EL ESCRITOR
Publicado en Aug 24, 2012
Sigfrido Montero era un escritor de mediana calidad al que nunca le publicaron nada a pesar de su doloroso y vergonzante peregrinar de editorial en editorial. Al darse el boom de auto publicación por el internet, él se resistió sistemáticamente a hacerlo.
Cuando familiares, amigos y conocidos se lo sugirieron, les dijo con mucha seguridad que eso le parecía un acto indignante, lleno de soberbia y autocomplacencia; el auto publicarse lo consideraba como una masturbación del ego literario; era como claudicar a una carrera honesta de escritor y traicionar los cánones impuesto por los autores consagrados por la fama y la fortuna. ¡Mil veces mejor una publicación póstuma plena de reconocimiento, a un libro engendrado del propio peculio! Les dijo, no querer pasar la pena de llevar el libro auto publicado bajo el brazo para ofrecerlo lastimosamente a familiares y amigos, quienes a lo más leen algunas páginas y ¡terminan tirándolo al bote de basura! Mientras le publicaban, Sigfrido Montero escribía afanosamente, novelas, cuentos, poesías, relatos, ensayos, guiones, de todo. Poco a poco se iba obsesionando en producir más y mejores obras literarias. Era tanta su ansiedad, que dejó de comer regularmente; escamoteó horas a su sueño y tiempo de descanso. Febrilmente imaginaba tramas y personajes; dejó de terminar sus historias porque los temas surgían en su mente como una avalancha incontenible. Iniciaba un texto y al segundo o tercer párrafo imaginaba otro; dejaba uno sin concluir y empezaba el siguiente sin ningún orden ni control. Llegó a tanto su exacerbación mental, que de plano dejó de escribir, ahora proyectaba sus historias como alucinaciones sobre la pared, como en tercera dimensión, unas sobrepuestas a las otras, a veces en blanco y negro, otras, en una policromía exagerada. Hablaba, discutía, peleaba con sus personajes, lo mismo los amaba que los asesinaba a sangre fría. Se hizo matar, nacer, renacer y engendrar en sus enloquecidas historias. Los personajes femeninos que imaginaba, lo poseían sexualmente, lo traicionaban, lo abandonaban y luego regresaban. Sus tramas se entramaban con ellas mismas o se enredaban en los hilos enhebrados de su mente. Fue rescatado por sus familiares quienes lo llevaron a un psiquiátrico en donde ingresó en estado catatónico. La junta médica que lo evaluó lo declaró como no violento y pudo permanecer entre los otros pacientes. Compartía una habitación con Sandro Moreli, quién padecía el delirio de hablar constantemente, a Sandro se le escuchaba a todas horas decir frases célebres, refranes y hasta chistes, para este enfermo lo importante era decir algo, aunque fueran incoherencias. Con el paso de los meses Sigfrido Montero empezó a recobrar la movilidad, nadie supo cómo conseguía lápices, pero muy seguido lo sorprendían rayando las paredes, los muebles y hasta el piso del hospital. Los doctores consintieron que se le entregaran hojas de papel y el material necesario para que rayara en ellas, imaginaron que sería una buena terapia para el escritor. A partir de entonces se le vio día y noche haciendo líneas horizontales en las hojas que le dieron; los trazos eran discontinuos y de diferentes tamaños; se mostraba infatigable en su labor, como cuando escribía sus historias. Aquella mañana, cuando los médicos hacían su recorrido de rutina, encontraron a Sigfrido Montero enfrascado en una airada discusión con Sandro Moreli; el escritor mostraba iracundo a su compañero de cuarto una hoja llena de rayas, mientras emitía con vehemencia sonidos guturales con los que trataba de convencer al otro enfermo. Sandro le contestaba con una letanía de adivinanzas, dichos y sentencias populares. Cuando los doctores tratando de terminar con la lucha "verbal" entre sus pacientes e intentaron quitarle la hoja que el escritor esgrimía frente al rostro de su compañero, Sigfrido se violentó, empezó a gritar y a tirarse de los cabellos; corrió frenéticamente por la habitación y terminó lanzándose con fuerza demente contra el ventanal que estaba protegido con una armazón de hierro. Fue tal el impacto de la cabeza del escritor contra la estructura metálica, que no sobrevivió al traumatismo craneoencefálico provocado por el golpe. Luego, mientras el personal del hospital retiraba el cuerpo de Sigfrido Montero para llevarlo a la morgue. Uno de los especialistas que revisaba las hojas que había rayado el escritor, dijo en voz alta: -Si al menos pudiéramos descifrar lo que quiso decir con estas rayas- Entonces contestó Sandro, colocando su dedo índice sobre la última línea que había trazado Sigfrido: -Muy sencillo, aquí dice: "la vida es una ficción, lo único real es la muerte"
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Mara Ester Rinaldi
Te dejo un abrazo.
(Va a mis favoritos)
kalutavon
Laura Torless
Tienes un narrar ágil y provisto de buen ropaje.
Eliza Escalante
kalutavon
Singer