GRITOS, SUSURROS Y SILENCIOS
Publicado en Jul 27, 2012
¡Eran terribles aquellos gritos!, alaridos de dolor los que salían de la boca de aquella mujer; los provocaba un cáncer de páncreas en estado terminal que consumía la vida de la mujer postrada en cama. Quienes estaban a su lado sufrían la pena de presenciar con impotencia la inexorable muerte de la enferma.
La puerta de la habitación de la agonizante permanecía cerrada por indicaciones de Nicolás el esposo de la moribunda, María Antonia, Toñita, la hija del primer matrimonio de la enferma permanecía en silencio sentada en el suelo junto a la puerta de la habitación de su madre, con el cuerpo hecho ovillo y los ojos anegados en llanto, a cada grito de la mujer, la muchachita se estremecía, se estrujaba las manos e imploraba a cada santo o virgen conocido para que la pobre enferma dejara de sufrir. Un atardecer, después de muchos días y de tantas noches de insomnio y malos sueños, Toñita fue llevada de la mano de su padrastro para despedirse de su madre. La mujer enferma intentó hacerle una caricia y entre estertores de dolor le susurró al oído a la niña una súplica, le pidió cuidara de sus hermanitos menores. La niña apenas pudo reconocer a su madre cuando le susurraba, se espantó al ver los estragos causados por la maldita enfermedad en el cuerpo de su mamá; sin embargo se sobrepuso y depositó con ternura un beso en la frente de la moribunda y ésta se dejó morir. La vida y el entorno de Toñita cambiaron bruscamente con la muerte de la madre. La familia se vio obligada a mudarse de domicilio a una colonia más proletaria, acorde con las nuevas circunstancias económicas de Nicolás, su padrastro, que de a poco se fue enredando en el vicio de la bebida. Las responsabilidades de la niña aumentaron considerablemente, ahora, además de sus obligaciones escolares, tenía que cuidar a sus hermanitos y a Nicolás, quien empezaba a manifestar las actitudes de los alcohólicos: la creciente irresponsabilidad, el desaliño y la pérdida gradual de los más elementales principios de moralidad. Pasados algunos meses, poco antes de que Toñita cumpliera dieciséis años, una noche como tantas otras, la niña se durmió muy tarde esperando con zozobra la llegada de su padrastro, el lejano ulular de las ambulancias le hacían pensar que Nicolás pudiera sufrir una agresión o un accidente y con ello el poco sustento que éste aportaba, dejara de ingresar al empobrecido hogar. Finalmente el cansancio la venció y se quedó profundamente dormida. ¡Un grito de terror se ahogó en su garganta! cuando sintió una mano sobre su boca, un cuerpo sobre su cuerpo, un jalón brutal que la despojó de sus calzones. ¡Mordió la mano y volvió a gritar! ¡Nadie escuchó su grito de angustia! Luego, "eso" que invadía con violencia su cuerpo penetrando en su vagina con brutalidad venciendo toda oposición y causándole un gran dolor; un aliento pestilente a bebida barata le llegó junto con el susurro de palabras morbosas que al pronunciarlas enardecía aún más al violador... después recibió ese escurrimiento en sus entrañas. Aquel miserable todavía se atrevió a prenderse de sus labios con un beso asqueroso que la hizo vomitar. En cuanto se sintió un poco libre, saltó de la cama, tomó la ropa que encontró más a mano y corrió desesperada. ¡Corrió sin descanso!, todavía alcanzó a escuchar los gritos de Nicolás pidiéndole que no se fuera; esto la aterrorizó y le dio mayor velocidad a sus piernas y siguió corriendo hasta ser tragada por la noche y la gran ciudad. Detuvo su loca huida en un paraje desconocido para ella, pero intuyó estar lo suficientemente lejos de la perversidad de su padrastro. Aún estaba temblando por el horror y el frío de la intemperie cuando percibió entre las sombras del lugar a otros jóvenes que como a ella se les veía la desolación en la mirada. En silencio se le acercaron y dejaron a su alcance un pedazo de pan duro, un bote con agua, un cartón que utilizó para protegerse del frío y una bolsa de plástico que contenía una sustancia que bien pronto aprendió a inhalar para evadirse de la realidad y poder platicar con su madre muerta. Meses después, en la semioscuridad de un lote baldío se escuchó el grito característico de un recién nacido y el susurro de una niña-madre que antes de morir le daba la bendición a su hijita y con el último hálito de vida elevaba una plegaria al creador para que protegiera a su criatura. Mientras en silencio un grupo de desarrapados, de los hijos de la calle y de la adversidad, algunos con baba escurriéndole por la comisura de los labios observaban sin asombro como los extremos del ciclo de la vida y la muerte, del bien y del mal se alcanzaban y cómo la mítica serpiente con su hocico, mordía su propia cola para seguir girando para siempre. kalutavon
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Eliza Escalante