Frankenstein
Publicado en Sep 02, 2012
Frankenstein no es el nombre del monstruo sino del científico que lo crea, contra lo que muchos imaginan, aquellos que no han leído el libro. Tampoco es un viejo loco sino un joven que busca, creando vida, esquivar la muerte de sus seres amados. El monstruo es abandonado por su creador, espantado por los resultados obtenidos, y no es, como lo imaginaba Boris Karloff (su intérprete más famoso), un monstruo necio y lerdo, con movimientos torpes, que sólo profería algunos gruñidos, sino que tiene habla casi normalmente, posee sentimientos humanos, y no es otra cosas que el rechazo de Frankenstein y de la sociedad el hecho que lo convierte en un ser pendenciero y vengativo.El libro de Shelley es una novela con elementos del periodo gótico como del romanticismo, además de incluir un sutil pero inconfundible elemento pro-feminista que nos recuerda que detrás del monstruo puede haber un hombre, pero detrás de este hombre, nos encontramos con una mujer que empuña la pluma. Frankenstein, la novela, se le revela al lector como un espejo estructural del mismo monstruo, porque el texto en sí es efectivamente también un engendro misceláneo de pedazos removidos de distintos sistemas, hilvanados con pasión y con deseo de inducirles vida, pero donde se aprecian perfectamente los hilvanes que lo afean marcadamente. El texto coexiste, casi de la mano del monstruo, pero no ha sido el suyo un crecimiento armónico, sino una composición deliberada y voluntariosa a la que la autora ha logrado infundirle una vida que aún palpita, pero que está llena de reconvenciones ideológicas y de soluciones narrativas bastante torpes. La fábula comienza con una serie de cartas que el explorador británico Robert Walton, recién llegado de una expedición donde buscaba el Polo Norte, escribe a su hermana, en un momento impreciso del siglo XVIII. En estas cartas le refiere su casi milagroso encuentro, en medio de los hielos, con el señor Víctor Frankenstein, oriundo de Ginebra y filósofo natural. A partir de este momento, el narrador principal pasa a ser el mismo Frankenstein quien narra su terrible historia a Walton: cómo nació en una respetada y armónica familia —tan idílica que casi resulta empalagosa y falsa al lector moderno—, cómo se trasladó a Ingolstadt a estudiar filosofía natural y cómo concibió la idea de intentar crear la vida a partir de materia orgánica ya muerta y usando la electricidad como activador del nuevo ser. Narra la creación de esa criatura que, a partir de este momento, siempre va a ser llamada “el monstruo”, su terror al enfrentarse con su fealdad, su irresponsable abandono de la creación y todos los problemas y catástrofes derivados de ello. Más adelante, durante la única conversación prolongada que sostienen la criatura y su creador, el “monstruo” se convierte en narrador de su propia historia y el lector asiste al proceso por el cual la criatura natural e inocente, abandonada por su “padre”, adquiere trabajosamente los conocimientos necesarios para comprender el juego social y las reglas morales, es rechazado de nuevo a causa de su fealdad por las personas en quienes él había puesto sus esperanzas, y acaba convirtiéndose en un asesino, matando a todos los seres queridos de Frankenstein. Cuando éste termina de narrar su historia a Walton, muere sin haber logrado dar caza al “monstruo”. Como la misma autora se encarga de aclarar era “incapaz de soportar el aspecto del ser que había creado, una vez salió huyendo de la celda y se refugió en mi dormitorio...”. No habrá más excusas racionales a lo largo del texto que le permitan al lector seguir la evolución de los sentimientos de Frankenstein. Ni siquiera cuando consiente la conversación con su “monstruo” y éste se exhibe como un ser sensible, moderado e ilustrado, está Frankenstein dispuesto a conferirle algo de razón (claro que, para entonces, la criatura ya ha ajusticiado al hermano pequeño de su creador).La idea ancestral de que la belleza genera bondad y lo feo es reflejo de lo malo parece estar arraigada fuertemente en el pensamiento tanto de Frankenstein, como de Walton, como de los demás personajes principales. Pero eso no resultará ser todo lo negativo. El “hombre natural”, el “buen salvaje” de las utopías rousseaunianas, acaba convirtiéndose en un verdugo de inocentes por la maldad y el rechazo de la sociedad bienpensante y, extrañamente, la autora termina por acusarlo a él, ya que el narrador inicial, Walton, ya sobre el final de la novela, sigue imaginando a Frankenstein un caballero pavorosamente desdichado, aunque noble y bueno. El monstruo le niega a la criatura todo lo que le corresponde por derecho natural : alimento, apoyo, formación, afecto, una compañera, hasta un nombre propio. Todos los personajes de la novela tienen nombre, salvo la creación. Por eso, justificadamente, el “monstruo” ha hecho suyo el nombre de su creador para formar parte de los mitos modernos . Es por eso que cuando se habla de Frankenstein, ya nadie piensa en Víctor, el temeroso.
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