Aquel extrao muchacho...
Publicado en Jun 06, 2012
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 I
Entonces me contaste esa sorprendente historia según la cual las gentes del lugar tenían la
costubre de vestir a los moribundos, estuvieran concientes o no, con la blanca y sutil mortaja de quienes dejan este mundo.
La historia ya la conocía, pero tú creíste que para mí era nueva.
Tú estabas siempre muy presente en las ceremonias fúnebres; y repentinamente, en la oscuridad, ibas hacia un ángulo de la habitación y te masturbabas. Tomabas de un frasco algunas gotas de Cola de Quirquincho, y seguías en esa práctica hasta el anochecer.
Cuando cerraban el ataúd, el líquido viscoso saltaba de tu pene, y te distendías.
Las cajas quedaban en las puertas de las casas tantos dias como años tuviera el muerto, luego lo enterraban al este de la carretera recién construída.
La madera del ataúd estaba hecha de madera que los árboles cercanos daban, es decir que no resistían mucho los olores y líquidos que el difunto disparaba.
Me contaste también (y yo lo sabía) que a veces, al elevar el cajón, algún agua pútrida se escurría y resbalaba sobre los hombres piadosos que lo transportaban, y eso te erizaba la piel: ibas hacia un árbol cualquiera, sacabas al aire tu miembro enriquecido, y, siempre vestido de negro, te entregabas al placer solitario. La belleza del cielo en su azul celeste acompañaba tu estremecimiento final.
 
A la Universidad ibas tres veces por semana, y eras un alumno de excelencia. Nadie, sólo yo, ni siquiera tu amigo Nico, conocían tu secreto. Era tuyo, casi incompartible. A veces te daba miedo poseerlo, pero el placer era sin duda, superior al miedo.
Mirabas esas caras demacradas, fueran de mujer o de hombre, mirabas las huellas que dejan los muertos en sus rostros, los mirabas fijamente como si fueran los de algún santo torturado en el S.XII.
Te persignabas, tocabas la mortaja, y con esa misma mano te masturbabas en un baño cercano, y llegabas al éxtasis, y complacido pero culpable te retirabas del oficio con rapidez.Ignorabas el por qué de esa complacencia.
II
 
Creías que la amabas. Pero para eso debía de estar muerta, y muertos también sus hijos, para amarlos.
Alguna vez pensaste en matarla, pero el crimen te horrorizaba. Sólo pensabas que la querías muerta, no viva. Viva te aterraba. No podías observar el color de sus ojos, la belleza de sus manos, el suave caminar en las tardes de marzo.
Y cuando en verdad murió ("¡es mi cuerpo, es mi cuerpo!"), te estremeció el confluír de dos emociones que se clavaban en tu pecho: la tristeza y el deseo a la muerte, unívocamente tuyos.
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Foto del autor Guillermo Capece
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Descripción

Palabras Clave: complacido pero culpable

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin


Derechos de Autor: Direc. Gral. del Derecho de autor


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Guillermo Capece

Fabio:
la necrofilia tampoco es un tema que yo desarrolle con frecuencia; de hecho creo que es la primera vez. Tampoco conozco a nadie que la tenga como expresion sexual.
Este tipo de "parafilia" no es muy común; y sí, es cierto que corri el riesgo de que el cuento desemboque en un final poco trabajado... debere reverlo.
Un abrazo
Guillermo
Responder
July 11, 2012
 

Eduardo Fabio Asis

Guillermo, la temática relacionada con la necrofilia, indudablemente no es la mía. De todos modos, el cuento mantiene su tensión, está bien narrado, para mi gusto... carece de un desenlace acorde... pero en fin, es mi visión. Un buen intento, a mi no me convence... pero no es malo. Saludos, salud, amigo, salud!
Responder
June 10, 2012
 

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