REGALO ESPECIAL
Publicado en Jul 02, 2012
Era un hermoso amanecer del mes de marzo, junto con el blanco cortinaje mecido por el aire fresco que traía entre sus alas el aroma de las rosas y demás flores que adornaban el extenso jardín de aquella mansión comunitaria, se colaron para Rosaura un cúmulo de recuerdos que habían quedado bajo las llaves de todos los años que se habían extraviado en su mente.
Con la felicidad en el rostro y en los ademanes que suelen tener todos los niños, de un salto se puso de pie y buscó presurosa sus viejas pantuflas, esperaba encontrar el regalo que cada año insistía en pedirle a los reyes magos. Como aquella vez cuando pidió un regalo a los tres personajes y ni Melchor, Gaspar ni Baltazar se lo concedieron. Su madre, entre los vapores del licor ingerido la noche anterior y las brumas del desvelo, se medio incorporó en su lecho, asomando la cabeza con dificultad tras del corpulento cuerpo masculino que estaba acostado junto a ella. Era un cliente más, uno de tantos amantes de un rato que con frecuencia su madre traía a casa. Fueron muchos, pero la cara de aquél hombre nunca la olvidaría. Ni el sonido lúgubre de aquella voz, cuando dijo sonriendo con descaro: -Ya te daré yo tu regalo de reyes criatura. ...Esa mañana, cuando Rosaura no encontró junto a sus pantuflas el regalo que tanto anhelaba sintió una gran desolación y rompió en llanto incontenible que la llevó a una crisis nerviosa. Tirada sobre el piso se estrujaba con sus manos la entrepierna como queriendo defenderla de un despiadado invasor, luego, entre alaridos pataleaba frenética como si fuera victima de un gran dolor vaginal. Finalmente quedó hecha ovillo llorando con desconsuelo. Como lo hizo cuando apenas era una niña de seis años y fue violada por el amante ocasional de su madre. Cuando la doctora encargada de aquel pabellón de la casa de salud donde vivía interna Rosaura acudió para ver qué estaba pasando, la enferma corrió a refugiarse entre sus brazos como una niña desvalida que acaba de ser violada. En medio de la desesperación y las lágrimas, con el candor que tienen las niñas de esa edad, le dijo como en un susurro a la doctora aquellas palabras que eran recurrentes en la paciente cada vez que tenía una crisis: -Ya no le voy a pedir a los reyes magos regalos ni juguetes... -Ahora les pediré una mamá que no traiga hombres malos a casa...
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Eliza Escalante