EL DESIERTO HUMANO-2da parte
Publicado en Apr 12, 2012
UNA IDEA FIJA
Juan Cruz, conocía los problemas de su país pero tal como decía Sol, en su carta, no era lo mismo conocer la miseria que sentirla, del mismo modo que no era igual saber de la pobreza, que ser pobre, de modo que si quería la verdad, debería experimentar él mismo, todos los sufrimientos de esa gente. Tenía que ponerse en contacto con ellos ya que las estadísticas y los datos teóricos nada tenían que ver con sus vivencias. Si bien el pueblo estaba sumido en la ignorancia y en la miseria, esa realidad nunca había sido palpada de cerca por los hombres del gobierno. Poco a poco y a medida que pasaba el tiempo, esa idea fue tomando fuerza hasta que logró darle forma. Solicitaría permiso en el Ejército y cruzaría al país vecino, donde trataría de ponerse en contacto con los guerrilleros que habían cruzado hacia el Norte Y una vez que él hubiera averiguado todo sobre ellos, volvería a su territorio y se emplearía como peón rural para conocer sobre " la explotación del hombre por el hombre" como decía Sol. Necesitaba cambiar su aspecto, conseguir ropa adecuada y dejarse crecer un poco más el cabello y la barba para no ser reconocido, aunque ya hacía varias semanas que no se afeitaba ni iba al peluquero. Por primera vez, después de mucho tiempo, salió a caminar por su ciudad, observando detenidamente cada detalle. Su aspecto colonial, sus edificios, sus playas paradisíacas, sus hoteles de rango internacional, los niños descalzos y sucios que mendigaban por las calles, las mujeres que vendían cestos y artesanías por monedas. Y se asombraba. Era como si nunca hubiera estado allí. Y también estaba la otra cara, la de los señores que bajaban de sus carros con chofer y las escuelas religiosas donde mandaban a sus hijos bien vestidos y cuidados, estaban los grandes bancos en donde depositaban su dinero los hacendados y los industriales. Todo en ese maravilloso paisaje, empapado de mar con ese increíble cielo que pertenecía a todos. Juan cruz, nunca había meditado sobre aquello, a pesar de que todo había estado allí, desde siempre. Ahora veía a la gente, con sus diferencias y meditaba sobre lo bien que vivían algunos, a costa del padecimiento de la gran mayoría. Por eso, cuando llegó a su casa, lo primero que hizo fue una nota al ejército para pedir un año de licencia por motivos de salud y por la mañana se presentó ante el jefe máximo, quien no tardó en advertir su estado de tristeza. Fue por eso, que enseguida le otorgó lo que pedía, pues sabía perfectamente los tormentos psíquicos a que estaba sometido, después de lo que le había tocado vivir. Él se merecía cualquier retribución. Inmediatamente, Juan Cruz nombró a Pablo como su reemplazante y lo dejó con instrucciones precisas. Y no bien terminó de dar forma a su plan y de realizar los preparativos, salió dispuesto a atravesar la frontera hacia el sitio adonde sabía que estaban las fuerzas rebeldes. Cuando estuvo cerca del lugar, se hospedó unos días en un hotel y trató de informarse de como llegar hasta las sierras. Después de una semana, con la barba y el pelo crecidos, se vistió con harapos para dirigirse hasta allí, portando una bolsa con víveres y una manta sobre los hombros, ya que en las montañas hacía frío, por las noches. Mientras caminaba de cara al sol, Juan Cruz sintió una paz interior como pocas veces había sentido. Era como si María Soledad, se hubiera instalado en su alma y le diera fuerzas para continuar su camino. Pronto, el calor y el polvo hicieron irreconocibles sus facciones. Nadie hubiera podido reconocer al famoso Coronel, en ese vagabundo de aspecto cansado, que recorría de a pie, los montes. Recién en las últimas horas del atardecer avistó el campamento que buscaba y las dudas acerca de si podían reconocerlo le hicieron temer por su vida. Pero siguió adelante, porque era el momento más ansiado y no podía flaquear. Cuando divisó sus tiendas, vio que algunos fogones ya estaban encendidos. Y al acercarse, los hombres comenzaron a murmurar entre ellos hasta que el silencio se hizo largo y pesado, a medida que él se acercaba. Fue justo cuando uno de ellos se adelantó y lo indagó: - ¿Quién eres? ¿Qué haces a estas horas por estos sitios? ¿No sabes que son peligrosos? -Quiero cruzar la frontera hacia el sur ¿Acaso yo voy por el rumbo correcto?- preguntó, para tratar de confundirlo. --Sí, amigo. Pero mejor que no te atrape la noche por esos lados. - ¿Falta mucho para llegar? -insistió -- No mucho. Pero mejor quédate aquí y continúa tu camino por la mañana.-le aconsejó el joven --Gracias muchacho. Quisiera beber un poco de agua. -Acomódate junto al fuego y comparte nuestra cena-le dijo él -Gracias-dijo, mientras se sentaba. El muchacho apareció con una cantimplora y lo invitó con agua fresca. Y al cabo de un rato, compartía con ellos un cordero a la llama. Y luego conversaron como si se conocieran de toda la vida. - ¿Qué hacen tan lejos de sus hogares?-les preguntó Juan Cruz. -Nos gustan las excursiones- mintió uno de ellos ----Es una excursión demasiado grande -comentó él ---- ¿Tú crees? -le dijo el joven, sonriendo. ----Yo ando en busca de trabajo pues se acerca la época de las cosechas-dijo él, anticipándose a las preguntas. -Si tú quieres morir allí, nadie te lo impedirá-dijo uno de los rebeldes. - ¿Por qué dices eso, muchacho? -preguntó él - ¿Acaso eres un extra terrestre o algo así? ¿No sabes lo que es trabajar en las haciendas?-le advirtió. -Yo estuve preso un tiempo y no sé nada de cómo están las cosas -mintió -- ¿A quién mataste?- le preguntaron. -- A nadie, sólo robé para comer- dijo, Juan Cruz. -Y los milicos te encerraron sin que pudieras defenderte ¿Verdad? La justicia es muy cara para los pobres ¿Cómo te llamas? -Francisco-les dijo -Oye Francisco, es mejor que te dediques a la caza o a la pesca, antes que te vayas de peón ¿Entiendes?- le aconsejó uno de ellos. --Entiendo amigo, entiendo, pero no sé cazar ni pescar. ¿Sabes? -Si quieres puedes quedarte con nosotros. ¿Sabes disparar un arma? -- No, válgame Dios. ¿Qué es lo que hacen ustedes? - preguntó --Jugamos a la guerra, amigo, mientras el pueblo duerme. Juan Cruz escuchó esas palabras y le pareció escuchar a Sol. -Eso es peligroso ¿No creen?- les dijo -Peligroso o no. Es mejor que cruzarse de brazos, o trabajar en los campos. En la vida, hay que tomar una posición, puedes estar del lado de los que sufren o del que los hace sufrir, pero no puedes quedarte en el medio. -Tal vez, sea mejor conocer a ambos bandos ¿No crees, amigo? Digo, para poder elegir. -Eso es peligroso Francisco, porque puedes morir en el bando equivocado y sería una pena. -Yo les agradezco, pero me iré al amanecer pues necesito trabajar. -Pues vete, amigo, ya verás que pronto estarás de regreso. -Ya sé adonde encontrarlos-dijo, sonriente. Juan Cruz los observó durante toda la noche y los escuchó reír alegremente. Y pensó en Lucas junto a María Soledad. ¿Cuántas veces habrían reído así? ¿Pero habían sido felices? Con el correr de las horas, el sueño fue venciendo a la algarabía y las luces de las carpas se apagaron. No bien aclaró, él se marchó despidiéndose de los que estaban despiertos porque necesitaba llegar a su país y lograr su propósito. Y nadie en el campamento pudo sospechar que habían pasado la noche con su peor enemigo. Caminó muchas horas y cuando cruzó la frontera, grandes extensiones de campos cultivados y sin cultivar aparecieron de pronto, como fantasmas verdes y trasnochados. La gran mayoría, pertenecían al mismo dueño o al mismo demonio y fue entonces, cuando decidió cambiar su nombre por el de Juan Gómez para iniciar la búsqueda de un trabajo como peón rural. Él sabía perfectamente que esos territorios pertenecían a militares, al clero o a los terratenientes que eran quienes manejaban la economía de su país. Lo primero que hizo fue informarse, en un almacén de estancia y pronto se enteró de que Don Gonzalo Godoy, un rico terrateniente, necesitaba peones. Y hacia allá fue, no sin antes comprar un poco de tabaco, una libreta de apuntes y algunos objetos que iba a necesitar. Caminó cerca de una hora y media y por fin, avistó el campo que le indicaron. No bien llegó, fue atendido por el capataz Pedro Vargas. - ¿Para qué buscas a Don Godoy?-le preguntó, el hombre. -Busco trabajo. -Para eso estoy yo ¿Vienes para la cosecha? - Sí ¿Qué debo hacer? -Recoger el maíz, desde el alba a la noche, ¿Nunca lo has hecho?-le dijo el capataz. - ¿Cuánto es la paga? -La vivienda, la comida y algún tabaco. ¿De dónde vienes, que no sabes eso? -Vengo del país vecino. - ¿Tienes documentos? -No, no tengo. -Mejor. Ven, te daré un lugar para que vivas El capataz lo condujo hasta una especie de choza o casilla de madera que tenía, aproximadamente, tres metros cuadrados, con una abertura como puerta y ventana a la vez. En su interior había una tabla que servía de mesa, un gancho en la pared para colgar la ropa y un catre con unas mantas descoloridas y viejas. -No te preocupes si no te agrada el sitio, porque de día trabajarás y de noche, estarás tan cansado que no verás nada para quejarte-le dijo el capataz. --Estaré bien, gracias-dijo él. Cuando Pedro Vargas se alejó, él se acercó al aljibe para buscar agua en una palangana y vio que había como treinta pocilgas similares a la suya, que se alumbraban a la luz de una vela. Al regresar, encendió la suya y se puso a escribir sobre su primera experiencia. EN LA PIEL DE LOS OTROS El casco de la hacienda, se componía de una casona que era la vivienda de Don Gonzalo Godoy, la casa del administrador, las oficinas y la tienda de raya, adonde se vendían provisiones a los jornaleros. A pocos metros, se levantaban las casas de los peones, construidas de adobe y paja. Eran viviendas individuales muy precarias, con piso de tierra, de apenas cuatro metros cuadrados y sin ventanas. Las más grandes tenían quince metros cuadrados, sin separaciones interiores y estaban destinadas a familias compuestas de padre y madre con muchos hijos, la mayoría de los cuales trabajaba de sol a sol. Aproximadamente, a cinco kilómetros de allí, estaban los potreros y los campos destinados al cultivo. El capataz, era un hombre rudo, casi de su edad, que había llegado a ese cargo después de sobrevivir como peón rural y gracias a su buena conducta. Y eso no era otra cosa, que ser el alcahuete oficial del patrón, para ayudar a individualizar a los holgazanes e infractores que no cumplían con las reglas establecidas. Juan Cruz trató de satisfacer cada orden del capataz y al cabo de un mes de trabajo extenuante, logró su confianza. Él solía acercarse hasta su casilla para charlar un rato, una vez que terminaban con las tareas. Una tarde, lo invitó a su casa y él lo invitó con una rica carne asada. Y después de haber comido muchos días frijoles hervidos, eso le pareció un verdadero manjar. -Tienes buenos modales para ser un peón- le dijo el capataz. - Cuando yo era niño, mis padres estuvieron en buena condición económica, pero luego, cuando ellos murieron todo cambió-le comentó él. -Trataré de que Don Godoy te ubique en las oficinas , tú no eres para este trabajo tan rudo-le dijo el capataz. --No quisiera que lo molestes, estoy bien aquí-le pidió él -Es que no mereces esto, amigo. -Te lo agradezco, pero no me molesta hacer este trabajo. Juan Cruz, no tenía intenciones de salir de su choza, necesitaba esa tortura en carne propia, para comprender el sufrimiento de los peones. Y esperaba, íntimamente, que sus gestiones ante Don Godoy fracasaran. Con el correr de los días pudo saber que en la mayoría de las estancias existía una capilla pequeña, adonde un párroco daba sus sermones domingueros a la peonada, hablándoles de las bondades de un cielo, que compensaría con creces su obediencia y sacrificio en la tierra. Esos fundamentos teológicos eran recompensados con fuertes sumas de dinero, por los hacendados y estancieros. La vida del cura, resultaba así, cómoda y placentera, además de las jugosas porciones de tierra que les donaban. En esos lugares, la Iglesia era la encargada de inculcar resignación cristiana a todos los campesinos, para servirse luego de los bienes materiales que éstos les hacían obtener a sus amos, señalándoles que debían seguir la senda del trabajo y del esfuerzo para ganar la gracia del Señor y que el dinero no tenía valor a los ojos del Señor. Con estos argumentos manipulaban a los pobres. El jornal de la peonada no alcanzaba para las necesidades primordiales y por lo general, se pagaba con provisiones que se compraban en la tienda de raya. Y así, entre la presión económica que ejercían las deudas y la influencia moral inculcada por los curas, se llevaba a los peones por la senda del trabajo y la obediencia, por más de 12 horas diarias de trabajo casi inhumano y a cambio de nada, que no fuera el dolor de su espalda o de las llagas de sus manos. Porque tanto los facinerosos y malolientes españoles que vinieron a romper la América como si fuera una alcancía, para buscar las monedas que les saciaran el hambre, así como los sacerdotes de ese tiempo, que eran de los más ignorantes e inescrupulosos y que se diseminaron por todo el continente, tratando de intervenir en los asuntos de gobierno y de deformar la doctrina de Jesús, en su propio beneficio. Los peones con sus mujeres y niños eran analfabetos, vestían harapos y a menudo, morían por crueles enfermedades. Y por si fuera poco, debían pagar una renta por ocupar esa miserable vivienda que les proveía el patrón y que carecía de baño, el cual era de uso común al igual que el aljibe, de donde sacaban agua para beber y lavarse. Al cabo de un tiempo de estar allí, Juan Cruz había escrito mucho en su diario, alumbrado por una vela y quedándose hasta muy tarde, por la noche. Pedro Vargas, lo había recomendado a Don Godoy, ya que él sabía leer y escribir, algo difícil de encontrar entre los peones. Y enseguida, fue trasladado como ayudante, a las oficinas contables de la hacienda. Allí, él pudo compartir ciertas comodidades y hasta algunos momentos con la familia Godoy, cuando debía rendirle cuentas a su patrón. Poco a poco y debido a su cultura, Juan se fue ganando su confianza y muchas veces, cuando concluía su labor era invitado a la casona para platicar y compartir un trago con Don Godoy. Por las noches, solían conversar sobre diversos temas: -Me ha dicho Pedro, que vienes de una buena familia-le comentó una vez. - Así es- dijo él, bebiendo de un sorbo su caña. - ¿Te sientes cómodo en las oficinas? -Sí, Don Gonzalo. Qué más puedo pedir si apenas llevo unos meses aquí. Se comentaba que Don Godoy era un patrón rígido, pero más humano que otros debido a que su hija Victoria, lo había flexibilizado un poco. Ella, era una muchacha de 26 años, con cabellos y ojos negros, que contrastaban con el blanco azulino de su piel. Era tres años mayor que Laura, su única hermana pero tenían un modo de ser y de pensar muy opuestos. Laura era orgullosa y altanera, en cambio Victoria era simple y profunda en sus reflexiones. Ambas se parecían físicamente a su madre, que era una mujer de facciones delicadas y tenía un carácter apacible y tierno, el que había sido heredado por su hija mayor. La familia carecía de cultura y de abolengo, pero era de gran influencia entre las autoridades gubernamentales, debido a su riqueza. Victoria era la única que tenía cierta cultura, ya que leía libros y periódicos acerca de los problemas y conflictos de su país, los cuales llegaban a la estancia con mucho atraso, por la distancia con la capital. Todos los demás, tenían una marcada apatía por la lectura. Y mientras ella se mostraba sensible al sufrimiento de los peones y discutía con su padre acerca del trato que se les daba, su hermana Laura se deleitaba cabalgando, luciendo costosos atuendos de montar y parecía disfrutar con esas cosas superficiales que le daba el dinero. Llevaba consigo una fusta que solía cruzar en la cara de algún peón que se atreviera a mirarla en sus recorridas por el campo, en donde los algodonales relucían como un trofeo, en honor al intenso y cuidadoso trabajo. Las doradas espigas del trigo, también hacían alarde de su belleza, ya que las grandes extensiones de la hacienda permitían distintas cosechas. El granero estaba repleto de cereales, que luego eran llevados para ser convertidos en harinas. Laura era intrigante y de carácter ardiente. Para ella, la honorabilidad estaba ligada al color de la piel y a la riqueza, de modo que el indígena le resultaba despreciable. Su hermana era diferente y pasaba muchas horas por la noche en la biblioteca. Era muy sensible y sentía piedad por los peones rurales. A veces, se la escuchaba discutir con su hermana, delante de su padre, defendiéndolos contra las intrigas de Laura. Una noche, en presencia de Juan, quien había sido invitado por Don Gonzalo, la discusión fue ardua. -Han envenenado el grano y fue un sabotaje de los peones - gritaba, Don Godoy. -Debemos colgar al culpable y exhibirlo delante de todos -propuso Laura. -Eres despiadada y cruel, no tienes sentimientos-le reprochó Victoria -Juan me ayudará a resolver esto.-dijo su padre -Yo siempre he colaborado para resolver los problemas de la hacienda- le reprochó Laura, a su padre. -Juan es hombre de mi confianza-le dijo él -Es uno de ellos. Y quién sabe si no fue él quien los incitó a esto. Antes de su llegada, nunca había ocurrido nada parecido-dijo Laura, ofuscada. -Eres abominable. Discúlpela Juan, no todos pensamos como ella-le aclaró Victoria -Retírense las dos. Y tú, discúlpate con Juan. - le ordenó Don Gonzalo a Laura. - ¡Nunca padre!-dijo, antes de retirarse. -Me avergüenzas- le dijo Victoria, mientras obedecía a su padre. Don Gonzalo, restándole importancia al altercado, se sentó frente a él y le dijo: -No sabes cómo me hubiera gustado tener un hijo varón. -Laura conoce cómo manejar a los peones, según las costumbres y parece no estar dispuesta a ceder ese lugar. --Se parece a mí, cuando yo era joven y tenía la fuerza suficiente para doblegar a estos salvajes nativos. La mano dura los hace mansos, pero con los años me he vuelto flojo. - ¿Cree en Dios, Don Gonzalo?-le preguntó Juan -Claro, muchacho. - Es natural que a medida que envejecemos, nos volvamos más piadosos por temor a nuestros pecados. -le señaló Juan -No sólo eso, yo tengo miedo de que los campesinos se rebelen e incendien los campos como han hecho en otros lugares. -Es que cuando el ser humano llega al límite de su miseria, quiere salir de ella aún a costa de matar o de morir -le dijo - ¿Crees que debo condenar a los malhechores que envenenaron el trigo? -Creo que no, así evitará más rebeldías. -Eso se verá como flaqueza ¿No crees? - No, Don Gonzalo, se necesita más valor para perdonar que para condenar, créame. - A eso lo entiendes tú, pero no ellos- dijo, Don Gonzalo. - Debemos hacer que lo entiendan. Forme un tribunal y júzguelos. Otórgueles el derecho de hablar, de decir por qué lo hicieron, eso aliviará sus almas. --Nunca lo he hecho, Juan -Siempre, hay una primera vez. - ¿Y quiénes integrarán ese tribunal? --- Usted y sus dos hijas. - Te has vuelto loco.-exclamó, sin entender. -Laura los condenará, Victoria los perdonará y en sus manos estará el perdón Don Gonzalo. Si lo hace, ellos no volverán a quemar campos. Será un ejemplo de misericordia. - ¿Y si no lo hacen? -Yo mismo me encargaré de llevarlos a la horca -le aseguró él. -Que así sea, Juan. Y que Dios nos ayude. Diles cual ha sido mi resolución. El tribunal se formará por la mañana. Todos deben estar allí. Y deberemos avisarle al cura. --- ¿Por qué? -preguntó Juan --- ¿Es que no lo sabes? Cuando se juzga a los peones él debe estar presente. La fe cristiana les infunde valor para enfrentar la horca. - ¿Y la justicia? . -Es para los ricos. No vamos a gastar sueldos en esta gentuza. Juan no respondió y fue a ver a la peonada de inmediato, para comunicarles la decisión de Don Gonzalo y los hombres se mostraron sorprendidos por lo que acababan de escuchar. Nunca antes se había procedido de ese modo porque siempre habían sido condenados, sin piedad. -Será un simple formulismo -dijeron algunos -Será un verdadero juicio-les aseguró él. -Dios quiera, Juan. Pero la Justicia no es para nosotros. Ya lo verás. El JUICIO Con las primeras luces del alba, todo estaba listo para el juzgamiento de los que habían sido los autores del sabotaje. Allí estaba la horca, que había sido usada muchas veces por orden de Don Gonzalo, cuando alguien había violado la ley de la hacienda. Los Tribunales del Estado únicamente se usaban para las clases altas. En los juzgamientos particulares se acostumbraba a que toda la peonada estuviera presente con el sacerdote, quién podía pedir clemencia para el condenado, una vez dictada la sentencia. Cuando llegó el momento, Don Gonzalo Godoy se sentó junto a sus hijas para formar el tribunal y Juan recordó, en ese instante, el juzgamiento de Sol en el Cuartel General y un dolor de látigos se le atravesó en su garganta y le nubló los ojos, como si la noche se diera cita en el almuerzo o la oscuridad creciera por encima del trigo hasta tapar a su conciencia. En ese mismo momento, un carro traía a los reos, con los pies y las manos atados. Y Juan, despertó de ese sueño tantas veces soñado, como un gallo sorprendido por un amanecer sin sol. Todos estaban mirándolo como si pudieran leerle el pensamiento por debajo del cabello y comenzó de inmediato con el interrogatorio de los acusados: -En primer lugar, quiero saber si se declaran inocentes o culpables-les dijo -Culpables -respondieron los tres a la vez. - ¿Qué hubiera ocurrido si los granos envenenados se embolsaban y se vendían? -Nada- respondió uno de ellos- porque nosotros avisamos que estaban envenenados. -Nuestro fin era arruinar la venta, no matar a nadie- dijo el otro. -La destrucción intencional de los bienes del patrón, está penada con la muerte según nuestras leyes -les dijo Juan -¿Por qué lo hicieron? -Porque no nos interesa la vida en estas condiciones -agregó uno de ellos. -El trabajo no denigra a nadie- les dijo Juan -No es el trabajo lo que no toleramos, es la mugre, el hambre, las enfermedades de nuestra familia. - ¿Por qué no se quejaron antes de tomar tal actitud?-les preguntó. -Don Godoy nunca nos permitió eso- dijo otro de los acusados. -Ahora, Don Gonzalo los está oyendo. Y puedo asegurarles que el tribunal será justo. El silencio era total y todos estaban muy atentos a las palabras de Juan, que refiriéndose al jurado, dijo: -Yo sé que este delito se condena con la muerte. Pero apelando a sus nobles sentimientos y a su credo cristiano, le pido al jurado que les perdonen la vida con la promesa de que esto no volverá a suceder y con el compromiso de resarcir los daños que fueron causados. El párroco asintió con la cabeza y el tribunal se retiró a deliberar por unos instantes, mientras el murmullo se hacía general y el miedo de los condenados se respiraba detrás de sus silencios. Cuando el jurado retomó su lugar, se acallaron las voces de la concurrencia que, rodeada de temores contundentes, se agitaba en apresurados latidos, como si su experiencia de siglos lastimara sus sueños de justicia. Los reos, sudorosos por efecto del pavor y fingiendo aplomo, sentían rondar la muerte, aunque poco les importaba, pues para ellos la vida era una cucaracha y si alguien quería pisarla, mejor. - ¿Ya tienen el veredicto?- les preguntó Juan -Ya lo tenemos. -Comenzaremos por la señorita Victoria.-dijo él. -Inocentes- dijo ella sin titubear. -Ahora la señorita Laura-agregó -Culpables-dictaminó ella, sin dudar. El silencio se hizo abismo, infierno y huracán, cuando él le hizo la misma pregunta a Don Gonzalo, quien después de unos segundos, respondió: -Inocentes. La algarabía de la peonada estalló como un volcán. Los hombres no podían creer y se quedaron absortos por la sorpresa. Fue en ese momento, cuando una mujer con el corazón desatado, como el mar en la noche, corrió a arrodillarse ante el tribunal, mientras decía: -Que Dios lo bendiga Don Godoy y también a sus hijas La mujer fue obligada a ponerse de pie y los acusados fueron liberados de inmediato. Mientras tanto, Laura no podía disimular su disgusto y pensaba que su padre, definitivamente, estaba viejo para esas cosas. Cuando el Tribunal se marchó, Juan reunió a la peonada para decirles: ---Ya hemos logrado que Don Gonzalo nos escuche. Este es el primer paso de todos los que daremos en el futuro, si seguimos unidos. Cuando esa noche se retiró a su oficina y mientras todos dormían, volvió a leer la carta de Sol y mientras lo hacía, algo comenzó a rondarle en la mente y era algo que ella dijera: "El que tiene el poder, tiene el deber de defender a su pueblo de la injusticia y de la miseria" Y esas palabras le penetraban la vida, porque sin dudas, él tenía ese poder. Pero todavía tenía que aprender muchas cosas, si bien algunas las tenía muy claras, como por ejemplo, que la libertad no es tal sin libertad económica. Y que la ignorancia del pueblo era fomentada deliberadamente por el Estado para someterlo. Solamente había una cosa que no podía comprender. Y era el amor que María Soledad había sentido por Lucas. ¿Quién era él? ¿Por qué lo eligió? ¿Acaso, la merecía? Y los celos comenzaban a torturarlo. Y por fin, cuando el sueño lo vencía, el alivio parecía llegar como la marea en la playa. Todas las mañanas, Juan Cruz salía a caminar por el campo. El aire puro y la tibieza del sol recién nacido, eran placeres irrenunciables en ese sitio tan agreste, natural y salvaje. Necesitaba llenarse los ojos con esos amaneceres cristalinos, para soportar las tristes imágenes que pintaba la pobreza en el lienzo vivo del paisaje. Juan sabía que entre el gobernante y la verdad, existía una distancia de galaxias y sin duda, bastaba con ver para sentir el asco que producía la miseria, la explotación y el abuso. Y en las explotaciones mineras era peor, si es que algo puede ser peor o mejor, en el infierno. Y cuántas mentiras habían dicho los curas en nombre de Dios y los generales en nombre de la patria. Pero, según él había leído, parece que todo se derivó de la conquista española y europea. Porque los indígenas nunca se sintieron dueños de la tierra sino sólo la usaban, porque no se les cruzaba por la mente que alguien pudiera apropiarse de ella, como tampoco del aire, del cielo, de las estrellas. Pero los reyes españoles, otorgaban a los conquistadores la propiedad de los territorios americanos que conquistaban, por lo que los nativos no pudieron ocuparla, ni establecerse, ni sembrarla, porque la tierra era del español y para poder cultivar o comer, necesitaban pedirle a su amo. Pero éste los hacía trabajar para ganarse la comida y también un lugar para vivir. Así concentraron la tierra en pocas manos y Hernán Cortés llegó a ser propietario de todo Méjico. A medida que morían los conquistadores, esas tierras eran heredadas por la iglesia para que no volviera a manos de los indígenas, pues necesitaban mano de obra gratis y así, se los sometió a regímenes como la encomienda o la mita, sin que les quedara un sólo lugar que fuera de ellos. Los sacerdotes que vinieron con los conquistadores, pertenecían a la inquisición y eran perversos, salvo los jesuitas, que vinieron después y que pretendieron enseñarles la fe cristiana y tal vez por eso, fueron expulsados de estas tierras. Y siguieron llegando unos y otros, para obtener territorios y riquezas. En el oro del Vaticano y en las artes del renacimiento europeo, con altares cubiertos de oro en Méjico y otros sitios de América y Europa, se puede observar la lujosa "austeridad" de los sacerdotes, que fueron enviados para "evangelizar" por la fuerza, a los pueblos americanos. UNA DUDA Habían transcurrido varios meses desde el juzgamiento de los peones y todo se desenvolvía con mucha naturalidad en la hacienda de Don Godoy. Victoria simpatizaba con Juan, mientras Laura lo rechazaba sin disimulo. Don Gonzalo, se mostraba a gusto con él y aunque eso no era costumbre entre la gente de su clase, lo invitaba a compartir la cena con la familia, lo que provocaba el disgusto de Laura, quien algunas noches se retiraba a su cuarto sin probar bocado. -Ya se le pasará- dijo Don Gonzalo, tratando de justificarla. -Me siento como un usurpador-les dijo Juan -Es ella quien nos incomoda, no aceptando a los invitados de mi padre-le aclaró Victoria. --- Tú eres educada y por eso estás compartiendo nuestra mesa- dijo la esposa de Don Gonzalo. Cuando Pedro llegó, él se sintió mejor. La cena estaba deliciosa y a los postres, siempre se comentaban asuntos de la hacienda. Esa noche, Don Gonzalo no se sentía muy bien y se retiró a descansar. Pedro lo siguió pretextando un fuerte dolor de cabeza y cuando Juan se quiso despedir, Victoria lo detuvo con su plática. La política y los problemas de su país eran los temas preferidos por ambos. --- Juan me gusta hablar con usted porque aquí nadie se interesa por estas cosas. ----Señorita Victoria, es bueno conocer lo que sucede a nuestro alrededor-le contestó él -Llámame Victoria, al menos cuando mi padre no esté presente, para sentirme tu amiga-le pidió ella -De acuerdo, pero si tú me llamas Juan. -Dime Juan, cómo es que tú sabes tantas cosas si eres de condición humilde.-lo indagó ella. -Mis padres eran boticarios y me hicieron estudiar. Luego, cuando ellos murieron todo cambió. Aunque seguí leyendo estos temas en la biblioteca -le mintió Ella pareció satisfecha con la explicación y agregó: -Yo hago lo mismo, porque mi padre tiene una gran biblioteca que nadie usa en esta casa. Y aprovecho para no aburrirme, ya que las tareas domésticas no son mi obsesión. -Te he visto leer por las noches.-comentó él - ¿Cómo que me has visto? ¿Acaso espías por las ventanas?-preguntó ella, sonriente. ---Mi balcón está justo enfrente ¿No lo has notado? -No, no me había dado cuenta ¿Cómo es tu apellido? -Gómez -Bueno, señor Juan Gómez, deberé tener más cuidado con esa ventana. -No lo hice adrede. Me gusta tomar aire fresco y no pude evitar verte, pues estabas leyendo, justo enfrente. -Hablando de libros, cuando quieras me pides alguno que te interese. - ¿Qué me recomiendas? -Uno sobre todas las revoluciones del mundo que leí -le sugirió ---Me va a gustar. -Mañana te lo alcanzaré a la oficina-le prometió ella. - ¿Y qué opinas tú de los guerrilleros? -Que nunca conseguirán nada por esa vía. - ¿Cómo es eso? -Si tomamos a la revolución Francesa, veremos que Robespiere se convirtió en un tirano mientras proclama igualdad, fraternidad y libertad. Mucha sangre corrió después de esa bendita revolución, hasta la de los propios revolucionarios. Fueron años terribles, donde no se respetaron los derechos humanos que tanto habían pregonado. -Leí que Luís XVI fue un rey ejemplar, bondadoso y muy respetuoso con su pueblo, - le comentó él -Es verdad, en el palacio de Versalles cualquier persona podía entrar para observarlos cascar un huevo u otra cosa. -agregó ella- Y cuando María Antonieta, tuvo que parir, los médicos necesitaron romper un vidrio, porque a ella le faltaba el aire, debido a la cantidad de personas que querían presenciar el nacimiento-agregó Victoria -Eso no lo sabía.-dijo Juan ----Dicen que el Palacio, siempre estaba maloliente debido a que solían hacer sus necesidades debajo de las escaleras o en cualquier sitio. Y había quienes dormían en cualquier rincón. Sin embargo, algunos dicen que Luís XVI, fue un mal rey --- Es que los libros fueron escritos por los ganadores-dijo él. -También supe que una mujer de la alta sociedad, era la Comandante Sol. Y que el Coronel Pizarro la hizo fusilar. ¿Sabías?-le dijo ella - ¿Qué opinas tú de eso? -Yo no entiendo cómo una mujer de esa clase y en esta época, estaba dispuesta a morir en defensa de los pobres. -No es coherente ¿no? -No, no lo es. -Tampoco lo es el que tú defiendas a los peones, en contra del criterio de tu familia. -Yo puedo ser piadosa, pero no mártir- le aclaró ella. Juan Cruz, no pudo entonces dejar de compararlas. Victoria era directa, franca y se enfrentaba directamente a su padre o a su hermana. En cambio, María Soledad le había mentido a todos, principalmente a él. Y aún cuando su causa hubiera sido justa, eso lo había humillado. Pero a medida que la recordaba iba juntando tesoros, como las palabras que dijo alguna vez o la alegría de sus ojos al ver el gato blanco que se acercó esa tarde o su cabeza apoyada sobre su hombro en aquella tarde de lluvia. Dichosos los que pueden olvidar, se dijo a sí mismo. Y en medio de sus recuerdos, le contó a Victoria: -Yo presencié el fusilamiento de la Comandante Sol. - ¿Qué dices, cómo pudiste hacerlo?-exclamó ella, incrédula -Antes de venir aquí, estuve en la capital y todos fuimos a conocerla-le mintió -No entiendo qué pretendías - exclamó ella. -Ella fue cruel y muchos inocentes murieron por su culpa. -Murieron en combate -le señaló. -También hubo atentados y en uno de ellos, murió su madre. - ¡Qué horror!-exclamó Victoria --Dicen que prefería morir porque ya no soportaba sus culpas-continuó él. -Pareces conocerla muy bien-le observó -Voy a contarte un secreto -le dijo - ¿Cuál? -Ella era mi novia. - ¿Estás bromeando?-le dijo -No, no es una broma. Necesito decírselo a alguien. Ella no pudo dudar de lo que él decía, al verlo tan serio. -Debió ser difícil esa relación porque no eras de su condición social. - Ella no me amaba Victoria, me usaba para que nadie sospechara lo que hacía, pero en realidad ella estaba enamorada de un comandante rebelde. - ¿Cómo lo supiste? -Ella me dejó una carta antes de morir, donde me habló de sus sentimientos hacia el comandante Lucas - ¿Y tú le creíste? - ¿Por qué no habría de hacerlo?- -Porque estoy segura de que mintió-dijo Victoria. -No entiendo-dijo confundido -Lo hizo para que pudieras olvidarla. Yo también lo hubiera hecho, para que no sufrieras. - ¿Quieres explicarte, Victoria? -Te mintió infidelidad para que la odies y la olvides. No creo en la falsedad de una mujer que lideraba semejante lucha. ¿No lo has pensado? Las palabras de Victoria sonaban convincentes y más aterradoras que las de Sol. Porque si eso era cierto, él no podría perdonarse nunca al haber permitido que muriera, sin morir después. Y volvió a recordarla, cuando esperaba ser fusilada. Su mirada quería infundirle valor. Y las palabras de Victoria no le parecieron tan absurdas. Quizás Lucas, fuera un invento de María Soledad para aliviar su dolor. Ese pensamiento lo dejó tan absorto que Victoria tuvo que llamarlo a la realidad. - ¿Tanto la amaste, Juan? -Creo que no podré dejar de amarla nunca -respondió con tristeza. El rostro de Victoria empalideció y cambió de expresión, lo que no pasó desapercibido por él, que le dijo: -Todo es muy reciente y tal vez, con el tiempo, pueda volver a enamorarme. - Eso hubiera sido más fácil antes de que admitieras la posibilidad de la mentira ¿verdad? -Sí, hubiera sido mejor si no hubieras dicho eso. -Algún día, me gustaría leer esa carta. -Prometo que un día te la mostraré, Victoria. Por ahora, no puedo. Juan Cruz no podía hacerlo porque ella se enteraría de su identidad. -Ya es muy tarde-dijo él, mirando su reloj. -Sí, mañana seguiremos platicando. - ¡Hasta mañana Victoria! Y gracias, por haberme escuchado. ---Gracias a ti, por tu confianza. La noche estaba preciosa con ese coro de grillos que acompañaba los pasos de Juan hasta su habitación. No bien llegó, se tiró sobre la cama y desde el cajón de su mesita, extrajo la carta de Sol, mientras las dudas comenzaron a acosarlo. Necesitaba saber la verdad sobre Lucas y pensó en requerir información de inmediato. Necesitaba demostrar que Victoria no tenía razón en lo que decía. Pensó en volver al cuartel, para averiguar todo sobre él. Sus dudas no lo dejaron dormir. Le dolía la vida, el aire que respiraba, el cielo transparente, la tierra mojada bajo sus pies. Le dolía el orgullo, la planta de los pies, los párpados cerrados, la sonrisa olvidada. Le dolía también la piel, el murmullo de la calle, la luna de Mayo, de Julio, de ayer. Dichosos de aquellos que pueden arrojar su memoria al mar. LA PUNTA DEL OVILLO Juan Cruz se sentía cómodo en la contaduría, pero hubiera preferido estar con los peones para sentir más de cerca el sufrimiento de esa gente. Su trabajo era monótono y había engordado dos kilos, gracias a una mejor alimentación. Tenía ropa limpia, el cuarto ordenado y sin dudas, no era ése el trabajo que había ido a buscar, de modo que no tenía mucho sentido seguir allí, salvo por la compañía de Victoria, que todas las tardes, solía llevarle pastel o alguna otra cosa que le había preparado para merendar, siempre cuidando de que nadie se enteraran. Juan Cruz estaba escribiendo un estatuto, que resultara adecuado para aplicar en su país y terminara con las injusticias. Los libros que le llevaba Victoria, eran de mucha utilidad para esa tarea, la cual realizaba en forma secreta. El empeño de la muchacha por complacerlo y por establecer con él un diálogo a escondidas de su familia, hacía por demás evidente, que sentía por él algo más que una buena amistad. Pero si su padre descubría su interés, seguramente, los dos iban a pasarla muy mal. Juan Cruz miró al cielo, que parecía un espejo de tan diáfano y se lamentó de que la tierra estuviera tan seca. Nada hacía prever una tormenta y el agua se hacía esperar más de la cuenta. Eran casi las seis de la tarde, cuando vio que Victoria cruzaba en dirección a su oficina. A esa hora, su padre solía ir al pueblo a tomar unas copas y su madre preparaba la cena. -Buenas tardes, Juan- le dijo al entrar. -Ya estaba pensando que tardabas demasiado en venir con esas ricuras que me traes. Me has acostumbrado mal- le dijo él, sonriente. -Esta vez, te acompañaré a tomar café, pues no he tomado nada en toda la tarde. -Ya está preparado y alcanza para los dos- le dijo él Victoria se había arreglado con un vestido blanco de escote pronunciado y mientras merendaban, él no podía dejar de observarla, pero se resistía a creer que coqueteaba con él. Y no quería hacerla sufrir. Tal vez, debiera evitar que ella le dedicara tanta atención. Pero qué sería de él sin Victoria, en ese sitio tan horrible donde los días parecían todos iguales. No obstante, trataría de evitar las charlas íntimas. - Dime Victoria, por qué crees que nuestro país no progresa -le preguntó __ El país progresa, Juan. - Yo creo que nos encontramos estancados -insistió - Depende de lo que entiendas por progreso. Lo que tú quieres decir, quizás, es acerca de nuestro desarrollo. - ¿Qué diferencia hay entre ambas cosas? -El progreso es la modernización de las técnicas y el desarrollo implica una relación adecuada entre una economía eficiente y la Justicia social-le aclaró ella - ¿Y cómo se logra? -Eso sucede cuando las clases sociales equilibran lo económico con lo cultural. -Eso es lo difícil y hasta creo que es imposible.-aseguró él -Mira, cuando se mantiene al pueblo en la ignorancia política, aunque sepa leer y escribir, no es responsable de lo que elige. En los países sin desarrollo, los dirigentes políticos llevan al pueblo de las narices y logran convencerlo de lo que quieren, haciendo uso de la dialéctica. Juan Cruz, se quedó sorprendido por esa mujer, que a simple vista, parecía una simple campesina. --- Dime porqué te interesan estos temas -le dijo él. --- En esta sociedad donde la mujer se considera un accesorio, un complemento del varón, sin permisos para opinar o disentir, yo me declaro rebelde. No acepto que mi cerebro sea inferior, como quieren hacernos creer. Además me gusta la política y hubiera querido tener poder para cambiar ciertas injusticias.- le explicó Victoria --- Las únicas mujeres rebeldes que hay en mi país me tocaron a mí, como amigas o enemigas- dijo refiriéndose también a Sol. -----Has tenido suerte, Juan. Victoria lo rescataba de sus remordimientos y su presencia se le estaba haciendo imprescindible. Ella era a la vez, tierna, fuerte y reflexiva y cualquier hombre hubiera podido sentirse dichoso de hacerla su esposa. Entonces se interesó por saber algo más acerca de ella -Dime Victoria ¿Has amado alguna vez?- le preguntó -Sí, cuando era adolescente tuve un novio, al que amé. - ¿Y qué pasó? -Se enamoró de otra chica. - ¿Has hecho el amor, alguna vez? -Sí, pero luego él mismo me lo recriminó. - ¿Cuántos años tenías? - Diecinueve. -Debió ser terrible para ti. -En un principio lo fue. Ahora puedo entender los prejuicios de la época sin que me duelan. - ¿Qué fue de él? -Se casó con mi amiga, a quien embarazó. Y al poco tiempo, él quiso que fuéramos amantes pues su matrimonio era un suplicio. Luego me enteré que el embarazo que lo llevó al matrimonio era de otro. Por supuesto que lo rechacé. -No merecías a ese idiota- le aseguró él Victoria rió con él y se sintió satisfecha de poder hablar de esas cosas con alguien que pudiera entenderla. Y con el correr de los días, a medida que las pláticas se hacían frecuentes, algo parecido al amor comenzó aparecer tan calladamente, como la luna detrás de los cerros. Laura también se había enamorado de Juan y no toleraba verlos juntos, aunque ese sentimiento la hacía sentir indigna, ya que no admitía a alguien que fuera inferior. A él no le pasaba desapercibido su coqueteo cuando se contorneaba enfrente suyo, moviendo sensualmente sus caderas. A veces, su mirada era clara como un cielo sin nubes. Y aunque Victoria no lo hubiera notado, Juan Cruz comenzó a rehusarse cuando Don Godoy lo invitaba a cenar, utilizando cualquier pretexto. Se conformaba con mirar desde su ventana a Victoria, leyendo en la biblioteca o en su cuarto. Pero un día, Victoria se cruzó a su casa para comentarle y prevenirle sobre los dichos de su hermana. -Le dijo a mi padre que estamos enamorados-se quejó ella -Lo hace para que no nos veamos más- dijo él. -No quiero que eso ocurra. -Tu hermana tiene razón, no soy hombre para ser tu amigo. -No digas eso, porque si mi padre me lo impide, me iré de casa. Juan procuró calmarla y al estrecharla suavemente, sintió el temblor de su cuerpo y todas las estrellas parecieron fugaces comparadas con ella y no pudo resistirse a besar sus labios, su sonrisa, los hoyuelos de sus mejillas, su pálido cuello, además de su perfecta barbilla. Luego, la separó suavemente y le dijo riendo: -Ya ves, Laura se adelantó sólo por unas horas. -Te amo. Y quiero irme contigo-le pidió ella. -Eso no puede ser Victoria. --- ¿Por qué Juan?-insistió ella --- Porque yo no te amo-le dijo él, sin reparos. Victoria empalideció ante su sinceridad y tambaleó por dentro como no lo hizo por fuera, porque trató de fingir un aplomo que no tenía. -No importa si me amas o no, sólo llévame contigo. -No Victoria, éste es tu lugar. Yo volveré a las cuadrillas y no quiero que me busques como lo has hecho ahora. -Te odio. -le gritó ella, antes de salir corriendo hacia su casa, con la punta de las lágrimas al borde de sus ojos. Juan Cruz sentía esa separación como un castigo demasiado duro, ya que con ella se había sentido nuevamente vivo, a pesar de no amarla. Pero no era conveniente seguir alentando expectativas, pues los amores de un peón con una doncella, no serían bien vistos por la familia Godoy. Las imágenes de Victoria y María Soledad comenzaron a rondar por su mente en una competencia infernal, donde la ganadora, con el tiempo, sería Victoria, porque además de estar viva, estaba muy cerca. Sin dudas, se vio tentado en decirle la verdad sobre su identidad, pero antes, él debía cumplir sus propósitos para estar libre de remordimientos. Esa misma noche habló con Don Gonzalo sobre su traslado a la cuadrilla, como llamaban al grupo de casuchas donde vivían los peones. Don Godoy no se opuso porque él entendía, mejor que nadie, lo peligroso que era dejarlo tan cerca de su hija. -No quiero que se acerque a ella-le pidió Gonzalo -No lo haré, se lo prometo-contestó él. Él preparó sus cosas y se instaló, otra vez, en la casilla de madera donde la miseria rondaba como un duende y se metía en los cuerpos y en las mentes sin que nadie la invitara. Al llegar, encendió la vela, aunque la noche estaba increíblemente clara como para observar los fogones encendidos por la peonada, que cocinaba sus frijoles. Se tendió en el catre con olor a humedad, a mugre y se le revolvió la vida en el estómago, pero tenía que permanecer allí, para envenenarse lo suficiente como para poder enfrentar a los suyos, como María Soledad le había pedido, cuando escribió: "Solo el poder puede derrotar al poder". Ese era su mensaje y él quería cumplir con sus sueños porque aparte de amarla, también la admiraba. Sin poder dormir, tomó la palangana y se dirigió al aljibe para traer agua tantas veces como fue necesario, para dejar limpio el lugar. Arrojó los trapos que le servían de sábana en aquellos fogones que los chicos habían encendido. En unos minutos todo olía distinto, con el piso regado y barrido, sin polvo sobre la mesita donde ahora continuaría con sus escritos. El olor a tierra recién regada lo hacía sentir diferente. Y por la mañana, pasaría un poco de cal a esas paredes tan sucias. Y a pesar de que debía madrugar, esa noche se durmió muy tarde recordando a María Soledad, en la única noche en que fue suya. La sentía respirar a su lado y por momentos creyó que estaba con él, atravesada en su vida como un puñal de sueños sin cumplir. Hasta sintió el parpadeo de sus ojos y la madrugada se convirtió en un refugio cálido para el invierno de su alma. UN LARGO CAMINO Era la época de cosechar el algodón y era sabido que los capullos se recogían y almacenaban en bolsas y que esa tarea debía hacerse con premura. De modo que, los hombres, las mujeres y los niños, fueron destinados a ellas. Sin embargo, Juan Cruz había tomado su día libre para acondicionar la insalubre pocilga en que vivía. Para ello, el mismo Pedro le había traído una brocha, algunos utensilios de cocina y unas sábanas limpias pues él se sentía solidario al considerarlo su amigo. También le consiguió una silla y un calentador para que no tuviera que hacer fuego. -Mañana tendrás que trabajar -le dijo Pedro-Si Don Gonzalo descubre que hoy te di franco, se enojará conmigo, -No te preocupes, amigo. No quedarás mal por mi culpa-le aseguró - ¿Necesitas alguna otra cosa que pueda serte útil?-le preguntó antes de marcharse. -Sí, tráeme una almohada, una manta, un balde grande para lavar mi ropa, unos clavos y un cajón. --Te los traeré mañana. -Gracias Pedro. Se acostó muy cansado, pero el esfuerzo había valido la pena. Esa choza parecía ante sus ojos, casi hermosa y romántica a la luz de la candela. Durmió en paz y se levantó al alba, se vistió con ropa adecuada para el trabajo y se fue con la peonada hacia los algodonales. La tarea terminó al anochecer, con sólo un descanso para almorzar un tazón de frijoles y cuando regresó a su casilla, el dolor de sus manos y el cansancio lo dejaron aniquilado. Los dedos lastimados por efecto de las espinas que protegían a los capullos, lo hicieron sentir como un animal herido. Se tiró en el catre y enseguida vino a su mente el fantasma de María Soledad, vestida con su ropa de fajina, sudorosa y llena de tierra. Entonces, sus penurias le parecían pequeñas. En los meses que estuvo en la hacienda y a pesar de que su trabajo como peón no había sido continuo, él podía dar testimonio de que allí, a los seres humanos se los consideraba bestias de carga. Muchas veces, los peones enfermaban y eran abandonados a su suerte ya que los medicamentos no estaban al alcance de sus jornales. El sacerdote rogaba por ellos y esa era toda la asistencia que recibían, además de un poco de agua fresca y compresas para bajar la fiebre. Juan se sintió impotente ante esa realidad y una ferocidad desconocida, le nubló los ojos de ira. No podía resistir el asco que le producía el olor nauseabundo de sus cuerpos. Y acalorado por la furia, salió para buscar agua que se arrojó encima, como si con ello quisiera lavarse el alma. Luego lavó su ropa y la estiró en una improvisada soga al aire libre, apagó la vela y se acostó en el catre para intentar dormir. Estaba tratando de no pensar, cuando oyó unos pasos cerca de la puerta y se incorporó de inmediato. -Soy Victoria-le dijo, bajito. --- ¿Qué es lo que estás haciendo a estas horas, por aquí?-le preguntó, mientras trataba de vestirse a oscuras Luego salió para saber lo que le ocurría. La noche estaba tan clara que podía ver en la penumbra, una expresión de alegría en el rostro de Victoria. - ¿Qué sucede? ¿Por qué te has arriesgado en venir? -Es que me gusta cabalgar de noche, Coronel Juan Cruz Pizarro-le dijo con todas las letras. Al oírla, él sólo atinó a sentarse sobre un tronco que había en el lugar. -No sé de qué hablas-le dijo, tratando de confundirla. -Lo sé todo -aseguró sonriente. --- ¿Qué es todo?-trató de averiguar. ---- Hace unos días me enviaron los diarios que pedí a la capital y cuando llegaron pude reconocerte en una fotografía, aunque me costó un poco, porque estás diferente y sin barba. -Quiero ver esos periódicos. -Aquí están- le dijo sacándolos de la montura de su caballo Juan Cruz los acercó a la vela para ver las fotografías y con tranquilidad agregó: -Este hombre se parece a mí, pero no soy yo. Entonces Victoria comenzó a leer: ----"María Soledad Núñez del Prado, resultó ser la temible comandante Sol, quien fue fusilada por su novio, el Coronel Juan Cruz Pizarro, quien en muestra de su gran amor a la patria, no titubeó en hallarla culpable". Tú mismo me dijiste que eras su novio. Además éste eres tú, no lo niegues -le señaló ella. -Es verdad, no puedo seguir engañándote. -Ahora entiendo tu sufrimiento aunque no sé qué haces aquí- le dijo, ella. -Lee esto Victoria- le dijo, mostrándole la carta de Sol Ella comenzó a leerla a la luz de la vela y a medida que lo hacía, las lágrimas comenzaron a dejar huellas en sus mejillas. Y una vez que hubo concluido, le dijo: ---Sigo sin comprender qué haces aquí ---Quise conocer todo el sufrimiento que padecen los jornaleros. -Yo te ayudaré a lograr lo que buscas-le dijo ella, conmovida. -Ahora debo irme de aquí, sólo te pido que guardes este secreto. -- Yo lo guardaré Juan Cruz, pero no quiero que te marches -le pidió ---Volveré a buscarte, lo juro.-le dijo Él nunca la había visto tan hermosa y en un impulso incontenible, la besó con pasión Luego la obligó a salir de allí. - Deja que me quede un rato más-protestó ella -Este lugar no es digno de ti. -Tampoco de ti. Pero te diré una cosa, todo lugar adonde tú te encuentres será digno de mí. -Si quieres que me quede no vuelvas, te lo ruego. ---Es porque aún la amas ¿Verdad? - La amo. Pero tú puedes hacer que me olvide de ella -----Quiero ser tuya-le dijo, abrazándose a él. -No quiero amarte aquí, entiéndelo- le pidió -No me deseas ¿Es eso? -Te deseo Victoria, pero no debemos dejarnos arrastrar por la pasión. Me siento sucio, lastimado y no quiero hacerte daño. -No quiero vivir sin ti. Debes hacer algo para que estemos juntos, Juan. -Está bien, pero ahora vete. Es peligroso que te vean aquí. -Te amo- le dijo, antes de montar su caballo. Y él golpeó los glúteos del animal para que comenzara su marcha. Juan Cruz se quedó alterado y sentó a escribir sobre sus planes, los ferrocarriles estaban en manos extranjeras y al transportar las mercaderías, fijaban los precios de los granos y demás productos. Había que estatizarlos aunque no fueran rentables, porque un alto porcentaje de las ganancias se las llevaba el flete ferroviario. Este sistema ferroviario existía en casi toda Latinoamérica, eran de compañías inglesas o francesas, que se habían encargado de instalar viejas máquinas férreas con el objeto de manejar los precios agrarios. De modo que lo primero que debía hacer el gobierno era comprar los ferrocarriles y los buques mercantes para abaratar el traslado de productos dentro y fuera del país y así poder exportar con justas ganancias Eran casi las cuatro de la madrugada, cuando dejó de escribir y se acostó para descansar un par de horas. Pero su pensamiento volvía a las palabras de María Soledad en su misiva, cuando decía: "Las revoluciones sólo se logran con el poder que da la fuerza o la fuerza que da el pueblo con su consentimiento". Cuando se durmió, la luna había recorrido casi todo el cielo. Con el correr de los días y con las manos deshechas por la cosecha de algodón, continuaba escribiendo a diario, lo que luego sería su estatuto revolucionario. En él establecía la enseñanza gratuita, obligatoria y estatal, ya que el clero mal formaba a los niños y jóvenes inculcándoles sumisión a las ideas políticas que favorecían la explotación de los hombres, convirtiéndolos en "conservadores" de las malas costumbres que retrasaban el desarrollo. Había que formar ciudadanos que conocieran sus derechos y que aprendieran a defenderlos, más que enseñar y predicar el catecismo. También se podía enseñar economía y política en forma oral, porque la mayoría de los obreros no sabía leer ni escribir. Eso evitaría muertes estériles como las que ocurrían en algunas huelgas que solían responder a la habilidad oratoria de sus dirigentes y que los llevaba al suicidio, sin que se dieran cuenta. Las revoluciones se lograban formando al hombre como a un soldado que no irá a ninguna guerra, sino a una lucha por la defensa de sus derechos, siempre que realmente los entendiera y los asumiera. El trabajo dignificaba al hombre pues el desempleo o el mal empleo generaban rebeldías y la ignorancia es el paso previo a la esclavitud. Un pueblo puede ser libre, sólo cuando no puede ser engañado a través de la demagogia de los dirigentes políticos y actúa según su propio criterio Quienes no pueden alimentarse, ni vivir con decoro, no pueden ni hablar de libertad. Juan Cruz sabía que nada le sería fácil, pues debía enfrentarse con el poder del clero, de los terratenientes y de los ricos (entre los que se encontraban los militares). Su país necesitaba una mano dura, un dictador que impusiera las reglas de juego, con toda la fuerza que le daba el poder. No era hora de democracias, pues había que imponer condiciones a los poderosos capitalistas y terratenientes que no tenían sentimientos para con los pobres y se resistirían a cambiar la legislación. Los ricos se amparaban en la democracia, la usaban de guarida para que nada cambiara. Por eso, los cambios no se podían hacer a través de las Cámaras legislativas, pues estaban influidas por las clases dominantes y por lo tanto, allí la justicia social no tenía esperanzas. Esas clases estaban acostumbradas a manejar las leyes a su favor, mediante jueces complacientes y corruptos, o pagando grandes sumas de dinero para que diputados o senadores voten de un modo u otro. Estaba decidido, no era tiempo de gobiernos estériles sino de instaurar una dictadura para sentar las bases a una futura democracia que no tuviera vicios. Juan Cruz, guardó sus escritos y salió a medianoche rumbo a la residencia de Don Gonzalo. Tenía deseos de ver a Victoria aunque fuere de lejos. Caminó los mil metros que lo separaban de allí y cuando él llegó, todos parecían dormir. El cuarto de ella estaba sin luz. Decididamente trepó por la pared y pisando la cornisa llegó a su ventana que, por suerte, estaba abierta. Entró en la penumbra y su sombra se reflejó en la pared. Victoria no dormía y se sobresaltó. Pero cuando iba a gritar, Juan Cruz le dijo: -Soy Juan. No grites. --¿Qué haces aquí?-dijo ella, en un susurro. Él la besó y la estrechó a su cuerpo. Y sin mediar más palabras, los dos se dejaron llevar por la intensidad del encuentro. Y sin pensar en las consecuencias, vivieron una desenfrenada noche de amor y pasión, hasta que el amanecer les devolvió la cordura. Victoria era tan feliz que no le importaba ser descubierta. Pero Juan Cruz, quiso marcharse cuanto antes, para no comprometerla. No sin antes pedirle que le prestara los periódicos porque quería saber si Lucas figuraba entre las listas de bajas rebeldes. Victoria los buscó y se los dio, pero al marcharse Juan Cruz, ella se quedó desorientada. Se había percatado de que el interés de él por conocer el destino de Lucas, no respondía a otra cosa que a su gran amor por María Soledad. Y no se equivocaba, porque él quería saber si realmente Lucas existió o si, como decía Victoria, había sido una mentira piadosa para evitarle sufrimientos. De modo que no bien estuvo en su casilla encendió la vela y buscó con ansiedad las listas que publicaron los periódicos por esos días. Y no tardó mucho en averiguar que Lucas, el segundo comandante había muerto en un enfrentamiento con las tropas leales. Allí estaba su fotografía. Era un joven apuesto de unos 30 años. Sintió rabia y dolor. Odio y rencor. Defraudación total y amargura. María Soledad lo había usado para sacarle información y ahora lo estaba usando para llevar adelante su causa. Sin duda, Victoria se había equivocado. Ahora estaba seguro de que el amor de su vida, había sido ese muchacho que parecía sonreír en la fotografía como una muestra innegable de su triunfo. Ya no podía creer en nadie. Ni siquiera en Victoria. Y como un autómata, decidió juntar sus cosas y buscar un caballo para salir cuanto antes de allí. Quería regresar a su casa de inmediato. Cabalgó durante días rumbo a la ciudad. El sol era el único testigo por esos caminos solitarios de montaña. De tanto en tanto, se detenía a comer o a pernoctar en algún sitio que encontraba a su paso. El caserío colonial de la capital apareció ante sus ojos casi al atardecer del tercer día. Estaba cansado, con los ojos lastimados por la tierra del camino, pero estaba en paz. No sentía culpas ni remordimientos. Tenía la mente en blanco y el corazón sin ganas. Su vida no tenía un rumbo, sino dolor y nada más. Llegó a su casa y se duchó. El agua tibia parecía un regalo de Dios sobre su extenuado cuerpo. Luego se recostó y durmió por casi un día completo. Al levantarse, decidió cortarse el cabello y quitarse esa barba que ya no podía soportar. El peluquero no lo reconoció sino cuando pudo despejar su rostro: -Por qué no me dijo que era usted - dijo asombrado. -Quise ver si te has olvidado de tus clientes, -le dijo, sonriendo. -Parecía usted uno de esos. - ¿Vagabundos?-completó él, al ver que dejaba inconclusa la idea -Sí, señor General. -Estuve en el campo ¿sabes? Tengo unas hectáreas que heredé de mis abuelos. La pasé muy bien sin tener que someterme a tus torturas-le dijo, para conformarlo. - ¿Se quedará en la ciudad? -Sí, ya es hora que me haga cargo de las tropas-le contestó -Por suerte está todo más tranquilo. Creo que por mucho tiempo gozaremos de esta paz, que usted consiguió para nosotros. -Así lo espero. Cuando Juan Cruz regresó a su casa parecía otro y ahora estaba satisfecho con lo que veía en el espejo. OTRA VEZ EN EL FRENTE Cuando lo vieron entrar a su despacho todas las miradas se dirigieron a él. Su uniforme le quedaba holgado pero lucía bien, como antes. -Creímos que no regresaría General Pizarro -le dijo, un subalterno. -Pedí licencia para recuperarme-le explica. - ¿Lo ha logrado? - Sí, me ha costado mucho, pero ya estoy muy bien. ¿Cómo están las cosas por aquí? -El teniente Núñez del Prado sigue a cargo de sus tropas - ¿Está él ahora?- preguntó -Enseguida lo busco general-dijo, en el momento que salía. Hacía tiempo que no se sentaba en su despacho y al hacerlo se sintió poderoso. Y pensar que hacía unos días, él había estado sintiéndose como una bestia bajo el sol de los campos, lastimándose las manos en la cosecha de algodón. Pero sus pensamientos fueron interrumpidos con la llegada de Pablo. ---- ¡Juan Cruz!-exclamó, al verlo - ¿Cómo estás?-le respondió estrechándolo en un abrazo. -Muy bien ¿Adónde has estado? -Estuve en el exterior, buscando a esos rebeldes que cruzaron la frontera. -Eso es lo que supuse. Si fuiste capaz de condenar a mi hermana lo menos que hubieras podido hacer era perseguirlos hasta su guarida. - ¿Y tu padre? -Está bien, siempre me pregunta por ti. -Me será difícil enfrentarlo. -No, él ha sido militar y comprende lo que tuviste que hacer. Sabe que no fue fácil y te admira por ello. -Es un puñal que llevo clavado en mi pecho porque aún la amo, Pablo. -No entiendo como pudo hacerlo. Ella fue criada con lo mejor.-protestó Pablo. -Yo ahora la comprendo. Ella sabía cosas que ni tú ni yo podíamos entender. Luego hablaremos de ello-le dijo él -Todos estamos contentos con tu regreso. -Dime Pablo ¿Hubo algún cambio en la Jefatura militar?- le preguntó. --Todo está igual, Juan Cruz. --¿Con cuántos soldados cuenta mi tropa? -Ahora incorporamos más gente. Aquí están las cifras-le dijo, mostrándole un libro de su despacho. Son cerca de seis mil. - ¿Y las otras fuerzas cuántos hombres agrupan? -Cerca de siete mil. ¿Por qué lo preguntas? -Porque los guerrilleros son el doble de lo que creíamos-le mintió - ¿Averiguaste algo sobre ellos? -Sí Pablo, en cualquier momento atacarán y debemos prepararnos. Pero a esto no lo comentes con nadie porque no quiero preocuparlos. -Nuestras informaciones hablan sólo de mil hombres, nada más-expresó Pablo -No es cierto. Yo estuve con ellos y puedo asegurar que no.-dijo él. - ¿Estuviste con ellos? --Sí, me hice pasar por un vagabundo, vestido con harapos, con barba y pelo largo, no me reconocieron. -Estupendo. Prepararé a las tropas y los enfrentaremos-dijo Pablo. --Por ahora, es asunto nuestro y de nadie más. --Entendido. Tras la conversación, Juan Cruz recorrió todos los lugares del Cuartel para saludar a su gente. Ya en su casa, se sintió cansado y decidió irse a dormir sin comer. Por la mañana, caminó vestido de civil por las calles céntricas. Necesitaba sentir el aire fresco golpeándole en la cara. A la hora de almorzar se dirigió al cuartel y en el comedor se sintió como el hombre que había sido siempre. Ya en su despacho, las cosas fueron cambiando, porque el recuerdo de María Soledad lo atormentaba, y aunque el arma más poderosa para apartarla de su mente, era Lucas, cerró la puerta de su despacho con llave y desplegó unos mapas sobre la mesa, para pensar en una estrategia de guerra que lograra vencer a una tropa un poco mayor que la suya. Sabía que podía contar con Pablo aunque no se lo hubiera dicho, porque prefería hacerlo un poco más adelante, cuando todo estuviera planeado. Si todo salía bien, los sueños de María Soledad se habrían cumplido y recién entonces, él podría liberarse de sus culpas. Y tal vez, pudiera enamorarse de Victoria a quien había abandonado sin decirle una palabra. ¿Qué pensaría ella?-se preguntaba. Pero eso ya no importaba, pues tenía que concentrarse en lo que debía hacer, aunque sabía que el triunfo en una guerra armada, no garantizaba la revolución. Eso se lograría con muchos años de educación. Sabía perfectamente que el sistema era perverso y que cambiarlo sería difícil. Entre los libros que Victoria le había prestado, estaba la reciente Constitución Mejicana del año 1917, nacida precisamente, de una revolución popular. La misma se proponía destruir el latifundio, creando la pequeña propiedad, mediante una reforma agraria que la repartiera entre los campesinos. Pero había que dotar de agua a todas las tierras y crear Bancos agrícolas que proveyeran de fondos a los pequeños agricultores y a las escuelas rurales, para recién facultar al gobierno a que expropiara bienes raíces. Se proponía evitar cualquier clase de monopolio y prohibir a los extranjeros que compraran tierras en el país, en especial en las fronteras. Se establecía la necesidad de crear leyes de trabajo y de protección al obrero, estableciendo un salario mínimo, que no sería el mismo en cada región del país, sino que estaría de acuerdo con los costos de cada zona. Además se quitaba el cargo de vicepresidente pues su única función era la de presidir las sesiones del Senado y éste cuerpo no tenía razón de existir ya que como ocurrió con la Cámara de los Lores de Inglaterra, tenía como función controlar a la de los Comunes, ahora de diputados, y que era la que representaba al pueblo. A través del Senado la clase rica podía modificar o simplemente no aprobar lo dispuesto por diputados, llamada cámara baja o de los comunes, porque representaba al pueblo. Eso no tenía sentido en un sistema democrático. La Constitución mejicana, establecía que la Justicia debía ser gratuita para todos, porque si había algo a lo que tenía derecho el hombre, era a que se le proveyera Justicia. Por lo tanto, se deberían quitar los impuestos de sello y Juan Cruz, agregó en su estatuto, que los honorarios de los abogados serían mínimos y fijados por el juez de acuerdo con el trabajo realizado y no según el monto de la demanda, lo cual ya era una injusticia en sí misma. Él sabía que en su país la justicia era para las clases altas, los pobres jamás podrían acceder a ella por los costos que esto implicaba y el defensor de oficio nunca velaba por sus intereses. Estas y otras ideas, daban vueltas en la cabeza de Juan Cruz para hacerlas realidad una vez que asumiera el poder. LA DECEPCIÓN Una gran fiesta se realizó en el club social para agasajarlo y darle la bienvenida a Pizarro, que era el más joven de los generales de la patria. Con sus cuarenta y un años, atraía la atención de las jovencitas. Más aún, porque su rango no escapaba a las mentes codiciosas de esa clase social, donde la figuración, era un fin en sí mismo. Sin embargo, él no reparaba en nadie, porque su mente estaba en la frontera Norte, adonde había dejado a Victoria, quien seguramente, estaría dolida por su actitud de haberse ido sin despedirse. Y no se equivocaba, Victoria no entendía cómo habiendo estado con ella la noche anterior, él se había marchado sin decirle nada. Tuvo intenciones de decirle a su padre la verdad, de buscarlo y abofetearlo, pero no lo hizo. Otra vez, un hombre se aprovechaba de su ingenuidad, pero no podía culparlo. Sólo se sintió herida. Y hasta pensó que él, pronto se enamoraría de una de esas mujeres tan bien vestidas y perfumadas de la ciudad. Pero nada era más falso que ese pensamiento, porque Juan Cruz no hacía otra cosa que pensar en ella y hasta sentía que había ganado la batalla contra María Soledad, en el mismo momento en que fuera suya. Tenía deseos de volver a tenerla entre sus brazos, pero aún no era tiempo, porque primero tenía que terminar su obra. En una semana, ya había conseguido la autorización del gobierno para la compra de nuevas armas para atacar a los guerrilleros en su actual guarida y preparaba a su tropa como nunca antes lo había hecho. Nadie podía imaginar que él se preparaba para otra clase de lucha. Todas las noches, se encerraba en su despacho planeando la manera de llevar a cabo las acciones y por momentos, pensaba que el costo de esa guerra sería terrible y entonces, parecía dudar. Enfrentar a su propio ejército no era fácil, pues eso era alta traición a la patria y no podía dejar de pensar en los miles de hombres que morirían. Pero cunado leía la carta de Sol, se sentía invencible. Por otra parte, él había sido el hombre más odiado por los rebeldes y ahora pretendía defender sus ideas hasta llevarlas al triunfo. El General Pizarro, era el mejor jefe del ejército, pero el números de combatientes era inferior. Y tenía que tener en cuenta, que la ayuda económica del clero y de los hacendados sería para las tropas leales. La cuestión sería diferente si pudiera contar con los guerrilleros, pero ellos nunca apoyarían al que había sido su peor enemigo. No podía contar con ellos, como tampoco con su pueblo, pues como decía María Soledad, eran un terreno estéril y no apto para que germinen los ideales de la revolución. Simplemente, un desierto humano, como ella lo había llamado. Y recordó la barbarie y la anarquía que se habían dado en la Revolución Rusa, en la francesa y en otros países donde las hordas habían provocado enfrentamientos de civiles, de modo que decidió sincerarse con Pablo para pedirle opinión. Por eso, una noche le pidió que lo acompañara hasta su casa y cuando estuvieron allí, él le confesó su plan. - ¿Acaso quieres convertirte en presidente?- le preguntó Pablo - No es eso lo que busco. Me propongo llevar a cabo los deseos de tu hermana. - ¿Te has vuelto loco? -Lee esta carta - le dijo, entregándosela El rostro de Pablo cambió diez veces de expresión mientras leía, de puño y letra de María Soledad, las razones que ella había tenido para convertirse en guerrillera. Y no podía creer que tuviera argumentos políticos tan sólidos. Aunque después de leerla, dijo: -Comprendo que hayas enloquecido con todo esto pero me parece que estás dejándote llevar por los sentimientos y no por la razón. -Te equivocas. Yo estuve todo este tiempo en una hacienda y pude comprobar la explotación que se realiza con los peones. ¡Mírame las manos!- le dijo, mostrándoselas Pablo no salía de su asombro y lo miraba estupefacto. No sabía si el demonio o Dios inspiraban esas ideas en la mente de su amigo y compañero. Pero su rostro, el tono de sus palabras y sus ojos, reflejaban su pleno convencimiento de lo que se proponía llevar a cabo. - ¿Tenías que ir hasta allí para saberlo? ¿Llegar a esos límites? - Sí, porque de otra forma no creerías. Trabajé de sol a sol, soporté la miseria, la mugre, el maltrato y pude conocer el dolor. No hay otra manera. Los mineros y los peones rurales son tratados como bestias y no tienen esperanzas de sobrepasar los 30 años. -Ellos no sirven para otra cosa. No todos podemos gozar de una vida cómoda. -dijo, Pablo -Tú no sabes nada, como yo no lo sabía antes de estar allí. Viven como cerdos, mueren sin asistencia médica, sus jornales jamás llegan a sus manos, porque en la tienda de raya, el patrón les vende mercaderías al precio que quiere, los niños trabajan más de ocho horas. Eso es un infierno- insistió, Juan Cruz. Pablo estaba perplejo por lo que acababa de oír y jamás podía dudar de él. -Te creo, pero no comparto la idea de una guerra. La otra mitad de soldados regulares son numéricamente superiores y no podrás vencerlos-dijo Pablo. -Yo no dije que fuera fácil, sino que debemos hacerlo por la memoria de tu hermana Un nudo apretado en su garganta impidió que Pablo respondiera y sólo atinó a asentir con la cabeza. Juan Cruz supo entonces que él estaba de su lado. -Lo haremos, Pablo. Ahora vamos a cenar. Mira, cocinaré un pollo al horno y luego seguiremos conversando sobre el tema. -Bueno, yo te ayudaré -Ya casi está listo -le aseguró él -Voy a ducharme, entonces. -Ve, yo iré después. Juan Cruz, se quedó solo en esos instantes y el rostro de Victoria volvió a presentársele. Pero la idea de mortificarla con los avatares y las zozobras de otra guerra, hizo que desechara la idea de volver a verla, al menos, por el momento. Pero cuánto la extrañaba y por primera vez, sentía que la amaba. De cualquier manera, ella lo entendería cuando volviera a buscarla y si acaso moría en batalla, sería mejor que siguiera creyendo que él la había abandonado como un cobarde, para que pudiera olvidarlo. Cuando la mesa estuvo lista, el tema volvió a aparecer entre cubiertos y manteles. -Si pudiéramos contar con los guerrilleros que cruzaron la frontera, los igualaríamos en número -dijo Juan Cruz - ¿Y por qué no podemos contar con ellos? - ¿Te imaginas apoyando a quien fuera su enemigo? -Pero yo puedo convencerlos porque soy el hermano de la Comandante Sol. -Tienes razón y tienes motivos para querer vengarla-le dijo -Estoy dispuesto a ir allí, pero será mejor que lo haga cuando tengamos un plan y una fecha para comenzar con esta lucha. -Será el próximo mes.- dijo Pizarro - ¿No es prematuro? -Recuerda que en ese mes damos las bajas en el ejército. ---No entiendo adónde quieres llegar.-le dijo Pablo --- Nosotros no daremos la primera baja y cuando lleguen los soldados nuevos de ellos, los atacaremos con los más experimentados. Será antes de que puedan entrenar a los soldados que se inician. - Eso no es ético y hasta es criminal.-exclamó Pablo. - Toda guerra es criminal ¿Acaso nosotros fuimos éticos con los rebeldes? - Tienes razón, Juan Cruz. ¿Cuándo es la primera baja? -El 13 de Abril, ése será nuestro día. -Saldré poco antes de esa fecha para hablar con ellos. -Nadie debe saberlo Pablo. -Ten confianza en mí. -Este será el estatuto de la revolución, léelo -le dijo, dándole unas hojas. Pablo las leyó mientras bebían café con una copa de licor. -Deberás llevarle una copia a los rebeldes, así sabrán por qué estamos luchando- agregó Juan Cruz -Esto parece una Utopía -comentó Pablo -Vamos a vencerlos, ya lo verás. --- ¿Crees que podremos con el tremendo poder que tienen los terratenientes y el clero? -Seguramente, cuando asuma la presidencia tendré que juzgar y fusilar a unos cuantos, para que los demás entiendan que esto va en serio. - ¿Te convertirás en un dictador? -Necesariamente, pero seré un dictador para defender los derechos humanos de los más débiles. -Yo pensé que llamarías a elecciones, porque nosotros siempre apoyamos a la democracia. - ¿Sabes tú lo que es democracia? - La entiendo, aunque no sé definirla claramente-dijo Pablo. -La democracia no es tal si no se dan ciertos requisitos - ¿Cuáles?- insistió Pablo -En primer lugar, el pueblo debe tener cultura cívica, o sea, conocer los derechos humanos y los deberes que tiene para con sus representantes. Y eso no ocurre en los países subdesarrollados-dijo él. ----Entonces la democracia se convierte en una trampa para legalizar el poder de quienes someten al pueblo a padecimientos inhumanos.-concluyó Pablo ---- Además, el ganador de las elecciones debería tener más del cincuenta por ciento de los votos, pero no de los votantes, sino del total del padrón en condiciones de votar. Eso obligaría a tener los padrones al día y a fiscalizarlos por todos los partidos. --Habría que empadronar a los muertos por separado para poder cotejar. Y los que no quieren votar serían considerados como votos en blanco.- propuso Pablo -- Se usaría un sistema de segunda vuelta - agregó, Juan Cruz. -Cada país usa un sistema electoral distinto. - Sí, pero algunos no son democráticos. ¿Qué crees que puede elegir un pueblo sumido en la ignorancia? ¿Con qué criterio vota? Fíjate que en las primeras repúblicas, o sea en Grecia y luego en Roma, la gente se inclinaba por el mejor orador y no por el mejor programa de gobierno porque no entendía cuál era la mejor opción. Y eso sigue siendo así, porque sus conocimientos sobre política son casi nulos, se vota por cuestiones sentimentales o por tradición familiar. Y eso no es democracia -dijo Juan Cruz. -Tampoco lo es cuando no participa el pueblo en las decisiones, cuando hay hambre y la gente no tiene trabajo, porque en la miseria, el hombre no es libre. -Así es Pablo. Si te oyera tu hermana estaría orgullosa de ti. Ahora, vamos a dormir. --Sí, es tarde. Hasta mañana-dijo, antes de salir. LA MISIÓN En dos semanas debían iniciarse las acciones y Pablo partió hacia el Norte para cumplir con la misión encomendada por el general Pizarro, quien lo despidió lleno de esperanzas y deseándole suerte. Mientras en la hacienda, Victoria seguía sin entender el proceder de Juan Cruz, a menos que su huída respondiera a su cobardía por confesarle su falta de amor y de compromiso por ella. Y como era una mujer fuerte, asumió su ausencia con resignación disponiéndose a continuar con la naturalidad de un bostezo. Y lo hizo, guardando bajo llave su tristeza y sacando del cajón de los olvidos la práctica de la equitación, sus clases de piano y el arco iris de su sonrisa. Su hermana Laura, no se atrevía a hablar sobre ese asunto, pues suponía que Juan se había marchado por causa de sus intrigas y eso, la mortificaba. Sin embargo, una noche en que las dos quedaron solas en la sala, Laura no pudo soportar más el peso de sus culpas y le confesó a Victoria que estaba enamorada de Juan y hasta le pidió perdón por esas intrigas, que según ella, motivaron el alejamiento de Juan. Victoria trató de suavizar las tensiones, desvinculando ese hecho con la incomprensible desaparición del hombre que amaba. Y a partir de ese momento, su relación con Laura comenzó a ser más estrecha. Tanto que su madre, se sentía feliz al verlas tan unidas y dispuestas. Pero una mañana, en que todo parecía haberse normalizado en su vida, Victoria tuvo la certeza de que estaba embarazada y una dulce sensación comenzó a invadir su alma, porque ahora Juan estaba atravesándole la sangre con su sangre, en sus entrañas. Y se sintió fuerte como un árbol empollando semillas o como un pájaro anidando sueños, o quizás, como una gaviota cultivando atardeceres junto al mar. Y con el correr de los días, un médico confirmó la noticia, de que un hijo le iluminaba el horizonte, como un sol recién llegado. Sin embargo y por el momento, no podía enfrentar a sus padres. Necesitaba meditar sobre cada detalle, conjugar los verbos en futuro perfecto y analizar los complementos de lugar, de modo y de tiempo, para encontrar un adverbio que pudiera modificarlo todo. Y tomó una decisión. Tenía unas joyas y un dinero ahorrado que le alcanzaría por un tiempo. De modo que preparó su ropa y por la noche alquiló un coche que la condujo a la capital. No sin antes, dejar una carta para que no se preocuparan por ella. Aunque pensó en ir a casa de algún familiar desechó la idea y decidió alejarse de todo el mundo, para poder criar a su hijo sin influencias de nadie. Llegó a la capital en una noche de lluvia, de esas que parecen convocadas por el demonio, con grandes charcos que inundaban los zapatos y gotas copiosas, que disimulan las lágrimas. A esa hora, ya no se olían mistoles ni tortillas recién horneadas. Victoria sentía que sus días, habían perdido la huella y su corazón, latía arisco tratando de encontrar su rumbo. Pero pensó que había tantas nubes en el cielo, que nadie notaría las que tenía en el alma. Y a pesar de su melancólica tristeza, la ciudad se veía hermosa con esas casas de estilo colonial y de amplios jardines. El césped de la plaza parecía una alfombra, que acallaba los pasos de la gente, que caminaba ensimismada en sus quehaceres cotidianos. Después de buscar un rato, rentó una habitación ocultando su verdadero nombre para que su familia no pudiera encontrarla. Con el correr de los días se adaptó al lugar y hasta le parecía hermoso. El cuartel General estaba cerca pero ella nunca intentaría acercarse y cuando salía de compras, observaba a las muchachas de la ciudad, con esos modales desenvueltos, luciendo sus cabellos cuidados y su ropa elegante. Y era en ese momento, cuando pensaba que un General del ejército jamás se casaría con una campesina sin estilo y que, posiblemente, muy pronto caería preso de otras miradas con menos escrúpulos y hasta tuvo la seguridad de que María Soledad, lo había enamorado porque había sido una mujer refinada. Por suerte, la dueña del hospedaje era una mujer muy sencilla y allí, la gente parecía gentil y no le hacía demasiadas preguntas. Con el transcurso del tiempo y el pensar en su hijo lograban rescatarla de esos pensamientos oscuros que venían a su mente, cuando solían dolerle las ganas, las uñas y los silencios. Su vida en la ciudad se fue haciendo cada vez más tranquila y la paz, abría las puertas de su corazón a todo el mundo que quisiera entrar en su vida sin tocar el timbre. A veces, sentía desconfianza de su futuro porque no encontraba un camino de sosiegos o un cielo libre de tormentas. Pero no tenía alternativas, o le confesaba a Juan Cruz sobre su hijo, o su orgullo se hacía cargo de todo y volvía a su casa para poder criarlo sin privaciones. Pero aún tendría tiempo para pensar en ello, por ahora, estaba en paz. El canto tempranero de los pájaros le recordaba a la hacienda y por eso, solía pasar la tarde en el jardín, arreglando las plantas o regando el césped. Tareas que le relajaban los nervios y la ponían de buen humor. Una tarde, cuando volvía caminado desde el médico hacia la pensión, le pareció ver un rostro conocido, que venía por la vereda de enfrente. Y a pesar de que se había quitado la barba y cortado el cabello, ella pudo reconocerlo. Entonces se volvió sobre sus pasos y entró a la panadería para no ser vista por Juan Cruz. . Allí esperó y cuando supuso que se había alejado, retomó su camino. Por su parte, Juan Cruz, no hacía más que pensar en ella y deseaba terminar cuanto antes con lo que se había propuesto, para poder ir a buscarla. Mientras tanto, Pablo regresaba de su misión y enseguida fue al despacho de Juan Cruz para comunicarle los resultados - ¿Cómo te ha ido?-le preguntó Juan, al verlo. -Logré convencerlos. Al principio desconfiaron, pero al leerles los estatutos de la revolución se convencieron. - ¿Qué conseguiste? -le preguntó Juan Cruz - El día 10 estarán a treinta kilómetros de la Capital y aguardarán nuestras órdenes en los montes. - ¿Creen que tú diriges las acciones? -No, ellos saben la verdad. Y no es por mí sino por ti, que ellos vendrán -le aseguró, Pablo. - ¿Cómo fue eso? -En un principio, ellos no me apoyaban porque saben que yo no tengo mando en el ejército, entonces, les dije que tú estabas al frente. - ¿Te creyeron? -Le creyeron a Sol porque les mostré la carta. -Perfecto. Entonces sólo nos queda esperar.- dijo Juan Cruz. Pero tenía que ver para creer, porque tratándose de los rebeldes nada era para confiar. Cuando Pablo se fue se tiró sobre la cama y como si la viera, allí estaba María Soledad como aquella noche que pasaron juntos y que resultara tan larga como el desvelo. La recordaba con esos ojos hartos de luna llena, de mares desatados, con sus cabellos dorados desparramados sobre la seda de su almohada. Veía su cuerpo perfecto y delgado, con su inigualable sonrisa de niña. Y hasta sintió el perfume de su piel, que era tersa y sutil como el aire. Un sudor frío se instaló en sus manos y vio la palidez sobre los labios de la muerte. Pero también la recordó sentada sobre aquella piedra, como abatida en una vejez de medio siglo, como si le dolieran las verdades en la piel y en los deseos insatisfechos. Y no pudo más que llorar por dentro, sin una lágrima y sin el llanto fresco que desagua el dolor de las entrañas. Y lo hizo al recordar la luna de Noviembre o las mareas de las playas, en su ausencia. Y como si quisiera borrar de golpe su memoria, pensó en Victoria, esa mujer de carácter firme, de verdades tangibles y silencios prolongados. Su valentía, su sinceridad y su simpleza, le habían ordenado el caos de sus sentimientos. Y ese tierno recuerdo, iba acaparando los sueños que le hacían falta para continuar en la búsqueda de un amor, a largo plazo. Mientras tanto, en casa de Victoria, Laura comentaba con su padre sobre la huída de su hermana, posiblemente, con Juan. Y Don Gonzalo se ponía furioso, mientras prometía matarlo por haber deshonrado a su familia. Pensaba en que, quizás, estuvieran trabajando en alguna hacienda. No podía sospechar que estuvieran en la ciudad. Pero a medida que pasaban los días sin tener noticias de su hija, las esperanzas de hallarlos se hacían remotas. Su administrador preguntaba a los hacendados y nadie sabía nada. Parecía que se los hubiera tragado la tierra. Su madre, muerta de miedo y fingiendo aplomo, rezaba para que Don Gonzalo no los encontrara, ya que ansiaba que su hija fuera feliz con el hombre que amaba. Y a pesar de los esfuerzos de Don Godoy, nadie pudo decirles sobre su paradero y con el correr del tiempo, la búsqueda cesó y la resignación llegó. Todas las mañanas él abría la puerta del cuarto de Victoria y miraba su cama. Tenía la esperanza de que algún día, la encontraría allí. Pero eso no sucedió. EL GRAN DÍA Era el 13 de Abril y Victoria bordaba unas batitas sentada en los sillones del jardín. Había vendido algunas joyas y ese dinero le permitía hacer una vida sin mayores aprietos. Había dicho a sus vecinos que era casada, para evitar comentarios malintencionados y llevaba puesta la alianza que había sido de su abuela. Y si bien era respetada como una verdadera señora, atraía las miradas masculinas cuando solía pasear por los alrededores. Una tarde, cuando la calma parecía un jazmín pintado al óleo, sin que ni siquiera la brisa alterara su quietud, vio que la gente perdía la discreción de su voz y bulliciosamente, comenzaban a correr de un lado para el otro de la calle. En un principio, ella sólo se extrañó del alboroto, pero luego vio que los vecinos salían a la vereda bastante alterados y murmuraban con nerviosismo. Victoria dejó su bordado y se acercó a la verja donde pudo notar, el desconcierto de las personas que se juntaban como atraídas por un imán. Fue entonces cuando alcanzó a oír el nombre de Juan Cruz Pizarro, en boca de alguien. Y entonces, ya no pudo dominarse y salió a la calle a preguntar qué ocurría. -Ha estallado la revolución-le dijo un vecino. - ¿Qué revolución?- preguntó ella. -El General Pizarro ha atacado hace unas horas a su propio ejército y hay mucha confusión en las calles. Es mejor que no salga señora, se habla de que puede haber una guerra civil-le recomendó. •- ¡Qué horror!-dijo, estupefacta. Las mujeres corrían en busca de sus hijos y los hombres deliberaban en las esquinas, mientras ella, sin saber qué hacer, entró al hospedaje y encendió la radio. Todos permanecían en la sala para escuchar las noticias. Se sentían confundidos, aturdidos, desconcertados como si el suelo no los contuviera con la firmeza de todos los días y naufragaran en plena tierra. A cada momento, la emisora interrumpía la transmisión para pedirles que permanecieran en sus domicilios, ya que estaba vigente el estado de sitio. Victoria se sentía desfallecer pensando en la suerte de Juan Cruz. Y quiso abrigar su miedo, pasando por sobre sus hombros la tibieza ausente de sus besos, que aún llevaba vivos sobre su piel. Pero luego, como si atropellara su intento de convocar la calma y el sosiego, sintió que la desesperación se apoderaba de todos y se respiraba en el aire como los geranios del parque. -Recuéstese Victoria, no conviene que siga los acontecimientos tan de cerca, se ve muy pálida- le recomendó la dueña del hospedaje. -Quiero escuchar las noticias porque mi esposo está en el ejército-les mintió. - ¿De los leales o los rebeldes? -No lo sé- mintió -Pobrecita, no le hagan preguntas -dijo alguien del lugar. En ese instante, otro comunicado del gobierno les informaba que la lucha era encarnizada en lugares cercanos a la capital y gran cantidad de bajas se habían producido entre los rebeldes. Victoria corrió a su habitación porque no quería seguir oyendo. Estaba al borde de un abismo interior parecido a la locura. Tenía miedo por él y también por su hijo. Quería correr a buscarlo, pero no podía. Sus piernas no respondían al mandato de su corazón sino al cerebro. Y el llanto la ahogaba, extraviada en el mar de tantas dudas. Y rezaba: -Protégelo Señor, no permitas que él muera -repetía. Juan Cruz y Pablo dirigían a los rebeldes desde el cuartel general, el cual tenía suficientes hombres como para resistir cualquier ataque en las afueras de la ciudad, con gran ventaja sobre las leales. Un río de sangre desaguó en los campos, los cuerpos mutilados, desparramaban trozos de vida en su paso hacia la muerte. Los jóvenes, habían decidido ser dioses de la historia. Hombres que no se resignaban a no vivir mientras vivían. ¿Y el pueblo, adónde estaba? Escuchando la radio o los comentarios. Discretamente callado, con un silencio tan violento como el miedo. Tal vez ignorando todo, pero sintiendo algo. O tal vez sintiendo todo e ignorando qué hacer. Todo era posible, pero nada era seguro. Las noticias que emitían los medios pretendían confundirlos, asegurando que el ejército leal estaba venciendo a los insurrectos, pero en realidad era todo lo contrario. Esto influía en el ánimo de los pobladores y evitaba que se sumaran voluntarios a la fuerza rebelde . Durante toda la noche los disparos no cesaron y las explosiones presagiaban los últimos días del planeta. Se oían los estallidos repercutiendo en las entrañas, en la piel del cuello, en la punta de los dedos y en la cuenca de los ojos. La ciudad olía a muerte, como antes a rosas o a madreselvas. Las explosiones perforaban los tímpanos de los sapos, de las iguanas del monte y de los niños descalzos. Entre las sombras de la incertidumbre, rondaba el espanto como los buitres en la carroña. Y la noche se enredó en los ruidos y entró en una agonía larga, casi interminable. Al día siguiente, Juan Cruz Pizarro envió a sus tropas a refugiarse en los montes. Durante todo el día los aviones surcaron el cielo y los helicópteros sobrevolaron los techos tratando de captar cualquier movimiento sospechoso entre los civiles. Por su parte, Victoria permanecía en su cuarto sin probar bocado. Recién por la tarde aceptó la sopa que le ofreció la dueña del hospedaje. Se la veía demacrada y silenciosa. Todos la observaban sin decir palabra, mientras las noticias seguían afirmando la derrota de las tropas insurrectas y eso a Victoria le quitaba el sueño, el recato y la respiración. Una extraña sensación le oprimía el pecho y hubiera querido llegar hasta el Cuartel General para ver con sus propios ojos lo que estaba ocurriendo, pero enseguida desistió de esa locura porque su hijo correría un riesgo innecesario. Lejos de allí, los guerrilleros habían entrado en acción después de haber cruzado la frontera y se aprestaban a atacar a un destacamento leal que se dirigía hacia ellos. Su victoria fue tan contundente que las noticias circulaban por la ciudad pese a los esfuerzos de los leales por acallarlas. Al conocer el triunfo rebelde, la mayoría de los mineros, los obreros de fábricas y los peones rurales, se unieron masivamente a las tropas de Juan Cruz. Pero el panorama de esa guerra fratricida era desolador. Explosivos, detonando por doquier, cuerpos mutilados y gemidos de dolor entre los heridos que eran trasladados a los hospitales y muchas mujeres se anotaban como voluntarias para colaborar como enfermeras. A Victoria, le hubiera gustado poder hacerlo, pero su estado le indicaba que no era prudente. Todo el mundo hablaba de la revolución y algunos se sentían consternados por la suerte de su país. El clero y las familias adineradas siempre habían colaborado con gobiernos de derecha y no se explicaban la alianza de Juan Cruz con los rebeldes. También comentaban en el hospedaje sobre eso y Victoria los miraba sin poder responderles, pues sabía que nadie lograría frenar esa lucha que Sol le había inspirado, a pesar de no haberlo amado. Ella sabía que las causas de la revolución eran justas y entendía perfectamente por qué estaban luchando. El camino era uno y hacia allí se encaminaban las clases bajas y los obreros para seguir a Juan Cruz y a Pablo Núñez del Prado, a quien el amor por su hermana, lo habían sensibilizado hasta el punto de luchar por sus ideas. La guerra civil se había desatado en las ciudades y amenazaba con ser vandálica y aterradora. -Necesitamos armas- le dijo Juan Cruz a Pablo. --Ya están en camino porque el Coronel Álvarez, nos envía ayuda desde el Oeste. - ¿Qué clase de ayuda? -le preguntó Juan Cruz --Armas, hombres y tanques. -Excelente. El triunfo ya es nuestro. Aunque te diré que no confió en el Coronel Álvarez, pues siempre ha sido un aliado del gobierno. -No tenemos alternativas. No podemos armar a los campesinos con picos y palas -Yo quisiera adelantarme en el camino para darme cuenta de cuáles son sus intenciones-le propuso Juan Cruz. -Es buena idea, pero muy arriesgada. -Más riesgoso es esperar aquí. Quizás él haya planeado atacarnos por sorpresa. Yo recogeré las armas. - ¿Qué harás si no quieren entregarlas ni seguir tus órdenes? -Dispararé una bengala y los guerrilleros que estarán cerca, atacarán de inmediato. -Correcto. - Diles que se ubiquen en el lugar indicado por cualquier emergencia. -Deberás salir al amanecer si quieres alcanzarlos -le dijo Pablo. Juan Cruz estaba aventajando a los leales pero el saldo de muertos y heridos era demasiado en ambos bandos, sin que aún estuviera asegurado el triunfo. Victoria no tenía noticias de Juan Cruz pero suponía que estaba vivo, ya que de no ser así, las noticias lo hubieran informado de inmediato. Además estaba tranquila por sus padres ya que las luchas todavía no habían llegado a la hacienda, pero decidió enviarles unas líneas para que no estuvieran preocupados. Preguntó en la pensión sobre cómo debía enviar las correspondencias y le informaron que las del correo no llegaban a destino, entonces decidió enviarla a través de ciertas personas que hacían de correos y así asegurarse de que sus padres la recibieran. En ese instante, un joven del hospedaje le trajo la buena nueva: -Los rebeldes están triunfando, señora Victoria. - ¿Cómo lo sabe? --¿Es que no escucha las noticias? Los rebeldes ya han tomado las emisoras y están informando que las batallas están llegando a su fin y que el triunfo es de ellos. Victoria se puso contenta, había enviado la carta a sus padres pero no les había dado su dirección. Pensaba en lo feliz que estaría Juan Cruz, pero no iría a buscarlo. Su orgullo se lo impedía, ahora que sabía que él estaba a salvo. Unos celos de niña adolescente le invadieron la mente, los oídos, le electrizaron el cabello, le doblegaron las uñas de los pies, el inmaculado cuello y un oscuro fantasma se le cruzó en el alma. Era la sombra de María Soledad y ella no podía soportarlo. Por eso, decidió quedarse en su lugar, sin exaltaciones, ni festejos de glorias, que le eran ajenas.Pero tampoco era indiferente, porque sabía que el gobierno de Juan Cruz sería un alivio en el sufrimiento de su pueblo. Y sintió la necesidad de acariciar su panza. UN ERROR FATAL Juan Cruz, había llegado a destino con alrededor de doscientos soldados y no alcanzaba a divisar al Coronel Álvarez. Habían pasado más de seis horas y todas las incursiones realizadas, en la zona donde debían encontrarse, fueron negativas. Se comunicó con Pablo por su transmisor y éste partió hacia el lugar con cerca de setecientos hombres. Al cabo de cuatro horas, Pablo divisó las colinas en donde teóricamente debía encontrarse con Juan Cruz, pero al llegar a ellas, un silencio sepulcral le alertaba de que algo malo había sucedido. Sabía que él no podía haberse equivocado de lugar, ya que lo conocía muy bien, de modo que envió una patrulla adelante para tratar de localizarlo. Al cabo de una hora sus hombres regresaron, trayendo una expresión de terror en sus rostros - ¿Qué ha sucedido? -les preguntó Pablo. - Todos... todos fueron...asesinados - le dijo el soldado, notablemente conmovido. - ¿Todos? -gritó Pablo. -Todos están muertos. - ¿Y Pizarro? -No lo encontramos. Pablo Núñez del Prado galopó con su tropa hasta el sitio, que tenía un aspecto aterrador. Buscaron, uno por uno y Juan Cruz, no se encontraba entre ellos y decidieron continuar con su búsqueda porque, seguramente, había sido tomado prisionero -En marcha soldados. Juro que destruiremos a ese traidor-les dijo. Los hombres montaron en silencio. La rabia le dolía en las vísceras y le pesaba en la espalda. Y en perfecta formación aguardaron órdenes. Hasta el aire, se les había calentado y estaban dispuestos a vengarse. Pablo cabalgaba como si el diablo lo llevara con todo infierno a cuestas y al llegar a un punto en que el camino se dividía en dos, se detuvo y mirando hacia el cielo, exclamó: --Ayúdame Dios mío. ¡Juro que vengaré estas muertes! Y siguió mirando hacia el cielo como atrapado por el vértigo de su impotencia, como si esperara una señal que le indicara cual de los dos caminos debía seguir. De pronto, se lo oyó decir: -|Adelante. ¡Vamos hacia el Oeste! Anduvieron varios kilómetros y por la noche, acamparon en un valle. Desde allí, Pablo trató de comunicarse en clave, con los guerrilleros que estaban detrás de los montes, a pesar de que la comunicación era un riesgo ya que podía ser captada por los enemigos. Pero tenía que hacerlo. Ellos respondieron enseguida, comunicándole que el grupo de Álvarez había sido divisado a diez kilómetros de allí, por una de sus patrullas y que se disponían a descansar. Pablo se puso en marcha de inmediato y también el grupo de guerrilleros. Siguiendo el curso del río llegaron a las cercanías del campamento y esperaron a que se durmieran. Al cabo de una hora llegaron los grupos de rebeldes que estaban detrás de los montes y juntos dispusieron el ataque. Los soldados de Álvarez, eran cerca de dos mil y ellos eran mil quinientos, sumadas las dos fuerzas --- Antes de atacar, debemos saber adónde tienen a Pizarro-sugirió Pablo. -Enviaremos algunos hombres a averiguarlo-dijo, un jefe guerrillero. Y así lo hicieron. Cinco hombres se arrastraron hasta muy cerca de los guardias y desde allí podían ver todos los movimientos, gracias a las luces de los fogones. De pronto, observaron que una tienda estaba fuertemente custodiada y supieron que allí se encontraba el prisionero. Cuando regresaron, comunicaron las novedades y decidieron atacar de inmediato rodeando el campamento. Los guerrilleros entraron en acción por la retaguardia como estaba previsto y liberaron a Juan Cruz Pizarro, quien enseguida tomó un arma para combatir. Lucharon por casi dos horas y la batalla fue todo un éxito, pero con numerosas bajas. La alegría desbordaba a los combatientes, ya que sabían que esa había sido la última resistencia de los leales. Pero después de la embriaguez del júbilo sobrevino el cansancio, la quietud y la lenta recorrida buscando a sus muertos en la negra oscuridad de una noche sin luna. Tuvieron que rescatar heridos y atenderlos, luego vino el recuento de los que nunca más verían el delicioso amanecer en el trópico. Juan Cruz Pizarro había dado muerte al Coronel Álvarez, pero también había perdido a Pablo. Y como si fuera un niño, dejó llorar sus lágrimas por su amigo Durante mucho tiempo no olvidaría ese rostro. Tenía un rictus tan placentero como la lluvia de madrugada. Su cuerpo tibio en el amanecer de su muerte, le recordó al cuerpo de su hermana. Eran las seis y a la misma hora él también se había abrazado a ella, como ahora lo hacía con Pablo. Tenía su misma paz y sus mismas facciones y lo estrechó como si quisiera aferrarlo para siempre, como para no dejarlo ir con ella, que parecía mirarlo por entre las nubes del alba. Luego lo trasladó al Cuartel General, donde recibiría honores como un héroe. Una tristeza sin límites le hurgaba el alma, las palmas de sus manos, la garganta, las plantas de los pies y la maldita memoria. Llevaba meses de añorar la paz y ese pedazo de infancia que quería recordar cuando se sentía vacío de ternuras y cobijos. Todos los Núñez del Prado habían desaparecido a causa de esa lucha fratricida Y la sal de tantas lágrimas lloradas comenzó a inundarle los surcos de la cara. El gobierno había depuesto las armas y su rendición era difundida por todas las emisoras radiales mientras los pobladores festejaban el fin de la guerra. El nombre de Juan Cruz Pizarro, recorría las calles de la ciudad aclamado por la multitud. Junto a la gente que se agolpaba en las esquinas Victoria irradiaba alegría y se sentía orgullosa de que ese hombre fuera el padre de su hijo. Y esa noche, escuchó una proclama revolucionaria que se leía repetidamente mientras se anunciaba un mensaje de Juan Cruz Pizarro de un momento para otro. Victoria quería correr al Cuartel General y dejar tirado en la calle su rencor para entrar a sus brazos sin vacilaciones, pero algo la detuvo, porque casi podía asegurar que en ese momento, él no tenía otro pensamiento que no fuera el de María Soledad Núñez del Prado, a quien le dedicaría todos sus triunfos. Y estaba convencida de que ella, ya no existía para él. Se había anunciado en la emisora, que desde los balcones de la casa de Gobierno él se dirigiría a los ciudadanos y entonces salió con los demás a ganar su espacio entre la algarabía popular. Victoria corría con sus heridas expuestas igual que liebre a medio pelar, para seguir a las caravanas Y no sintió cansancio, sólo su ansiedad aumentaba a medida que el tiempo transcurría y era inminente la aparición de Juan Cruz en los balcones. Y cuando por fin lo hizo, los aplausos y vivas de centenares de personas destrozaron el ámbito e irrumpieron, cual rayos encendidos de luz en pleno cielo. -Ciudadanos- comenzó a decir - la lucha de la Comandante Sol, que comenzó hace cinco años, ha llegado a su fin. Y si bien ella, murió por el bienestar de su pueblo, nadie lloró su muerte. Esto no es un reproche, porque ella en realidad, está viva para siempre y es a ella a quien nosotros debemos agradecer nuestras conquistas. Victoria sintió que no se había equivocado y como heredera de un anhelo sin explicaciones, supo que ya nada podía esperar, que fuera transparente, diáfano o brillante como el fuego. El pueblo la aclamaba a Sol y a Juan Cruz, quien continuó diciendo: -Ella hizo que su peor enemigo y que no es otro que yo mismo, continuara su lucha a causa de esta carta que voy a leerles y que es un legado que ella dejó para ustedes, su pueblo. Mientras él leía, a Victoria comenzó a faltarle el aire por la emoción de oírlo venerar a su gran amor. Sus piernas se aflojaban pero ni ese, ni otros muchos desencantos consiguieron alejarla de allí y continuó firme hasta el final, cuando Juan Cruz fue aclamado cuando dijo que estaba a cargo del gobierno y que en los días sucesivos daría a conocer el estatuto de la revolución. Cuando la gente se retiraba, en esa iluminada tarde de Febrero, ella caminó junto a ellos hasta llegar al hospedaje. Y cuando estuvo en su cuarto sintió que su memoria guardaba algunas cenizas. Recordó como ellos se habían amado cuando cada uno se había perdido en el otro, desafiando la hondura del silencio. También recordó cuando sus cuerpos temblaban y en el mar de sus ojos pudo ver esa repentina ternura, que apareció en los dedos del amanecer. Lo recordaba poniéndose los zapatos, para escapar de las primeras luces, mientras le decía que la amaba, con esa voz ronca como de tos con insomnio. No podía convencerse de que nada de eso hubiera sido cierto. Y no pudo dormir. Sólo cuando el sol se presagiaba en el aire, el cansancio la desplomó, como gato que hubiera sido sorprendido por la escoba. Al medio día, cuando se disponía a almorzar, se oyó por la radio el estatuto de la revolución, que despertó el interés de todos los presentes. Entre otras medidas, se anunció que abolían los impuestos de sello en la Justicia, que las tierras serían repartidas entre los obreros rurales, fijándose una medida máxima para la propiedad y el que poseía más de esa cantidad estaba obligado a venderla al Estado en un plazo de dos años, con la amenaza de expropiación. Se prohibía a los extranjeros comprar tierras y tener propiedad sobre mares y aguas del territorio Nacional. Se expropiaban los territorios en posesión del Clero y se prohibía que impartieran ningún tipo de enseñanza. Se fijaba un salario mínimo para cada trabajo y para cada región. La jornada laboral sería de ocho horas, quedando prohibido el trabajo de los niños y las horas extras por ser perjudiciales para la salud. Se otorgaba el derecho de huelga, de paro y a sabotaje. Aunque para los servicios públicos los paros deberían anunciarse con diez días de anticipación para que el Estado pudiera brindarlos con personal contratado sin que se pudieran descontar los días a los obreros efectivos, ni dejarlos cesantes a causa de la huelga. Todo ciudadano, tenía derecho a un lugar gratuito en el cementerio para cuando lo necesitare. - ¿Qué te parece Victoria?-le preguntó la dueña del hospedaje. - Excelente-dijo, satisfecha - Enseguida seguirán anunciando medidas, hay que estar atentos-sugirió una vecina de cuarto. - Mañana hay que comprar el periódico para leer todo -dijo otra vecina. - Deberá ser temprano pues, seguramente, se agotarán -dijo Victoria -- Anunciaron que Pizarro hablaría a las cuatro.-dijo la dueña - Entonces descansaré un rato--dijo Victoria, levantándose de la mesa para ir a su cuarto. Una vez allí, ella se preguntaba si su hijo se parecería a su padre y si cuando creciera estaría tan orgulloso de él, como ella lo estaba. Pensó que si era varón lo llamaría Lucas, y si era nena, María Soledad, en honor a esos líderes, que a pesar de todo, también eran los suyos. Después de su descanso austero, decidió sumarse a quienes estaban aguardando las noticias y a las dieciséis en punto, él comenzó a hablar a la población. Siguió con el estatuto, que disponía la prohibición de pagar sueldos con vales y el deber de los hacendados de asistir gratuitamente a los peones en la enfermedad y se establecía que los obreros podían formar cuerpos gremiales en defensa de sus derechos. Establecía una indemnización para los despidos y se reglamentaba el trabajo de la mujer y los derechos de familia. Se establecía la pena de muerte para quienes ejecutaran o dejaran morir a un trabajador rural por falta de atención médica o de medicamentos. Se nacionalizaban los ferrocarriles que siempre habían estado en manos de extranjeros y de este modo subían el precio de las mercaderías transportadas y esto ocurría a lo ancho y a lo largo de toda Latinoamérica. El estatuto revolucionario, fijaba un plazo de diez años para sanear al Estado y hacer cumplir las leyes, luego del cual se convocaría a elecciones. Primero había que impartir educación en las escuelas, en las haciendas y en las fábricas para que todos conocieran sus derechos y sus deberes. El ejército garantizaría el cumplimiento de ese plan de gobierno. La función legislativa no gozaba de inmunidad y sus integrantes podían ser destituidos por el poder judicial. Victoria escuchaba con atención y las lágrimas transitaron sus mejillas a paso lento, como si el tiempo se hiciera eternidad. Y tras escuchar el mensaje, se acostó con el corazón apretado entre las manos. EL REGRESO Después de organizar el nuevo gobierno, Juan Cruz Pizarro estaba decidido a regresar a la hacienda donde pensaba buscar a Victoria. Salió una mañana vestido de civil y en un coche del ejército hacia los campos del Norte. No había querido llevar custodia sino sólo su chofer y por supuesto, que nadie lo reconoció cuando llegó a la hacienda de Don Gonzalo Godoy. En el campo se ignoraban los detalles de la Revolución porque los periódicos tardaban semanas en llegar desde la capital y las señales radiales no llegaban a todos los sitios. Pedro Vargas, lo recibió y le miró como si fuera un extraño pero luego de mirarlo un rato, le peguntó: - ¿Usted no es...?-dijo como queriendo recordar. - ¿No me reconoces Pedro? -Claro que sí -exclamó, al oír su voz. Se dieron un abrazo y la alegría pintaba risas en ambos rostros. --- ¿Pero qué haces con esas ropas tan elegantes? - Soy el General Juan Cruz Pizarro, mi amigo-le dijo, seriamente. --¿Qué broma es esta, Gómez? --Ninguna broma, vine aquí disfrazado de peón y ahora vuelvo como presidente -dijo -Resulta increíble, señor - dijo Pedro incrédulo ---Nada de eso, llámame Juan ¿Quieres? ----No sé si....bueno, Juan yo tengo que decirle que el patrón se enojó mucho cuando usted desapareció -le dijo- -No me trates de usted, recuerda que somos amigos. ¿Y dónde está el patrón a estas horas? --En la Casa, si quieres te acompaño a verlo. -Vamos. Caminaron rápidamente y entraron sin llamar para sorprenderlo. Laura bordaba un mantel y lo miró de reojo, sin reconocerlo. Mientras tanto, Don Godoy salió a su encuentro. -Él es Juan Gómez, Don Gonzalo- le dijo el administrador. - ¿El que huyó como un cobarde?- preguntó Gonzalo ---Tenía que hacerlo, porque en verdad, yo soy el General Juan Cruz Pizarro. ---- ¿El presidente? - preguntó incrédulo. ---El mismo -dijo él Don Godoy no podía creerlo y sin saber qué decir, lo miró con los ojos enredados en el desconcierto y Pedro dijo: --Es verdad, Don Gonzalo. -Bueno, yo no sabía... ¿Pero a qué ha venido señor?- - Nada de señor, soy Juan Cruz. Y vine a pedirle la mano de su hija Victoria, Don Gonzalo. Laura dejó de bordar y se quedó mirándolo. Él era Juan pero desbarbarlo y limpio. ---- ¿Mi hija?-titubeó él -Sí, su hija Victoria ¿Adónde está ella? -Bueno...ella... --- ¿Qué le ha ocurrido? ---En realidad no sabemos nada de ella. Se fue detrás de usted y creímos estaban juntos- dijo Don Gonzalo. - ¿Cómo es que no lo saben? - exclamó él, con desesperación. -La hemos buscado inútilmente. Hace poco nos mandó un mensaje donde nos dice que está bien pero no sabemos adónde se encuentra. -Yo voy a encontrarla, se lo prometo Don Gonzalo- aseguró Juan Cruz. -Por favor, hágalo- le pidió. Juan Cruz Pizarro, salió de allí de inmediato y se dirigió a la ciudad. Mientras conducía, pensaba en los motivos que ella pudiera haber tenido para dejar la casa de pus padres. También le cruzó por la mente la idea de que ella no lo amaba, ya que no se quedó esperando por si él regresaba a buscarla. Sentía temor, celos y estaba desorientado. Entonces miró hacia el cielo y como si hablara con María Soledad a través de su pensamiento, le pidió: -Ayúdame a encontrarla y sabré que me has perdonado. No bien llegó a la casa de gobierno pensó en realizar la búsqueda. ¿Pero por dónde empezar? El territorio era demasiado amplio y había lugares incomunicados. Suponía que ella se habría ido a la hacienda de algún amigo de sus padres. O tal vez, se habría enamorado de otro, así de pronto y sin remedio. Y sintió miedo de haberla perdido para siempre. Mientras tanto, Victoria se había tranquilizado. Su fuerza de espíritu, la convertía en una extraña mujer serena y valiente que a la vez, maravillaba con su ternura. Una tarde, la dueña del hospedaje la indagó: - ¿No cree que ya debería ver a su esposo, Victoria? -Estaba pensando en ir a verle -le mintió -Él no ha venido nunca por aquí. ¿Acaso me oculta algo? ¿Qué cargo tiene en el ejército? -El mayor de todos --- ¿Es General? ----No, es más que eso. La señora, seguramente esperaba una respuesta más explícita, pero al ver que ella se mantenía callada, no insistió. Victoria pensó que debía mudarse de allí ya que no podía sostener sus mentiras y tampoco le gustaba que le hicieran preguntas. Con esa idea se fue a su cuarto y encendió la radio. Al día siguiente buscaría otro lugar adonde hospedarse, de modo que aprovechó para acomodar y ordenar sus cosas. Pero en ese momento, escuchó que se anunciaba otro mensaje del General Pizarro y aumentó el volumen, dispuesta a escucharlo con sumo interés. Sentía necesidad de oír su voz, pues lo amaba tanto que se conformaba con eso. Enseguida lo oyó formulando un pedido a la población: "Necesito localizar a Victoria Godoy con mucha urgencia. Cualquier persona que la conociere deberá informar a casa de Gobierno ya que es muy importante. Ella no salía de su asombro, su corazón había estallado al galope. Necesitaba, pellizcarse para saber si no estaba soñando. Pero se quedó allí, sin saber qué hacer y el mensaje volvió repetirse. Entonces, decidió acudir al llamado de Juan Cruz, pero luego se arrepintió, porque pensó que la buscaba sólo por pedido de sus padres. Al día siguiente, se levantó temprano y desayunó junto a los demás que se aprestaban a salir a trabajar. Ella saldría un poco más tarde para buscar otro alojamiento. Todos escuchaban los informativos de primera hora y al terminar las noticias, otra vez oyó la voz de Juan Cruz, que ahora decía: "Necesito hallar a Victoria Godoy, de 26 años, cabello castaño y ojos del mismo color. Es muy importante para mí encontrarla." Victoria no podía creerlo, estaba tan asombrada de escuchar ese tono de súplica que no tuvo dudas y muy emocionada le confesó a los presentes: •- ¡Yo soy Victoria Godoy! Todos la miraban como si ella hubiese enloquecido. Luego la vieron subir a su cuarto y luego bajar con su bolso y con esa alegría que se explicaba por sí misma y que la llevaba a correr hacia la calle. En minutos llegaba a la casa de Gobierno y entraba al despacho de Juan Cruz. Con lágrimas de emoción, él la abrazó en cuanto la vio y sin reparar en nadie, la besó apasionadamente ante la mirada atónita de sus colaboradores, quienes se alejaron de inmediato. - ¿Adónde has estado, mi amor? - le preguntó él -Muy cerca, Juan - ¿Por qué huiste? -Creí que no me amabas. - ¿Qué es lo que dices? - Saliste de la estancia sin dame explicaciones-le reprochó. -En ese momento no quise hacerte sufrir, pues creí que aún amaba a Sol. Recién cuando llegué aquí y estuve lejos de ti, supe que era a ti a quien amaba. - ¿Por qué no me buscaste? -No quería que sufrieras con esta guerra. Pensé que si moría lo mejor era que tú pensaras que yo no valía la pena. -Igualmente sufrí por ti y por... - ¿Por quién, Victoria? -Por nuestro hijo, Juan Cruz. - ¿De qué hablas? -le dijo, mirándole el vientre que ahora sí, notó abultado. -De esto que tengo aquí-dijo acariciándolo con sus manos Juan Cruz, levantó la vista hacia el cielo y exclamó: -Gracias María Soledad, por haberme perdonado. Victoria comprendió el diálogo y también agregó: -Perdóname Comandante Sol, por disfrutar de todo lo que hubiera sido tuyo. Juan Cruz la estrechó en sus brazos y la besó una y otra vez. Por primera vez, ella se sintió ganadora en el corazón de ese hombre que tanto había hecho por calmar sus remordimientos. Y sintió que el amor le había llegado como un milagro. Como si Sol lo hubiera realizado. Y entonces, ella dijo: ---Si es nena, se llamará María Soledad. --- ¿Y si es varón?-preguntó él ---Lucas. ---Estoy celoso. --- Celoso o no, se llamará Lucas- aseguró ella --- Tú mandas, mi amor. Los dos se disponían ahora a vivir el reencuentro. Nada les importaba más. Después vendrían las ceremonias y las formalidades legales. En ese instante, él no era más que un simple hombre amando a una mujer. Y los dos fueron a buscar un puñado de besos y caricias, bendecidos por la gracia de su hijo. El pueblo dormía a esa hora. Y como siempre, ignoraba que ese hombre, que hoy era su presidente, no era un héroe sino alguien que había aprendido a amarlos a través de una mujer a quien nunca habían sabido valorar. EL OCASO El poder autoritario de Juan Cruz, surgió como una necesidad para poner fin a los abusos de un gobierno que no había respetado los derechos de los más pobres y para sosegar a una clase alta, que sentía desprecio por los pobres, que estaban abandonadas a su suerte. A ello se sumaba "La aristocracia política", formada por inescrupulosos, cuyo único afán era sacar algún beneficio de los actos electorales y del vértigo democrático. Estos sectores de poder económico se habían unido para aumentar los suplicios de los más débiles, nunca para aliviarles las presiones. La corrupción, la intromisión de la prensa y del Clero en los asuntos de Estado, así como el silencio y la complicidad de la Justicia, desvirtuaban el valor de la democracia, que se limitaba a ser un sistema electoral y no una alternativa política. Por otra parte, el sistema convalidaba un perverso modo de liberalismo a ultranza, donde los poderosos ganaban cada vez más derechos y divisas, en desmedro del resto de la sociedad. El país heredado por Juan Cruz, estaba en una situación paupérrima por causa del desatino político de los dirigentes que reprimían ideas y derechos propiciando en el pueblo el analfabetismo y una miserable vida. Claro que a la hora de los votos y para convalidar la barbarie, se servían de ellos, comprándolos a bajo costo. Juan Cruz, sabía que sus decisiones serían resistidas por esa clase poderosa a la que debía doblegar. Pero el cambio no podía seguir esperando. Y si debía hacerlo imponiéndose por la fuerza lo haría, porque como dijera Sol, la forma de gobierno no importaba sino la dirección que se daba al mismo y si algo se hacía en beneficio de los débiles, esa era la forma correcta. Por eso, desde la mañana siguiente, comenzó a resolver las cuestiones más urgentes. ---Debemos nacionalizar los ferrocarriles-le dijo a su ministro. ----Vamos a tener mucha oposición, creo que conviene esperar. ----Nunca, no debemos dejar que se organicen. La lentitud juega a su favor. ----Habrá que cortar cabezas, presidente. --- Si pude fusilar a Sol, no me temblará el pulso con sus enemigos-dijo. ---Lo haremos, presidente. -dijo el ministro. Día tras día, las medidas del nuevo gobierno producían júbilo y euforia en el pueblo, mientras que entre los poderosos terratenientes, militares, periodistas y el clero, se urdían intrigas y desobediencia, cuyo único fin era derrocar a Pizarro, a quien llamaban tirano. Pero él no se dejó doblegar y mandó a fusilar a quienes se rebelaban. Así, la "dictadura criminal de Pizarro", como la llamaban sus enemigos, fue como una bendición para los más humildes, que jamás habían recibido nada de nadie. Y más pronto que temprano, Juan Cruz fue aclamado como un verdadero líder. No obstante, el clero seguía conspirando desde los pulpitos y por esa razón, las iglesias quedaron vacías de los fieles que pertenecían a las clases bajas y las misas se volvieron aristocráticas. Tanto fue así, que hasta los sermones cambiaron de letra. Antes, se les hablaba de resignación y ahora de valor para rescatar la libertad perdida y se los incitaba a la resistencia. Juan Cruz, se vio obligado a excluir al clero de la enseñanza privada para que no siguieran teniendo influencia en la mente de los niños y los jóvenes, si bien eso le valió la excomunión. Pero la fidelidad a la iglesia no pesaba tanto en la balanza como su gente, que sentía tanta gratitud que juraban dar la vida por él. Poco a poco, pero con trabajo sostenido, el nuevo presidente cambió en ellos la tristeza, por la esperanza. La pobreza extrema, por mayores derechos. Y al cabo de dos años, ya se veían avances, tanto en su cultura, como en sus formas de vida. Las viviendas de los peones rurales seguían siendo pobres e insuficientes, pero ahora tenían baño y habitaciones separadas para padres e hijos, tenían agua potable y luz eléctrica. Todavía no habían alcanzado un salario ideal pero habían ganado su derecho al descanso después de ocho horas de labor. Los menores ya no trabajaban y las mujeres se ocupaban de la casa y todos tenían asistencia gratuita a la salud. Sin embargo, las intrigas seguían acechando, como las brujas de viernes por la noche. Los ricos odiaban a Juan Cruz, como Drácula al sol y esperaban el momento para debilitarlo, para dejarlo sin sangre, sin luz y sin aliento. Pero eso no ocurriría. Su gente era feliz y eso se les notaba en los ojos, en la risa, hasta en las canciones. Su alegría se respiraba a cualquier hora, en la brisa del mar, en la tierra mojada, en los jazmines del aire y en el canto de los gallos. Se veía en el color de los moños que sujetaban sus trenzas, en la postura, en el cruce piernas, en la erguida cabeza, en la fuerza con que amasaban las tortillas. Ya no tenían ni las canciones rotas, ni los pies helados, ni las manos lastimadas, ni los ojos agobiados en las tardes. Y las garzas grises se volvieron rosadas, en la imaginación de los jóvenes. Juan Cruz, sostenía la política económica y la ideología de la revolución, con un nacionalismo que exasperaba a los inversores extranjeros, quienes hacían lo imposible para desestabilizar al gobierno. Por ello, resultaba imposible comerciar con ciertos países, que siguiendo las directivas de la Banca Internacional y colonialista, le hacían a su país un boicot comercial para quebrarlo. Era lo que llamaban "Bloqueo comercial", para no llamarlo por su verdadero nombre que es "Extorsión" o "Apriete" Pero a través de los años, Pizarro resistió, gracias a las grandes cosechas, a la conservación de sus granos en lugares apropiados y al apoyo popular que era su mano derecha en la resistencia a las presiones foráneas. Poco a poco, el pueblo aprendió a defenderse y conquistar derechos sociales. Victoria era feliz al lado de ese hombre, que alguna vez, había combatido por una causa contraria a la que hoy defendía con uñas y dientes, con mente y cuerpo, en la luz y en la oscuridad. ----Juan Cruz, deberías descansar un poco, casi no disfrutas de tus hijos - le reprochó Victoria, un día. ----Tienes razón. El trabajo intenso se te hace carne y luego extrañas su ritmo. ----Los años pasan y tú debes cuidarte un poco. ---Cuídate tú Victoria, porque yo nada haría sin ti. ---Me siento orgullosa de lo que haces. Aunque no sé si pude estar a tu altura, pero siempre te he admirado, Juan Cruz -le dijo ella. ---Tú has sido mi verdadero motor. ---No te creo, siempre lo ha sido Sol. ----Ella lo fue, es cierto. Pero desde hace muchos años, tú ocupas ese lugar. ----No digas eso.. ---Claro que es así, Victoria. Tú equilibraste la balanza tanto en mi mente como en mi corazón. Sentí remordimientos por ella. Pero este amor sencillo y silencioso que me prodigas, hizo el milagro de iluminarme en esta lucha sin cuartel. ---Gracias. Nunca me habías dicho eso. ---Hay tantas cosas que debería decirte, Victoria. --Te amo, Juan. ---Cuando me llamas Juan, recuerdo aquella primera noche de amor. ----Tenía tanto miedo y coraje al mismo tiempo- recordó ella. ---- ¿Te gustaba Juan más que Juan Cruz? ----Me gustaba él y luego me enamoré de Juan Cruz-dijo ella riendo. ---Yo nada le diré a Juan, lo prometo. Y así, la vida transcurría entre la paz de las higueras y la aparente calma de los volcanes terciarios. Y la gente común, iba descubriendo de a poquito que tenía derecho al llanto desmedido, al asombro, a la sopa caliente, a caminar despacio, a soltar un grito, a mirarse en un espejo, a peinarse, a saber que tenía cintura, que podía mirar a los ojos, acomodarse el pelo, el sombrero o el bigote. Y los trabajadores pudieron enfermarse, toser, usar pantuflas como sus empleadores, mientras las fábricas seguían padeciendo el bloqueo comercial del exterior y la materia prima les era retaceada, así como las drogas para medicamentos. Esto obligó a favorecer el desarrollo de sus propias investigaciones químicas y la elaboración de sus productos medicinales. Los "políticos" pululaban a la sombra, al sol, a la siesta, de noche, en casas ocultas y también en lugares públicos. Se reunían para elaborar estratégicas destinadas al derrocamiento de la dictadura, como la llamaban, levantando las banderas de una libertad que jamás habían puesto en práctica. Así, los trabajadores rurales y los obreros debían estrechar filas para la defensa de sus derechos frente a los intereses de los poderosos, a quienes no les quedaba más que esperar la oportunidad de algún error sustancial en el gobierno de Pizarro, para torcerles la voluntad a los humildes, como se le retuerce el cogote a los patos, cuando gritan fuera de hora. Por ahora, Juan Cruz se sentía amado por su pueblo que veía en él a un salvador enviado por Dios, para aliviarle los males terrenales. Y el tiempo transcurría con más gloria que pena, porque los adversarios sabían muy bien que cuando un pueblo aprende ya no retrocede. Habían pasado diez años desde que Juan Cruz se hiciera cargo del gobierno y los guerrilleros habían desaparecido de todo el territorio. Él se sentía relajado para disfrutar de la paz de su hogar y miraba a su hija jugando en los jardines de la casa de gobierno con esos bucles dorados que caían sobre sus hombros y pensó que el llamarla María Soledad, no había sido un error de Victoria, pues hasta se le parecía. En cambio Lucas, su hijo varón, físicamente se parecía a él, aunque tenía el carácter de su madre. En todos esos años, no había podido gozar de sus hijos ya que en los primeros tiempos de la revolución, los cambios no habían sido fáciles. Había tenido que fusilar a muchos saboteadores, confiscar tierras improductivas, bloquear fondos para que no fueran sacados al extranjero, etc. Pero ahora, la revolución daba sus frutos. Ya todos lo obreros sabían leer, escribir y entendían bastante sobre política, gracias a la prédica constante de los dirigentes, en sus organizaciones obreras. Los niños y jóvenes crecían sanos y fuertes bajo la protección estatal y constituían el futuro de su país. La economía creció. Se explotaban al 100% las riquezas y recursos del país, las fábricas tenían cada vez más producción y la estabilidad del salario no parecía una utopía. Por fin, el hombre común podía hablar de libertad, porque precisamente, ella comienza a ser verdad, cuando el hombre se alimenta todos los días, tiene una vida digna, una educación imparcial y además, puede hacerlo con su propio trabajo. De ninguna manera se puede hablar de ella y menos aún de democracia, cuando el ser humano no ha logrado ese nivel mínimo de vida, como para sentirse dueño de sus actos, conociendo el por qué, el cómo y sus consecuencias. LA HORA SEÑALADA Ya concluía el plazo que él mismo se había fijado para finalizar el gobierno de transición, pues pensaba que su pueblo ya tenía la madurez cívica suficiente, para intentar una democracia válida y decidió emprender la retirada. Así lo anunció una noche, en conferencia de prensa, adonde aseguró que los partidos políticos podrían comenzar a actuar, a rehabilitarse y hacer sus campañas porque en Diciembre, llamaría al pueblo a votar. Victoria se había convertido, por esos años, en una persona muy querida y respetada, que trabajaba junto a su esposo con verdadera pasión. Pero lo curioso fue que el pueblo, lejos de alegrarse por la noticia, se entristeció. Lo cual desorientó al presidente, que comentó a su esposa: -No entiendo, acabo de darles la democracia que siempre anhelaron y no están conformes. -Deberás postularte tú para que puedan elegirte -le aconsejó -No Victoria, dejemos que demuestren lo que han aprendido. No quiero ser su guardaespaldas. -Pero si no pueden elegir a quien quieren, la democracia no les sirve de nada, Juan Cruz. -Temen a lo desconocido y no quieren afrontan los riesgos. Yo no voy a postularme, creo que con el tiempo, los hombres se gastan. Los nuevos, aportarán nuevas cosas y si los gobernantes no resultan ser lo que pensaban, tendrán que destituirlos. Eso es lo que yo llamo tomar parte, vivir lo bueno y lo malo de cada cosa. La quietud de los pueblos atrasa su progreso. Un pueblo que no evoluciona, ni aprende a luchar por lo que cree justo, es un desierto humano, como decía nuestra Comandante Sol. -Las grandes mayorías nunca quieren apostar al futuro. Ellos son siempre conservadores, Juan Cruz. -Los que tienen el poder tienen el deber de velar por ellos-dijo él, repitiendo la famosa frase de Sol. -Y tenía razón. Pero ahora el pueblo ha crecido y puede valerse por sí mismo -dijo Victoria -Tendrá que hacerlo porque yo no voy a postularme.-aseguró él -Alguien dijo que los líderes, suelen entorpecer el curso de la historia. ---Eso es una gran verdad. Hay que retirarse a tiempo. ---- ¿Pero es el momento oportuno?-Preguntó ella. ---Pronto lo sabremos. Ahora hay que dejarlos libres. Los meses pasaron rápidamente y el 9 de diciembre las elecciones otorgaron el poder a un hombre de cuarenta años, que había prometido en su campaña continuar con la obra de Juan Cruz. El flamante presidente fue puesto en funciones por Pizarro, quien obtuvo la baja del ejército y luego decidió radicarse con su familia en un país extranjero Los primeros cuatro años se mantuvieron estables, con el nuevo presidente, mientras Victoria y su esposo veían crecer a sus hijos con rapidez. Pero los años pasaron y otra vez llegaron las elecciones y el presidente electo, esta vez, fue de otro partido. Juan Cruz comentaba con Victoria sobre ese tema y en la charla demostraba su intranquilidad. -El pueblo se ha atrevido a cambiar y eso es bueno. Sólo temo a los intereses extranjeros y a la oligarquía terrateniente que van a tratar de recuperar el espacio perdido.-dijo él -Quizás se hayan vuelto patriotas- dijo ella, sonriendo. -Esa gente no tiene patria, Victoria. - ¿Qué crees que pasará? -Depende del rigor y de la fuerza con que esté decidido a enfrentarlos el nuevo presidente-dijo él ---Dicen que el pueblo nunca se equivoca, Juan Cruz. ---Y es verdad, cuando vota lo hace siguiendo su razón. Lo que pasa es que el elegido, es quien a veces hace lo contrario de lo que prometió y lo traiciona. ---De allí que deba defenderse con el recurso de la elección revocatoria que instauramos en la constitución. --- Es cierto, pero no hay nada que impida que la constitución sea violada, empleando la fuerza - le aclaró él Sin embargo, el primer año de gobierno resultó fatal para la gestión. El nuevo presidente, en un comienzo se mantenía cauteloso y eso trajo aparejado una imagen de debilidad que dio origen a huelgas y protestas masivas. Aprovechando el río revuelto, la oligarquía terrateniente buscó sus redes y cañas de pescar y se unió a la casta militar conservadora y al clero, que utilizó los púlpitos para predicar sobre la necesidad de derrocar al gobierno. Y el golpe de Estado no tardó en llegar. No hubo derramamientos de sangre, porque cuando el pueblo despertó una mañana, se enteró de que habían asesinado al presidente, disuelto el congreso y una nueva proclama se escuchaba a cada momento. Los Contra-revolucionarios respondían a los intereses extranjeros representados por militares, el clero y los terratenientes. Juan Cruz y Victoria, se quedaron absortos. Y pensaron en lo inútil que había sido todo su esfuerzo, para cambiar los destinos de su país. Una tormenta de cenizas se aprestaba a caer sobre el pueblo, que como una estatua de piedra, carecía de reacción. Y aunque los ojos se le salieran de las órbitas, ya era tarde. Ellos eran una máquina de matar, ya que los dirigentes obreros y los más destacados defensores de los derechos humanos, habían sido sorprendidos durmiendo y colgados como Cristos sin cruces, ese amanecer. El miedo se apoderó del aire, de la luz, de las sombras y hasta los buitres que rondaban los cuerpos, se volvieron frágiles. -Te lo dije, Victoria. Ellos no dejan escapar una oportunidad para destruir lo que tanto nos costó conseguir.-dijo con tristeza - ¿Qué podemos hacer?- se preguntó ella. - Nada. Ya no tengo juventud ni poder -dijo seriamente. - ¿Y el pueblo no piensa en defenderse? -No Victoria, sería un suicidio. -El país está vencido. -Por el momento. Pero ahora todos conocen sus derechos, saben lo que es vivir bien y no creo que estén dispuestos a retroceder -dijo él Sin embargo, se equivocó. El nuevo régimen había implantado el terror, los mártires aumentaban con el correr de los días y de manera muy fácil, se volvía a someter al pueblo. Las tierras eran devueltas a sus antiguos dueños, los niños volvían a trabajar en los campos y la esclavitud del peón se hacía aún más cruel. Su pueblo se había convertido en un rebaño de corderos que dócilmente eran arriados hacia los sembradíos y a las minas. Juan Cruz no podía soportar el exilio. Se sentía viejo con sus cincuenta y cuatro años y ni siquiera su hija, que ahora tenía diecisiete, lograba rescatarlo de su depresión. María Soledad Pizarro siempre hablaba de esos temas políticos con su padre, a quien admiraba profundamente. -Me gustaría estudiar en Francia-le dijo un día. - ¿Has decidido lo que harás? -Quiero ser escultora - respondió -Bien, espero que Lucas no decida irse también -dijo resignado -No papá, él quiere ser militar, como tú-le dijo ella. Juan Cruz, se quedó sorprendido por la decisión de su hijo, pero aún era muy joven para pensar en eso. De ser así, debería retornar a su país para que pudiera concretar sus aspiraciones. En poco tiempo, María Soledad Pizarro viajó a Francia. Y a los dos años, Lucas ingresó a la escuela, secundaria. Con el correr de los meses, a pesar de que todo continuaba igual, Juan Cruz decidió volver a su país, pues ya no soportaba el exilio que él mismo se había impuesto.. Atravesaron la frontera por el Norte con la ayuda de algunos amigos y permanecieron de incógnito en la hacienda de Don Godoy, quien los recibió con alegría. Lucas logró ingresar a la escuela militar, pero por consejo de su padre no dio a conocer su ascendencia. Por suerte, el apellido Pizarro era bastante común. Victoria no se sentía segura en la hacienda y escribió a su hija, para pedirle que no viniera desde Francia en las vacaciones. Pero no bien, ella recibió la carta de su madre, decidió viajar de inmediato pues pensaba que le ocultaba algo más grave. Por supuesto, nadie podía reconocer en esa muchachada a la hija de Juan Cruz, de modo que no tuvo inconvenientes en regresar a la hacienda de sus abuelos. Al verla llegar, su padre no pudo dejar de sonreír. Su acento francés la hacía muy especial. Estaba feliz, aunque sentía un agudo dolor en su pecho, que él atribuyó a su angustia por la situación de su país. El viaje de María Soledad resultó realmente providencial, ya que al día siguiente, Juan Cruz moría víctima de un paro cardíaco. La pérdida, dejó sus huellas en todos los miembros de la familia y Victoria no pudo seguir ocultando su identidad a partir de ese momento. Y luego de que los restos de Juan Cruz fueron enterrados en el suelo de su patria, todos fueron obligados a marcharse nuevamente del país. Así, una mañana de invierno, sus hijos partieron junto a su madre y sus abuelos hacia el vecino país donde habían pasado parte de su infancia. Lucas, debió abandonar su carrera y con el correr del tiempo, María Soledad se fue transformando en una extraña joven, introvertida y desinteresada en tener amigos. ---- ¿No quieres volver a Francia?-le preguntó su madre, una tarde -No, no insistas. Nada ni nadie podrá lograr que me olvide de papá. -Hija, la vida sin él es horrible, pero debe continuar- le dijo, tristemente. Estuvieron cerca de dos años en el extranjero y regresaron cuando el gobierno de facto había cedido ante la presión popular y había otorgado elecciones. Principalmente, porque el nuevo gobierno democrático les garantizaba que no iban a ser perseguidos. Después del exilio, el país les pareció maravilloso. Sus montañas, el cielo, el mar, todo. La hacienda de su padre, había continuado en manos de Pedro Vargas, quien la tenía muy bien cuidada. Laura, no se había casado y tampoco pensaba en ello. Al regresar, sus padres regaron de lágrimas cada baldosa de la casa, pero había nuevas luces en sus ojos. Ya estaban ancianos y el futuro no les importaba demasiado. Sólo querían caminar junto a la acequia, tomándose del brazo y descubrir en la lentitud de su paso los desniveles de un terreno vivo y verde, como lo habían dejado aquella tarde. LA RUEDA GIRA En poco tiempo, la guerrilla había vuelto a aparecer en su país y una bandera con el nombre de Comandante Sol, comenzó a flamear en los montes. Con el correr de los meses, el presidente fue cediendo a las presiones de la oligarquía y de los imperios extranjeros y el rigor del régimen había enardecido a los jóvenes quienes preferían ser héroes a ser esclavos. María Soledad Pizarro, conocía a la Comandante Sol por su madre, quien le había dado a leer la carta que ella le dejara a su pueblo. Eso pareció entusiasmarla, a tal punto, que siempre le preguntaba algo sobre esa lucha, que le pareció maravillosa. Y fue por eso, que comenzó a interesarse en las ciencias políticas. Sus compañeros de estudio solían hacer reuniones a las que ella no asistía porque no sentía lazos de amistad con ellos, pues había vivido afuera mucho tiempo. Era bastante retraída y le gustaba mucho leer sobre historia, como a su madre. A medida que analizaba sus lecturas, sacaba conclusiones críticas, ya que los libros contenían temas muy tergiversados sobre los hechos históricos y muchas veces, contribuían a la desinformación o tenían el propósito de formar ideas falsas sobre los acontecimientos históricos. Por eso, muchas veces, se sentía desanimada para continuar con sus estudios. Una noche, cansada de su propia depresión decidió aceptar ir a la fiesta del club social donde había sido invitada por una compañera. Principalmente, porque le gustaba bailar. La fiesta comenzó a salón lleno y los muchachos no dejaron pasar la ocasión para invitarla y María Soledad, enseguida se encontró bailando en el centro de la pista. Pero cerca de las tres de la madrugada un gran apagón confundió a todos. Y mientras algunos de los presentes procuraban alumbrar con lo que tenían a mano o encender unos faroles de aceite, que estaban en lo alto de las paredes, se escuchó un gran estruendo. Todos comenzaron a gritar y una gran confusión se apoderó de todos los que pretendían escapar del lugar, al sospechar que se trataba de un atentado. Otra explosión y muchos disparos se oyeron muy cercanos y en ese preciso momento, María Soledad fue tomada por un brazo y llevada a la rastra hacia un vehículo en plena oscuridad. Ella creyó que se trataba de un secuestro común, con pedido de rescate, que por esa época se habían hecho frecuentes. Todo se desarrollaba muy rápidamente. Y pronto sus secuestradores iniciaron la marcha en un vehículo y ella se dio cuenta de que estaba siendo secuestrada por personas fuertemente armadas, que usaban capucha y que se parecían más a subversivos que a delincuentes comunes. En la parte de atrás, venían otras personas que no podía ver, ya que no podía moverse, por orden de sus captores. Se notaban nerviosos y ella tenía miedo. Hicieron muchos kilómetros a gran velocidad en una noche que estaba muy oscura porque no había luna. Cuando el jeep parecía no poder continuar por el dificultoso terreno, la hicieron descender y la llevaron caminando un largo rato por un lugar de monte y matorrales. Después de la caminata, que le pareció interminable, avistó un campamento y al llegar allí, se dirigieron a una de las tiendas donde comenzaron a interrogarla. .---¿Quién eres? -le preguntó un joven Ella no respondió pero entendió que sus captores eran guerrilleros y eso la tranquilizó, tanto que enseguida, se decidió a hablar: -Soy la hija del general Juan Cruz Pizarro. --- ¿Ah, sí? Yo soy el comandante Che Guevara en persona- dijo el muchacho esbozando una sonrisa burlona. --- ¿Vas a hablar o no?- Le dijo amenazante, con la pistola en su cabeza ---Yo soy María Soledad Pizarro-insistió ella Y al ver que no le creían, comenzó a recitar la carta de Sol, que había aprendido de memoria. El muchacho se puso serio, no podía creer que se tratara de la hija de uno de sus líderes y que llevara el nombre de la mujer que seguía siendo la jefa de los rebeldes. María Soledad lo vio cambiar de expresión y se sintió feliz de ese reconocimiento a su padre y a la Comandante Sol. El joven anunció al grupo lo que acababa de verificar y una ruidosa alegría se apoderó de todos. Luego, otro de los rebeldes, que parecía ser un alto jefe dijo: --- ¿Tienes documentos? ---Está en el bolsillo de atrás.-dijo indicando el de su pantalón. ---Dámelo-le ordenó. Ella sacó su documento y se lo dio. El joven se veía muy impresionado y la miró a los ojos, como queriendo reconocer en ellos algún rasgo de Pizarro. Al darse cuenta de ello, ella le advirtió: --- Sólo en mis pensamientos hallarás un parecido a mi padre. -- María Soledad Pizarro, serás liberada de inmediato en honor a tu padre y a tu nombre- dijo él. Y acercándose a ella, se quitó la capucha, para demostrarle su confianza. Tenía unos ojos claros y una melena ensortijada y rubia. Ella le sonrió. -El sol ha salido otra vez- le dijo él a los demás- Ella es hija del General Pizarro y lleva el nombre de nuestra Comandante. Al escucharlo todos la aclamaron a viva voz y María Soledad se sintió reconfortada. -Yo no merezco ser aclamada. Me hubiera gustado tener la misma generosidad y el valor que sus dos héroes tuvieron, pero soy apenas una mujer como todas, que estudia la historia de su país pero que no tiene el coraje de modificarla. Y creo, como su Comandante, que los fusiles no pueden contra el poder económico. La revolución que nos debemos es la más difícil de todas y es cultural. Debemos hacer que nuestro pueblo deje de ser ese desierto humano cuyas arenas son arrastradas por el viento hacia cualquier parte y pisoteadas por las botas, para que se transforme en una sólida y pesada roca que nadie pueda mover. Sólo cuando llegue ese día, la Comandante Sol y mi padre, podrán descansar en paz. Pero eso que ella anhelaba estaba lejos. Había que esperar a que la historia hiciera girar rueda, para que se siguieran sucediendo en el tiempo, las dos formas de gobierno más viejas de la humanidad y que ahora se disfrazaban bajo otras formas, bien sean totalitarias o pseudo-democracias. Ninguna de las dos fueron beneficiosas para el pueblo, si no estaban acompañadas de las intenciones nobles de sus gobernantes. Sólo la educación, la formación de ciudadanos útiles a la sociedad, era capaz de producir el progreso y el desarrollo de la Nación. La técnica era capaz de producir el primero, sólo el amor y la razón, eran capaces de alcanzar la Justicia Social y el equilibrio necesario para el desarrollo. ¿Pero cuánto había que esperar? Esa era la pregunta que María Soledad Pizarro no sabía responder. Su padre siempre le había hablado sobre sus errores y sus aciertos. Pero la situación de los rebeldes era difícil. No contaban con un número importante y su accionar no había ido más allá de una que otra escaramuza, algunos secuestros con pedido de rescate, que le permitía comprar armas o algún encuentro fugaz con las fuerzas regulares. Ella expuso sus ideas y los motivos que la llevaban a pensar así. Se había dado cuenta de que las ideas eran las únicas sobrevivientes de los campos de batalla, porque el enemigo ya no combatía con fusiles ni cañones, sino que lo hacía, paralizando al adversario con la desesperanza. El mundo había cambiado en la segunda mitad del siglo XX El hambre se había convertido en el arma principal. Así, se aniquilaba el cerebro, la resistencia y se esclavizaba a los países pobres, a los que también discriminaban, llamándolos despectivamente "del tercer mundo". Ella le habló a los rebeldes sobre cómo el mundo entero sucumbía ante ese poder internacional que se traducía en poder económico ante la indiferencia de los demás países. El bloqueo comercial, la subvención de productos para producir desequilibrios, inflación, la recesión, el desempleo y la miseria, que eran las armas modernas más poderosas y crueles para la dominación de los pueblos mansos. Negro era el panorama para los pueblos de Latinoamérica y de África, donde la semilla que más germinaba, el misil más eficaz y perfeccionado de esta nueva forma de guerra era la ignorancia, cuyos efectos se traducían en muchos muertos, pero sin sangre, ni culpables visibles. Estos grupos, se disponían a esclavizar a la humanidad sin dar la cara, como un asesino sin rostro, sin nacionalidad ni sentimientos Y por ahora, ella no vislumbraba posibilidades ni esperanzas. Se sucederían años de luchas fratricidas, de rebeliones sin posibilidades de éxito. Pero algún día, los hombres dejaran sus armas y se armarán de paciencia y sembrarán ideas en esas mentes áridas que hoy aceptan su derrota. Y sólo ese día EL SOL HABRÁ SALIDO PARA TODOS. Cuando María Soledad Pizarro, terminó de hablar los hombres aplaudieron, pero se quedaron pensativos. Los combatientes tenían la sensación de que sus palabras no habían sido en vano y que debían reflexionar para resolver otros modos más eficaces de lucha, si es que querían cambiar el destino de su pueblo. Todos sabían que María Soledad Pizarro había penetrado en sus mentes como la bala de un fusil y estaban resueltos a seguir luchando hasta perder la vida, pero con eficacia. El derrotar a la ignorancia era ahora el primer desafío. Las armas, de ser necesarias, vendrían después. Era el amanecer y el sol asomaba por entre los cerros cuando ella fue conducida de regreso a la ciudad por el máximo jefe guerrillero ---- EL SOL HA VUELTO A SALIR-dijo él, antes de emprender la marcha.
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