David Copperfield
Publicado en Sep 12, 2012
Cuentan que en la sombrío Inglaterra del siglo XIX, la gran mayorìa de las familias, fuesen indigentes, adineradas, dolientes o felices, acostumbraban a reunirse, en tertulia, alrededor del fuego mientras esperaban, con ansiosa complacencia, la llegada del remiso cartero que traería un nuevo cuaderno azul de Boz debajo del brazo. Estos prolongados plantones se acostumbraban recrear con discusiones sobre si evolucionarìa la batalla que sostenía la afable Betsey Trotwood con los malvados burros o si, finalmente, el señor Micawber, junto a toda su pandilla, se encontraría irremediablemente abocado a la ruina y a la más miserable descomposición. Sin embargo los miembros más irritables e inquietos de estas familias no podìan esperar durante tanto tiempo y no hacían otra cosa que salir de sus casas, escopeta en mano, en búsqueda del tan esperado mensajero. En esos días, que se repetìan mes tras mes, centenares de lùgubres e inglesas callejuelas, pertenecientes a grises e inglesas ciudades, se llenaban de sórdidos, ricos, trabajadores o rufianes que atravesaban los recovecos de la ciudad en búsqueda del inocente, aunque poco impetuoso, cartero. Esta pequeña anécdota testimonia perfectamente la pasión que apreciaba el pueblo inglés por Charles Dickens. El resonante éxito y la fama que logró el escritor inglés entre todas las raleas del pueblo inglés alcanzó niveles nunca jamás sospechadas. Tal era el apego de los ingleses para con Dickens que, a la muerte del escritor, durante las honras de su funeral, Benjamin Jowett dijo de él: “Resulta muy difícil calcular la deuda que hemos contraído con este hombre que nos ha hecho amar a unos personajes ingleses buenos, abiertos, sinceros y honestos que se cruzan cada día en nuestra existencia.” Charles Dickens fue, y será para siempre, el escritor del pueblo inglés. David Copperfield surgió para convertirse en una autobiografía sobre la niñez de Charles Dickens, pero finalizó transformàndose en su novela más querida y en la que volcò todo sus ensueños y tribulaciones de la infancia. Dickens se ocupó durante dos años (entre 1948 y 1950) en la elaboración de lo que los alemanes llaman una Bildungsroman, es decir, una novela de formación que, en este caso, es narrada por su protagonista -David Copperfield-, el cual, desde la madurez de la vida va evocando sus desventuras infantiles. David Copperfield es una especie de paño en el que el genio inglés va dibujando, con la sutileza y la afabilidad propia y característica de un padre, unos personajes y unos ambientes que, por su profusión de detalles, recobran vida por sí solos. No es extraño que en todas las obras de un escritor hay un vestigio autobiográfico no hay nada mejor que las experiencias de uno mismo para componer una historia. La Inglaterra en los umbrales del siglo XIX se hallaba inmersa en profundos cambios sociales. La incipiente industrialización estaba favoreciendo un movimiento masivo de personas hacia las grandes ciudades que prometían a primera vista unas mayores opciones de prosperidad. Sin embargo, una vez allí, las circunstancias eran completamente diferentes: jornadas laborales de hasta catorce horas eran recompensadas con sueldos míseros, que exigían a que los niños debieran trabajar también para completar los ingresos familiares y verdaderos guetos donde se apiñaban miles de personas, en condición de inhumano hacinamiento .Toda esto vivió y sufrió en carne propia Charles Dickens (Portsmouth, 1812-1870), siendo èl niño, su padre fue encarcelado por deudas y se vio necesitado a trabajar en una fábrica de betún. Y, aunque poco a poco fue abriéndose camino hasta llegar a ser el más grande novelista británico de su época, nunca olvido semejante experiencia. Seguramente por ello, de entre todas sus obras, por la que más cariño profesaba era por David Copperfield, publicada por entregas en 1850 . La historia de un muchacho que, tras morir su padre y volver a casarse su madre con un hombre siniestro, debió afrontar todo tipo de adversidades –desde un internado cuyo director simbolizaba la maldad hasta el trabajo infantil en una fábrica- debía serle familiar. Al igual que Dickens, David logró salir adelante con apoyo de unas pocas personas buenas. Aun cuando el autor es el cronista privilegiado de la Revolución industrial en Inglaterra, el tono de sus obras es menos severo que el que podemos hallar en autores de su tiempo. El lector no encontrará en las narraciones dickensianas escenas tan descarnadas como en los relatos de otros autores. La forma de novelar del inglés tiene más de costumbrista que de literatura militante. Es el espectador de un momento histórico concreto y lo refleja con la máxima fidelidad en sus obras. Ello no amerita que no denuncie las injusticias que observa a su alrededor. Lo hace y mejor que muchos, pero sin escarbar en la herida, y ello hace que la calidad literaria de sus novelas, resulte mucho más excelsa
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