LA PROCESIN
Publicado en Jul 16, 2012
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La rueca de la vida siguió girando lentamente en aquel lugar perdido en la serranía, vinieron los días de pesadez del cálido verano, luego los atardeceres lluviosos  del otoño envolvían  de nostalgia a los habitantes del lugar, en los adultos se entendía, porque la inactividad a causa de la lluvia les permitía recordar eventos y emociones pasadas, pero era de extrañarse que los niños dibujaran en sus rostros ese dejo de infinita tristeza cuando asomaban sus caritas por las puertas o ventanas de las casas que los protegían para ver caer la lluvia, a nadie se le ocurrió preguntarles el por qué de esa actitud, si lo hubieran hecho, sabrían que la tristeza de esos niños no era a causa de la lluvia ni de los recuerdos, sino por el presagio que se anidaba en sus corazones.

Fue por la noche del segundo día de noviembre cuando aparecieron por primera vez por aquí. Era una procesión de aspecto interminable, caminaban como flotando por el cauce seco del río que algún día vertió sus cristalinas aguas a las orillas de este mugroso pueblo. Todos en la procesión llevaban al menos una vela encendida en la mano. Llegaron como un susurro imperceptible, casi inaudible, era como el zumbido de un enjambre de abejas atolondradas buscando  ansiosas una luz como destino final de su peregrinar. El quedo y persistente sonido que los anunciaba parecía una oración resistiéndose a salir de la oquedad bucal de los penitentes y que se convertía  en  murmullo quejumbroso que terminaba siendo sólo un eco lastimoso. Desde lejos parecía, a quienes los mirábamos temerosos, como una endeble lengua de fuego que culebreaba por el cauce seco cuesta arriba como buscando un destino que solamente intuía.
El viejo Tobías pareció reconocer algunos de los caminantes porque se apresuró a agitar por sobre su cabeza a manera de saludo su inseparable sombrero sucio. Nadie le correspondió el gesto, solamente algunos desarrapados que iban entre la fantasmagórica caminata cargando cada uno de ellos una enorme piedra y con la ropa hecha jirones que hacían recordar algo de los uniformes de la milicia, volvieron la cabeza mostrando una mirada triste y vacua como de muerte.

Las hermanas Gertrudis y Dolores Arizmendi se apresuraron a encerrarse a piedra y lodo en su vivienda, sólo se asomaban por las rendijas de la ventana desde donde miraron pasar entre temerosas y nostálgicas el cortejo fantasmal. La Dolores en un momento sintió grandes deseos de llorar cuando entre los ambulantes distinguió a un hombre de apariencia joven, con jirones de pelo que alguna vez fue rubio y ondulado. Él pareció mirarla a través de la negrura de la noche traspasando las paredes de la casa. La mujer estuvo a punto de llorar, como cuando le permitieron ver el cuerpo amortajado de su prometido, pero por las oquedades oculares de la mujer las lágrimas nunca aparecieron, el manantial que surtía tan especial líquido se había secado, como las carnes de su otrora juvenil cuerpo.
Después, todos vimos con asombro que desde el frente de su casa, Chente Pinzón empezó a caminar lentamente hacia el encuentro con los caminantes. Se escuchó por sobre el murmullo de la procesión los gritos de angustia de los hijos de aquel hombre que no quiso escucharlos porque sólo parecía responder al llamado de alguien que caminaba entre los vagabundos de la oscuridad. Al estar cerca de quienes caminaban extraviados en la noche de los muertos, de entre ellos se desprendió una mujer con una vela encendida en cada mano y fue a su encuentro, los que mirábamos desde lejos también empezamos a gritarle al Chente que regresara, porque podía ser peligroso. Al encontrarse Chente con aquella mujer, ésta le dio una de sus velas encendidas y con gesto amoroso lo tomó de la mano y juntos se incorporaron a la caminata. Al amanecer del siguiente día, se había completado la orfandad de los hijos de Chente Pinzón. El mayorcito de ellos, consolaba a sus hermanitos diciéndoles que su papá se había ido a recorrer con su mamá todos los cauces secos de esta tierra de sufrimientos, hasta encontrar el lugar común donde  algún día se encontrarían todos. Dejaron de lloriquear cuando les prometió que a la siguiente vuelta de los errantes, alguno de ellos acompañaría a sus padres.
Desde entonces, hasta muchos años después, los chamacos que se hicieron hombres, siguieron esperando  la media noche del segundo día del mes de noviembre para ver  pasar  la procesión de las almas en pena por el cauce seco del río que alguna vez fue dador de vida y con una vela encendida esperaban ver a sus padres para pedirles que se los llevaran con ellos. Pobres seres cautivos de la añoranza, en su inocencia no comprendían que los caminos de la vida y de la muerte no dependen de la voluntad de los humanos, sino de una entidad mucho más poderosa.
Todo esto que les cuento ahora, ¡es verdad!, hasta el viejo Tobías, quien siempre me lo ocultó, también guardaba una vela con un gran pabilo dispuesto a encenderse en el momento de ser reconocido por alguien y lo incorporara al periplo de las ánimas que buscaban errantes el momento de redimirse. Era cuestión de esperar y esperar a que el momento llegara, se repetía el viejo Tobías, espantando con paciencia el montón de moscas que buscaban posarse sobre su cansado cuerpo.
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Palabras Clave: Procesin tobias chente rueca

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Terror & Misterio



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Juan Herrera

Lindo cuento con ingredientes del imaginario universal, además, escrito en forma limpia y amena. Gracias.
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July 17, 2012
 

Eliza Escalante

un gusto leerte kalu..
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July 16, 2012
 

kalutavon

Gracias amiga por comentar.
Responder
July 17, 2012

Singer

Hermoso.........................no puedo decir otra cosa, yo he vivido mucho los cuentos y leyendas urbanas de donde vivo y esta era una de las leyendas mas conocidas de mi abuela.............que siempre me decia con gran cer teza que esas animas si existian...grande amigo...
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July 16, 2012
 

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