Guachito silbador
Publicado en Jul 09, 2012
Qué bien estaba ese guachito de gambas recias, culo hermoso, guachito silbador. Veía su cuerpo retacón y fuerte, yo, desde la ventana del bar de Humboldt. El Guachito caminaba con movimientos seguros, atrapados en un pantalón corto y remera negra. Silbaba. Las espaldas grandes retozaban dentro de su remera, y yo me acordé de García Lorca quien decía que un hombre de anchas espaldas debería ser feliz cuando se acostara, porque tomaba conciencia de lo poderosas que eran. Iba junto a una mujer de pelo rubio anclada en los 50. Entraron al bar. Me acerqué a él y le dije algo. Paró de silbar y me miró: dos ojos grandes y negros, totalmente pelado. Miré hacia abajo. Tenía unos pies perfectos metidos en ojotas blancas. Dedo gordo pedigüeño, pensé. Más tarde, y ya en otro lugar, con sus bracitos cónicos intentó abrazarme. Y yo lo dejé. Al guachito silbador. Fue como un olor a campo, a florecitas húmedas. Él hizo todo para que yo fuera feliz, pero yo pensaba que lo que más me atraía era su silbo. -Guachito- le dije - ¿cómo era...? Tu, tururú, tu...¿y qué más? Me tapó la boca con la mano mientras me tenía apretado y empezó a silbar. Soñé tocar el cielo con las manos. Había encontrado el pequeño sonajero de mi infancia.
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