Esa noche, él estaba alumbrando a un niño. ¿O sería mujercita? La verdad nunca lo supo.
Causante de sus gritos aterradores, solamente vio una cabecita sin pelos, asomándose entre las piernas que parecían desprenderse en cada contracción que  provocaban unos espasmos de dolor, los cuales lo aturdieron en pequeños letargos hasta que quedó inconsciente dentro de la irrealidad en la época de la inquisición,  literalmente, ¨envuelta¨ en un fuego transparente, que lo dejaba ver una silueta negra a través de las llamas de  una hoguera. Quizás, lo quemaban por ser una hermafrodita. Afortunadamente, antes de empezar a oler a carne quemada, se levantó estremecido de ese sueño imponente y febril a causa de unos terribles calambres sobre la espalda. Adolorido,  se acercó a su mujer para abrazarla, quien en un momento se resistió a la magia que estaba naciendo entre las piernas: preámbulo erótico, que fue abriendo lentamente sus adormilados glúteos tibios, los cuales no resistieron las caricias  y el agasajo  de su machismo, el cual le dio la oportunidad de sentir el explosivo recorrido del deleite íntimo en todo su ser. Excepto la lengua que se quedaba siempre acalambrada en gemidos por no poder explicar todas la interrogaciones de la fruición ante el sorpresivo sensualismo candoroso del rostro de su mujer a quien  acompañó con besos brutales en sus pezones, los cuales calaron lascivamente su último vagido de éxtasis, que él espera repetir lo que le queda de vida como todo un macho, aunque después de esa ¨pesadilla¨ le haya quedado la curiosidad de ser el principal protagonista que gesta durante nueve meses el milagro de la creación que intentaría respetar como mujer, hombre, lesbiana o homosexual con su nuevo dharma, si él  volviera a nacer.