TESTAMENTO
Publicado en Jul 25, 2012
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El notario leía con voz solemne y los miembros de la familia Salcedo Alatriste escuchaban atentamente cada una de sus palabras. Luís Alberto, el hijo mayor del finado, cuyo testamento ahora se estaba leyendo, abrazaba con mal disimulada ternura a su esposa -tercera en su cuenta personal- mientras Francisco, el hijo menor, con mirada penetrante no perdía detalle de los gestos del notario, como si quisiera adivinar desde antes de escucharlo, el contenido del documento que los había reunido ese día.

Doña Rufina Alatriste, quien desde hacía algunas semanas estaba convertida en la viuda de don Espiridión Salcedo estaba inquieta, no por lo que pudiera leerse  en el testamento de su esposo, sino por la tardanza de su hija Teresa, quien no había llegado puntual a la cita. A la mujer le mortificaba mucho la actitud asumida por su hija en los últimos meses. Teresa era una mujer de treinta cinco años quien había  cambiado su forma de vida ordenada y discreta, responsable y pulcra. Ahora se comportaba con una irresponsabilidad y desdoro tal, que enojaba y avergonzaba a los demás integrantes de la familia.

La única hija del finado se había conservado soltera, llevaba una vida ejemplar hasta  cuando conoció en una exposición pictórica a Mario Medina, un pintor de mediana calidad quien  no había logrado destacar en el mundo del arte, pero de acuerdo a las mujeres que lo conocían era encantador y un campeón en cuestiones de sexo. Desde el día que  Teresa y Mario se conocieron vivían un apasionado amasiato que cada noche se desbordaba en la buhardilla del artista; era tanta la  pasión prodigada por la pareja, que los vecinos del pintor habían llamado varias veces a la policía porque el cubículo donde vivía Mario se convertía,  por los alaridos orgásmicos de Teresa, como  una cueva donde se apareaban decenas de parejas de gatos.

Teresa alcanzó de prisa los últimos peldaños de la escalera que terminaba en la puerta del despacho del notario, mientras más atrás, su amante con mucha dificultad, con las piernas como de trapo por los excesos de la noche anterior cuando la pareja entre risas, coito, vino y más coito celebraron la excelente noticia de que ella sería madre. Fue aquella una noche extraordinaria, se amaron como nunca, en la quietud de los intervalos amatorios bordaron amorosamente sus ilusiones entretejiéndolas con sueños y algo de realidad. Desnudos sus cuerpos y entrelazados imaginaron el sexo de la criatura por nacer, le buscaron nombre, anticiparon parecido físico, le hicieron cariños y mimos y antes de quedarse dormidos le cantaron a dúo una canción de cuna.

Por fin, el pintor alcanzo el final de la escalera, como él no podía entrar al despacho del notario por no ser parte de los legalmente interesados en las últimas disposiciones del finado, se acomodó en un sillón muy cerca de la puerta para estar pendiente cuando saliera su amada. Mientras dentro del recinto, Teresa con un gesto ofrecía disculpas a los presentes, mientras con su mano acariciaba dentro de una bolsa de su traje sastre, aquel papel, resultado clínico que confirmaba su embarazo. -En cuanto termine el trámite legal, le daré la noticia a mi familia- Pensaba.

El notario en ese momento leía:   -"...Bajo protesta de decir verdad y apercibido en los términos de ley, el otorgante declara llamarse Espiridión Salcedo Piña, Ser originario Terracota, Morelos, donde nació el 15 de Noviembre de 1948. Casado por separación de bienes con la señora María Alatriste Ruíz..."-  
En este punto el notario hizo una pausa para acompasar la respiración y con una mirada pareció preguntarle a los que escuchaban si había alguna duda.

Luego continuó leyendo: -"...que en este momento, y mediante este acto, dispongo de los bienes que legítimamente son de mi propiedad de la siguiente forma: A mi esposa María Alatriste Ruíz, a mis hijos Luís Alberto, Teresa y Francisco, todos de apellidos Salcedo Alatriste, les heredo en partes iguales la mitad de todos mis bienes, incluidos las cuentas bancarias, las acciones que poseo en distintas empresas,  que por separado se detallarán y la colección de pinturas que también son de mi propiedad..."

Un murmullo de sorpresa y desaprobación se escuchó en aquel lugar, aquello  interrumpió la lectura del testamento. El notario, visiblemente molesto continuó con la lectura del documento:
-"...También en este acto, por mi propio derecho y en pleno uso de mis facultades mentales instituyo como heredero de la otra mitad de todos mis bienes, a Mario Medina Orbe, el hijo que engendré en la vergonzosa sombra de la clandestinidad con la señora Soledad Medina Orbe, con la esperanza de que con este acto pueda resarcir, al menos parte,  del dolor y la pena que le ocasioné a una mujer buena, cuyo único pecado fue amarme tanto y a un hijo que nunca se ha enterado de mi paternidad..."

Un grito desesperado y lleno de dolor volvió a interrumpir la lectura, esta vez había gritado Teresa, quien estrujaba el comprobante clínico de su maternidad, al mismo tiempo que caía de rodillas vomitando sobre la fina alfombra del despacho notarial. Mientras su madre entraba en una crisis nerviosa y sus hermanos increpaban airadamente al notario exigiendo la inmediata anulación del testamento de su padre.

El escándalo se escuchó fuera del despacho y obligó a Mario a irrumpir violentamente en el lugar, al ver a su amante tirada en el suelo corrió junto a ella y la tomó entre sus brazos. Mientras el notario cumpliendo con su deber preguntó al entrometido: -¿Quién es usted y qué hace aquí?-

-¡Me llamo Mario Medina Orbe y soy el padre del hijo que va a tener Teresa!-

Así era, la vida inexorable como suele ser, había colocado a Teresa y a Mario en una encrucijada fatal, en donde el hombre y la mujer al mismo tiempo, jugaban como marionetas los roles de amantes, padres, hermanos y victimas.
Kalutavon
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Palabras Clave: testamento teresa mario amantes padres hermanos victimas

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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