz y hacía en ésta un énfasis dramático. - Dice que la golpeó durante una hora mientras las demás intentaban abrir la puerta y detenerlo. - ¿Por qué siempre a ella?- le preguntó Nora Henderson -a las demás también les pega, pero insiste en lastimar más a Gera. Evrart se sobresaltó de pronto. Abrió los ojos, pero permaneció inmóvil para no distraer a Christine. - No he podido sacarle nada a Marinna, pero seguro es algo tenebroso. Ninguna de ellas se atreve a decir nada, me imagino que las asusta con amenazas. - Elias no ha estado en todo el día. - Al parecer está buscando reubicarse con su familia en otro lugar donde nadie se entere de sus iniquidades. Si ellas salen de esta casa, Nora, las perderemos. Ya no podremos ayudarle. Evrart se levantó y salió de la habitación, excusando que debía ocupar el sanitario. Christine apenas se interesó en su salida, con lo absorta que estaba en su conversación. Pasó cerca de los niños, a lo largo del vestíbulo. Nadine Doherty perseguía a Erick Henderson y se iban ocultando de sala en sala. Evrart estaba preocupado. Parecía que su interés por Christine iba disminuyendo rápidamente y no sabía cómo remediarlo. La había conocido en un momento de dolor, la muerte de su madre, y por dos años parecía la pareja más dichosa que se hubiera conocido. Pero ahora no sabía cómo borrar a Geraldine de su cabeza, y además todo le hablaba de ella, incluida la propia Christine. Salió de la casa y se introdujo en las pequeñas callejuelas del vecindario, las que existían desde hacía varios siglos. Ya era noche y pocas personas deambulaban a la débil luz de los faroles, mientras una lluvia ligera mojaba las calles empedradas. Quería poner en claro su cabeza, saber qué sucedía dentro de él. Nunca pensó que nadie fuera a interponerse entre ellos dos. Fue entonces que vio una enorme silueta salir de un bar en una de las apartadas callejas. Inmediatamente reconoció al imponente hombre que había visto al pie de la escalera, con su rostro lívido como la cera y ese semblante amenazante. No podía ser otro que Elias Doherty. Evrart se escondió tanto como pudo en la oscuridad del callejón, asegurándose de que Doherty no lo había visto. Aquel terrible sujeto empuñó su largo bastón (con el que seguramente golpeaba a su familia) y caminó presurosamente hacia la gran avenida. La oscuridad reinante pesaba sobre sus cabezas. Evrart por alguna razón, decidió seguirlo a prudente distancia. Un extraño sentimiento lo embargaba. Allí estaba él solo con el principal agresor, la persona que más daño hacía en aquella casa y el que amenazaba con llevarse a Geraldine para siempre. Tomó un tubo oxidado en uno de los basureros y con cautela continuó siguiendo a Doherty. Entraron a una sección de la ciudad donde muchas casas se habían derrumbado. Evrart no pudo seguir el paso de Doherty, que iba demasiado aprisa. Tropezó varias y veces y temiendo ser descubierto, esperó un buen rato antes de que volver a seguirlo. Así que, cuando se dio cuenta, lo había perdido de vista. De pronto, escuchó un grito ahogado en uno de los edificios. Salió corriendo en dirección del desgarrador alarido hacia una sección donde las casas eran enormes y tenían los muros peligrosamente fracturados. Vio la puerta abierta en una de ellas, la cuál era de dos hojas de madera, decorada con vitrales rotos. Dentro estaba muy oscuro y podía olerse el polvo de muros a punto de caer. Sin embargo, a la luz de la luna que entraba por una de las ventanas vio un objeto pequeño que brillaba. Al caminar resbaló con algo viscoso que por poco le hizo caer.
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Gustavo Adolfo Vaca Narvaja
Seguimos
El...vi...ra
Saludos amigo.
María Ester Rinaldi
Esperemos que Evr resuelva el misterio, este señor ya es muy siniestro,
pobres niñas!!!
Sigamos, Elvira...
El...vi...ra
María Ester Rinaldi
Esperemos, entonces...
El...vi...ra
bett
siguiente página querida amiga....
Espero que le den su merecido al tal Doherty que ya me hizo enojar...
Bett
El...vi...ra
LIBARDO BERNAL R.
El...vi...ra