Parece que a esta hora extraña me encuentre más allá del bien y del mal. Enmedio de tu casa, cuando tú estás en un extremo de ella, me permito pensar en culquier cosa: me siento libre de pensar en lo que quiero; incluso me siento defensora de la Fe. El cementerio no está demasiado lejano y pienso ir a dar un paseo dentro de un rato. Ahora combino ese último vaso de vino con música de León Gieco. Su voz me arrastra al fondo de la noche. Es como si cayera en un vientre la mar de cálido y sin embargo donde no se puede ser feliz. Nunca se puede puede ser feliz porque los sentimientos culpables son como alambre de espino que se acuesta con tu piel y no cesa de besarla. Iré más tarde a pasear por el cementerio y me detendré ante mi tumba, muerte tan temprana, dijeron todos! Y me mearé en ella como he hecho otras veces. Sé que hago mal porque fui una desgraciada pero no causé daño a nadie. Pero no me soportaba y tampoco podía con el resto. El buen trato de mis padres, su comprensión excesiva, me dañaba hasta lograr convertirme en una inmoral. Me mearé toda en mi tumba y luego me sentaré sobre la hierba verde a contemplar la luna, medio creciente.
En esa hora tan rara puedo pensar lo que quiera, sentir que voy a hacer lo que siempre me he impedido a mi misma. Tomo otro vaso de vino y apago el televisor. Tú estás durmiendo en la otra punta de la casa. Yo voy a prenderle fuego al comedor, para que ardan los sofás como espantajos de verbena, estalle el televisor como una bomba y reviente al gato contra la pared. Quiero que mueras ardiendo en los próximos cinco minutos porque sé que sentiría placer incluso si ahora me violaras. Luego me tiraré al tren, recogerán mis trozos por la vía, los enterrarán y alguna noche como ésta me mearé en mi propia tumba. Bajo una luna creciente, pero no lo necesario para que nada de esto sea verdad.