Permítame decirle señora que por usted he llorado,
como se llora por quien se añora, por lo más amado.
Decirle que en mi juventud loca, sin recato, sin medida,
fue usted el faro de mis ansiedades, lo más valioso de la vida.

Quiero confiarle  a usted  que lo vivido a su lado
no tiene precio, el destino ya nos lo ha cobrado
a cada quien en su camino, pues usted los decidió distintos
cuando dejó de interesarle lo mío y me arrojó de su lado,
al desamor y la soledad donde siempre hace frío.
 
Señora reina de mi pasado, soberana de aquellos hermosos días,
sepa usted que el tiempo y la distancia han curado aquella herida
y si ahora vuelvo a su lado no es para pedirle limosnas de su cariño,
vengo en busca de lo mío, el producto de aquel amor...¡nuestro niño!

No se oponga usted señora, es por el bien de esa hermosa criatura,
no le niegue usted en la vida el cariño que ahora le ofrece su padre,
no confunda señora el egoísmo que le nace, con el amor de madre,
porque sólo le ofrece a mi hijo un remedo de vida, una caricatura.

No se atreva usted señora, por favor,
no se atreva a decirme que me calle,
la vida me ha sonreído, he forjado mi destino
y usted señora... ¡sigue vendiéndose en la calle!