EQUINOS
Publicado en Jul 31, 2012
Cuentan que en los pastizales etéreos y perennes del limbo de los equinos alguna vez reunidos los más afamados caballos de la mitología y la historia del hombre, se suscitó entre ellos una especie de juego iniciado por el impetuoso Othar, el cuadrúpedo que acompañó hasta su muerte al terrible Atila el "Azote de Dios". La montura del huno pidió a cada caballo de los presentes dijera una anécdota, alguna versión o leyenda que los acompañara y afamara en la eternidad. —De mí, por ejemplo, se dice que donde yo pisaba no volvía a crecer la hierba— —les dijo Othar, orgulloso. Janto, un pura sangre persa, color negro y Balio, un magnifico ejemplar blanco, resoplaron con pasmosa sincronía y el primero dijo: —Es mucha la modestia que manifiestas Othar, pero he de decirles que Balio y yo acompañamos a Aquiles el guerrero griego al que le han cantado casi todos los poetas de la humanidad por su participación en la mítica guerra de Troya. Nosotros escuchamos al pie de la ciudad amurallada de Troya los lamentos de Príamo por la muerte de Héctor y obedecimos el brazo victorioso de nuestro auriga cuando arrastraba por el campo de batalla el cuerpo sin vida del príncipe troyano— Haciendo vistosas cabriolas se adelantó al grupo Strategos, el hermoso caballo negro azabache nacido en Tesalia y que fuera la montura de Anibal: —Presunciones fatuas, la fama del caballo sólo se entiende con la participación del jinete, el uno, no sería nada sin el otro. —¿Qué merito tiene jalar un "carrito" en terreno llano, como lo es una playa? —A mí, por ejemplo, mi afamado jinete me montaba en el fragor del combate sin freno, sin bocado y sin bridas. —¡Eso sí es meritorio! —Les presumió a la caballada presente. —¡Mortales, mortales, pobres mortales!, —les gritó Pegaso descendiendo majestuoso de entre las nubes. —Presumen de tan poca cosa, cuando yo puedo decir con orgullo que sólo fui cabalgado por Zeus y algún otro dios del Olimpo— Relinchos furiosos, coces, bufidos y cabriolas agresivas se dieron en aquel lugar, Merengo, Visir y Blanco los caballos de Napoleón pidieron la palabra, nadie los escuchó. Palomo, el equino que montó el Libertador Simón Bolívar en la gesta libertadora de Sudamérica fue ignorado por ser del tercer mundo. Incitatus, el amado equino de Calígula, al paso se apartó de la trifulca, se le notaba en la mirada que extrañaba los lujos y mimos imperiales de su época. Bucéfalo, el famoso caballo de Alejandro Magno, Genitor el equino de Julio César y Babieca que obedeciera la brida del Cid Campeador, permanecieron a la expectativa, mientras entre el escándalo del alegato se alcanzó a escuchar a Rocinante, quien dijo: —No se por qué tanto pleito, soy famoso a pesar de mi jinete, éste no fue un gran guerrero ni Dios del Olimpo, sólo era un personaje esquelético y falto de cordura, él me llevó por los caminos de su vida buscando a su amada Dulcinea del Toboso— Cuando volvió la calma, Lazlos, un caballo de buena alzada que montó Mahoma en su primera peregrinación a la Meca dijo: —Miren el desorden provocado por Pegaso, ciertamente fue la montura de los dioses del Olimpo, pero su trote en la mente de los mortales generalmente termina cuando estos se vuelven adultos y el caballito se convierte en sólo un personaje de los comics— Si hubiera risa en los caballos, todavía se estuvieran riendo. ¡De pronto se escuchó un resoplido de satisfacción!, como cuando un equino termina de aparearse. Todos volvieron la mirada hacia donde estaba echado un caballo de grueso pelaje, con brillo malicioso en los ojos, quien sólo atinó a enseñarles la dentadura. De entre la manada alguien gritó: ¡No le hagan caso, es el cochino libidinoso de Cocksearcher, el caballo de Lady Godiva que se la pasa masturbándose con sus recuerdos!
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Eliza Escalante