De las provincias
del cielo
descendiste, amada.
No sabías quién eras
No sabías qué eras.
Eras solo un concepto
titubeante y perdido
dando vueltas por ahí.
Hasta que me acerque
y soplé sobre ti
y tu cintura de vaho
tomo forma de luna
Entonces, te hiciste una mujer.
Te llené de alhajas.
Te coloqué un bonete rojo
a la francesa.
Pregoné en cada esquina lo que eras.
Tus ojos eran rebaños de reflejos.
Eras árbol rosado, diadema pura.
Los edificios volvieron a mirarte:
Ya tenías tu forma temeraria
y tu género se iba manifestando
pues te pusíste molesta y alegre.
Te enseñé a conversar
y a compartir.
Y desde ese día
caminamos de la mano entre los otros.