El funeral de mi padre.
Publicado en Jul 24, 2009
El funeral de mi padre.
Aquel hombre mereció una muerte diferente. Jamás quise dar término a su vida, y en ninguna posibilidad, de aquella forma. Cuando percibí su cuerpo frió y sin alma sentí la necesidad de respirar un aire diferente, un aire que jamás llegaría hasta mí. Fui su único hijo, y por ello recibí en herencia todas sus riquezas; por supuesto tome con ambas manos todo cuanto estaba frente a mí. Así me apropie de su vieja casona en la ciudad, y controle la propiedad del norte, cerca de la costa. Y ahí justamente reviví una antigua tradición que me enseñara mi abuelo paterno cuando me contaba las historias de muertos por la peste durante su época de alumno interno en el colegio católico de la capital. Y como lo hicieran en aquella época con los alumnos consumidos por la peste, construí una pira para que ardiera en fuego por un hombre sin vida; y en lo alto simule el bulto de un anciano, ahorrándome con ello el pestilente olor de la carne quemada; lo único que desagradaba a mi abuelo de aquellos eventos fúnebres donde se pretendía alejar rápidamente a la muerte que fácilmente se contagiaba. Mi padre fue sepultado con anterioridad a este hecho en el mausoleo de su familia; mi familia. Asistieron sus hermanos, todos mayores en edad, quienes lloraron a un hombre que jamás comprendieron. La familia no se consolaba. Todos querían sentir la rabia que genera la injusta suerte que hay en un asesinato. Y las antiguas amistades de mi padre no dejaban de preguntar por el hijo, pues yo, no me presente; me repugnan aquellas reuniones que se efectúan en los templos que se hacen llamar las casas de Dios. A la semana siguiente del funeral católico viaje hasta la casa de verano de mi padre. Ahí me encerré durante seis días talando árboles del pequeño bosque de pinos para armar dos enormes piras. Bebí whisky, aspire cocaína, y recordé muchos momentos junto a él. Y durante las noches esperaba encontrarme con algún fantasma, como en los cuentos que suelen atormentar a los hombres indeseables como yo, pero a la tercera noche sin tormento alguno para mi alma, se me ocurrió armar la segunda pira, así podría reírme de los propios dioses cuando el fuego arrasara. En la séptima noche comencé el ritual de despedida; prendí fuego a las gigantes piras. Al unísono el fuego de ambas entregaba una calidez especial a la fría noche, y si bien es cierto, las piras fueron construidas iguales, ocupando la misma cantidad de madera, según un manual de construcción esbozado por mí con la información de los cuentos de mi abuelo, comprobé que una pira ardió más rápido. Justamente esperaba que una se consumiera primero, honrando la vida de mi padre, pues la otra ardería lamentando la muerte que encontró trágica y desgraciadamente. Todo ardió sin mi padre, y por mi padre. Con el fuego reflejándose en mi rostro despedí a alguien que fuera más que una persona; despedí a un dios; despedí a mi creador. Son apreciados los momentos que nos enseñan sobre nuestra humanidad, pues simplemente eso somos. Humanidad. Y por ello no soy digno, pues mi error esta en mi propia humanidad. Como asesino de mi padre recibo un nombre, pero, por mi nombre, la humanidad jamás me juzgará. ¡Son mis actos destino de una condena! Pero mi condena no es aquella que vosotros podéis imaginar para mí, pues vosotros eres de la humanidad; de aquella especie que padece sin comprender. Y aunque así no sea, no podéis contar otra realidad, que la realidad que es. A la fecha de mi muerte no se le ha entregado condena. Y no es porque siga vivo o libre de la humanidad que comprendo como se mueve mí universo; más simple. En cada amanecer encuentro una experiencia nueva que se presiente como un estado eterno, que trasciende mis propias fronteras, y me deja en paz. Parece que no tengo remordimiento por lo que he hecho ¡Y se trata de la muerte de un hombre! La muerte de mi Padre.
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Guillermo Capece
Diego Lujn Sartori
entretenido y complejo el texto. tengo que volver a leerlo.
Te invito a leer: Dos monedas y un vaso de agua.
Gracias. Diego