El lunes acompañé a una amiga a la nueva tienda de deportes porque le había entrado la manía de practicar el boxing. Nos atendió un joven depediente muy amable. Mi amiga salió equipada para repartir tortazos en una de las calles oscuras. Realmente, era muy guapo aquel chico! le dije.
Era muy guapo aquel chico.... La mañana siguiente no pude resistirme y volví a entrar en la tienda deportiva. Fui a su stant, le sonreí con dulzura y timidez y comencé a probarme cosas. Salí al cabo de una hora con una caña de pescar y un traje de buzo. Durante la semana hice aprovisionamiento de los más variados cachivaches: el viernes mi habitación translucía un aire de sportwoman que jamás hubiera imaginado. Pero yo estaba feliz. Muy feliz. Cada día, la relación con aquel chico (que se llamaba Porfirio) era más estupenda y realmente habíamos intimado. El viernos, me acompañó solícito hasta mi carro utilitario y sostuvo toda la indumentaria de guardameta de hockey sobre hierba mientras yo abría la puerta y hacía espacio en asiento trasero. "Ya nos veremos", le dije al despedirme. Y el chico sonrió nuevamente.
Era sábado. Las seis de la tarde y el calor empezaba a menguar en las calles del viejo barrio. Yo estaba bonita como pocas veces delante del espejo de mi cuarto. Hice un chasquido con los dedos de una mano pues me sentía mágica. Camino de la tienda me decía que el muchacho de piel tan sonrosada se me iba a declarar aquella misma tarde y el domingo sería algo divino. Entré en la tienda muy emocionada y encaminé mis pasos hacia donde solía estar mi novio. Sin embargo, en su lugar se encontraba una morocha alta y mal carada. Algo confusa, pregunté por el joven.
-Pidió el traslado ayer mismo a otra tienda de la cadena. Ya estaba harto de una jodida chica que no hacía más que acosarlo.
-¿Es posible? -me interrogué en voz alta, decepcionada, sorprendida, enfadada.
Salí a la calle jurando que si un día alcanzaba a encontrarme con aquella maldita acosadora iba a romperle ambas piernas.