Un paisaje de despedida
Publicado en Apr 21, 2012
La loma de una ladera no debería ser jamás el lugar de un cementerio. O quizá si, quien sabe. Al fin y al cabo es un paraje hermoso que apunta mínimanente hacia el cielo, un lugar muy cercano también a donde nos manejamos día tras día hasta que se nos termina el respirar. Pero siempre es un sitio triste ése donde se puebla de cruces un terreno anteriormente virgen. Ningún espacio merece acabar crucificado. Lugar para decir adiós una vez más, la última quizá, a alguien por quien se sintió estima y que se fue marchando paso a paso de la mano de una enfermedad. Encuentro con conocidos, abrazos a seres que en otro tiempo fueron amados, apreciados u odiados. Entre las cruces reaparecen sentimientos y etapas de tu vida como pájaros que estallaran en una bandada instántanea y echaran a volar ante tus ojos. Y echan a volar cada uno de los presentes, cada uno de los sentimientos que ellos te han obligado a recuperar. Y así, cuando desciendes la ladera camino de tu casa o el trabajo, todo lo que vino se va velando como un film antiguo: Lo grisáceo de la inmediatez apaga vivos e hirientes colores. Ciertamete, nunca regresamos al pasado. A veces, él nos visita. ¿Por qué jamás le decimos adiós?
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Milda R Poskinahaite