ESCRIBIR DE LA MANO DEL TORRENTE DE VIDA CASCABELEANDO COMO MARIPOSA BIZARRA
Publicado en Apr 26, 2012
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Escribir. Quizá para nadie. Escribir por el gusto de hacerlo hacia sí mismo. Son las nueve y treinta y ocho de la mañana de un viernes con un firmamento azul intercalado a la vez por copos de cirros y una nube cuyo verter me haría sonreír debido a su biosfera la cual alcanzaría para remojar cuatro matas de la biblioteca donde escribo. 
Escribir de la mano del torrente de vida cascabeleando como mariposa bizarra. Escribir con mirada de asombro porque el vivir es cóndor con alas abiertas posado sobre la cuerda de luz frente a una carnicería en la cual el bramido termina en carne y hueso descuartizado. Ave de rapiña ante la cavilación del escritor reverberando la verdad de este puntiagudo animal cuando sus alas abiertas exponen su sensual pose de meretriz hambrienta.       
Escribir la sombra de la vida y su carnalidad en el sombrero. En el grito. En la demagogia de los radios del aro cuando devastan el aire de herrumbre. Hacer el ejercicio de la escritura no porque el mundo esté en la cuerda floja sino a causa de la palabra ahogándose en el destino de la saliva. Escribir de instante en instante sin darle descanso al pensamiento y al final de la jornada dejar la página en blanco.
Escribir la perdida del gato como parte de un juego donde infiera la diégesis del felino y el aparecer de un nuevo gato desdoblándose en las uñas de la literatura. Escribir sin la corbata de la pedantería. Mejor colocarse el corbatín pingorotudo en los pies desnudos con brazos amputados y dictar el quehacer del trinar a la curvatura de alguna secretaria la cual ha de acelerar el ritmo cardíaco del literato haciéndole reproducir croares sin destino alguno.  
Escribir del ariete la entropía realizada por el golpe hidráulico. Mojarnos a causa del nado presuroso del renacuajo pregonero del alma de casas donde se cuentan historias en sangre viva. Secarnos la secuela de este ánimo sobre la hoja de yanten escrita de hormigas y perforaciones por donde se divisa el lenguaje por escribirse bien.
Escribir hasta conquistar el talento de arrojar página a página la palabra en el recipiente sin fondo de la basura. Ser autocríticos al aprender del sermón del viento su objetividad de polvo y caricia sobre el tiempo fugaz. Reflexionar respecto al poco resplandor de nuestro conocimiento al descubrir en las luciérnagas un centelleo de estrellas al tanto las estrellas titilan de luciérnagas inalcanzables.
Escribir. Fraguar la alegría de haber nacido a partir de este oficio transversal a nuestros sentidos. Rozar la mañana de una región distante en el papel. Olerle al día su cinco de la tarde en una noche inquietada por la cacofonía del vendedor de sombras entre las sombras hasta trazar su luminiscencia. Auscultar el latir de la piedra a través del espíritu del escultor para plasmarlo en el texto. 
Escribir como si estuviésemos amenazados por un avispero sin embargo en medio de esta difícil circunstancia paladear la miel de la corrección.
Escribir deleitándonos con la resonancia del suprimir hasta observar en la plana la limpidez absoluta semejante a cristalina molécula bajo el sol. Mirar de nuevo la página de espinoso caminar sentir la temperatura de sus entrañas entender su contextura igual a estar bajo la canícula en el desierto y de la cual sólo nos pudo haber salvado la gota de agua absorbida por el astro rey.
Escribir la caja de cartón aquella. Aquella mañana la brisa llegó tarde para dejar desconcentrados a los escritores del orbe. Escribir el jinete y las siete existencias de Rocinante. Sí. Una teja acaba con la tercera vida del gato. Escribir.
Escribir sin afán el adjetivo para no llegar a la rimbombante inflexión de un sustantivo devastado y fétido. Inmiscuirse en el anonimato como comején en la morada de la oscuridad. Ser transeúntes en la noche sosteniéndonos en la muralla constante de la disciplina.
Escribir. Aceptar lo intranscendente de la obra mediante la autocrítica objetiva. Reír con ironía la vanidad del escrito. Triturar el intelectualismo como si fuese pavo real agonizando sus últimos alaridos de grandeza. Impregnarnos de oficio limpiar la náusea derramada sobre la piel de la palabra. Hacer un balance de cuanto escribimos ser consecuentes con el cero absoluto del decir.
Escribir. Es decir leer. Leer en el árbol la pesadilla del plantador en la cual él es maleza del sembrado. Leer en el fruto la redondez del aire. Leer el contenido etéreo del aroma. Leer la música del verdor. Leer el color invisible del germinar. Leer la floresta inmortal de obras literarias. Leer a los nuevos escritores para formarnos una idea de su savia intelectual. Leer. Es decir escribir. A través de lo escrito una brizna de bosque acaba o enarbola un escritor.       
Escribir. Entender la inspiración como arquitectura de lo insustancial siempre y cuando se discipline el arte de los sentidos. Trabajar la acción literaria como si fuera nuestra sombra solitaria puliéndose de arte contra las paredes. Descubrir en quien se siente inspirado un cretino de las musas. El verdadero arte de ser escritor está en la sensibilidad para comenzar a corregir. Este es uno de los primeros mandamientos literarios.     
Escribir. De pronto publicar. Sin embargo no ser cínicos al no creernos inéditos frente a lo inconmensurable de la geografía del conocimiento donde se lee el mapa de la inteligencia hilo enrollado en el carretel de la razón.  Escribir. Leer. Escribir. Placer morboso digno de ser beatificado.
Tocan. La puerta se abre. Es un hospedaje de escritores. Todos están dormidos en esta residencia de millones de piezas. Se alcanza a observar la silueta única de alguien con estoicismo escribiendo. Entre tanto en su cesto de la basura un montículo de papel en blanco ilumina la sabiduría de este inagotable escritor.          
 
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Foto del autor Carlos Alberto Agudelo Arcila
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Descripción

Escribir. Quiz para nadie. Escribir por el gusto de hacerlo hacia s mismo.

Palabras Clave: Escribir bizarra iluminacin inagotable escritor ftido transente

Categoría: Artculos

Subcategoría: Comentarios & Opiniones



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