9.- Un deseo
Publicado en Apr 02, 2012
El piso de Evrart mostraba una hermosa panorámica de la ciudad a través de la terraza. Podía verse en la oscuridad miles de luces parpadeando como si las mismas estrellas hubieran bajado del cielo.
El lugar era amplio y tenía un diseño minimalista, lo suficientemente cómodo para un chico soltero. Pasaron a la sala, donde Evrart invitó a Geraldine a sentarse. Ella estuvo observando a su alrededor mientras el joven iba por el botiquín de primeros auxilios. Evrart se sentía un tanto extraño, pues Christine nunca le había acompañado hasta su apartamento y mucho menos, quedarse a solas con él en la noche. Casi siempre convivían con la familia de ella o iban a lugares concurridos como cinemas o centros comerciales, hasta una hora conveniente. Tanta corrección y buenos modales lo habían orientado hacia un tipo de noviazgo formal donde no había oportunidades para deslices ni conductas inadecuadas. La precipitada fuga y extraña relación que llevaba con Geraldine lo desconcertaba aún más. Habían intercambiado pocas palabras desde que se habían conocido y aún predominaba entre ellos el silencio. No es que ella fuera demasiado reservada, en ocasiones, hablar parecía estar de más. Era como si se comunicaran más allá del lenguaje verbal. Geraldine estaba sentada en el sofá imitación piel, inmersa en una profunda abstracción. Sonrió al ver a Evrart con el botiquín en mano y ciertamente atolondrado. - ¿Para qué es eso? - Necesitas curarte- le dijo Evrart -estás muy lastimada al parecer. - No mucho- dijo Geraldine -pero dudo que tengas alguna idea de cómo atender mis heridas. Evrart se rascó la cabeza angustiado, confirmando el comentario de la joven. Ésta se echó a reír, compadecida. - No te preocupes. Estoy acostumbrada a estos menesteres y sé cómo hacerme cargo de mí misma. Eres amable al preocuparte por mí. Evrart se sentó a su lado inquieto. Geraldine notó en su rostro el golpe que le había propinado y la rasgadura de su camisa mostraba que le habían lastimado un brazo. Abrió el botiquín y le untó ungüento en la sien, mientras le ayudaba a quitarse la camisa para vendarle la extremidad. La presencia de Geraldine impedía a Evrart pensar de una manera adecuada. - ¿Qué te sucedió?- le preguntó con cierta timidez. Ella se volvió a verlo, mientras se quitaba la ensangrentada venda del torso. - Ajuste de cuentas- dijo sonriendo -tras mucho tiempo sin resolverse, al fin se han terminado. Geraldine tenía algunas heridas extrañas encima de las costillas, como si hubieran querido acuchillarla pero sin éxito. Eran más bien rasguños, aunque profundos. La sangre, ya prácticamente coagulada, provenía de una herida en el hombro. En sus muñecas había marcas de forcejeo y ataduras. Pero Evrart no estaba convencido de la respuesta de su compañera. Sin embargo, Geraldine le dio un giro muy radical a la conversación. - ¿Christine vivirá aquí? Aquella pregunta puso a Evrart en aprietos. No supo qué decir en un inicio. - No, tal vez vayamos a vivir con su familia. Geraldine suspiró con cierta tristeza. - Es una lástima- dijo -aquí se viviría bien. - ¿Te gusta estar aquí? El corazón de Evrart se sobresaltó al formular aquella pregunta. Sentía una vívida emoción que no lograba describir. Nunca en su vida se había sentido tan contento, con tal exaltación de sentidos, con tantas ganas de estar vivo. Tomó las manos de Geraldine y las besó apasionadamente. - Me gusta que estés aquí- le dijo -me gusta mucho. Geraldine tomó aquellas manos, pero prefirió besar los labios de Evrart. Inyectó en ellos la intensidad de sus encantos, su fuerza seductora y aquel prometedor placer que ya revelaba con su mirada. Ambos estaban heridos, lastimados y debían moverse con especial cuidado si no querían experimentar dolor. Sin embargo, eso no impidió que el placer los incitara a tocarse, a acariciarse y a unirse. Él era virgen, iba guiado por su instinto e incitación. Ella, parecía más madura, debía tener más de alguna experiencia. Le guiaba con avidez y al mismo tiempo, cautela; despertando el cuerpo de Evrart con singular maestría. Disfrutaron el momento cumbre como una primera vez, irrepetible y memorable. Se quedaron allí, sobre la mullida alfombra, escuchando el ruido urbano de la noche. - ¿Por qué tu padre te lastima de ese modo?- preguntó Evrart, refiriéndose a todos los moretones y golpes de la joven. Geraldine sonrió enigmáticamente, había una expresión de triunfo en sus verdes ojos. - Ya no- dijo -y soy muy feliz por ello. Evrart guardó silencio unos instantes, y luego dijo: - Sé que no es mi asunto y que no debiera entrometerme. No te preocupes, no voy a interrogarte más. Pero Geraldine sólo respondió: - No conozco la playa ¿Hay alguna cerca de aquí?
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Gustavo Adolfo Vaca Narvaja
muy bueno Elvira.....puès allà vannnnn
El...vi...ra
bett
A favoritos of course amiga!!!!
Estrellas y abrazos!!!
El...vi...ra
Eso es lo que cuenta.
Abrazos, amiga!
Mara Ester Rinaldi
Veremos como sigue...
El...vi...ra
Evrart no lo creo, ya está completamente fuera de control, y tal vez ya no quiera disimular a estas alturas.
Christine, por su parte, estará aprendiendo una dura lección pese a que es una chica excelente.
Abrazos, querida amiga.